Una de las principales razones por las cuales la gente de nuestros tiempos se olvida de Dios, es porque muchos prefieren servir a las cautivadoras riquezas del mundo que son muy atractivas, antes que buscar el reino de Dios. Eso parece ser una novedad de la época actual pero no lo es. El hombre siempre se ha sentido tentado y atraído a la mundanidad. En una tablilla asiria del año 2800 a. de C., se lee el siguiente texto: «En estos últimos tiempos, nuestra tierra esta degenerando. Hay señales de que el mundo esta llegando rápidamente a su fin. El cohecho y la corrupción son comunes». Mas de 2000 años después Sócrates decía: «Los hijos son ahora tiranos: ya no se ponen de pie cuando entra un anciano a la habitación; contradicen a sus padres, charlan ante las visitas, engullen golosinas en la mesa, cruzan las piernas y tiranizan a sus maestros». Y Platón redundaba en las opiniones de su maestro: «¿Que esta ocurriendo con nuestros jóvenes ? Faltan al respeto a sus mayores, desobedecen a sus padres. Desdeñan la ley. Se rebelan en las calles inflamados de ideas descabelladas. Su moral esta decayendo. ¿Que va a ser de ellos?». Durante muchos años San Juan Pablo II advirtió a la humanidad de los peligros de un estilo de vida materialista. En su primera encíclica, «Redemptor Hominis» (n. 16), publicada en 1979, el Santo Papa se hacía eco de las palabras del Vaticano II sobre la importancia del «ser» sobre el «tener». También advertía que no deberíamos convertirnos en esclavos de meros productos. Una civilización materialista, explicaba San Juan Pablo II, condena al hombre a la esclavitud. También afecta a la verdadera naturaleza de nuestra civilización y a la visión de hacia dónde queremos conducir nuestra sociedad. Lo que debemos hacer, explicaba él mismo en la «Centesimus Annus» (n. 36), es conducir nuestra cultura, según una visión de la persona humana que coloca las dimensiones «interior y espiritual» de su personalidad en primer lugar.
Para que esto suceda, necesitamos educar a la gente en sus opciones de manera que usen su libertad responsablemente. San Juan Pablo II también pedía a los productores económicos y los de los medios de comunicación que usaran su poder responsablemente y decía: «No es equivocado desear vivir mejor; lo que es equivocado es un estilo de vida que presume ser mejor cuando se dirige al «tener» antes que al «ser» y que desea tener más, no para ser más sino para gastar la vida en gozarla como un fin en sí misma». Hoy el salmista, en el fragmento del salmo 105 (106) que la liturgia de la palabra nos ofrece como salmo responsorial, parece recalcarnos que el mal del hombre es el mismo que se viene arrastrando por siglos: para muchos, sólo lo material importa. Si se saca a Dios de la vida, con Él se van todos los valores y queda solamente la voracidad de lo material y con ello la necesidad de poseer solo las cosas del mundo, haciendo a un lado los valores y la vida interior. El materialismo consumista hace creer que sólo lo material importa y causa en las personas una especie de pérdida de memoria de todo lo que, sin ser material o sin ser objeto de consumo, viene de Dios.
El salmista hoy nos recuerda que ese era el problema de Israel, fuente y raíz de todos sus demás problemas: tenía poca memoria. Las gentes de Israel habían visto las mayores maravillas que ningún pueblo viera jamás en su historia. Pero se olvidaron. Esa era la gran debilidad de Israel como pueblo: tenía poca memoria y esta es también la debilidad de cada época si se centra la vida en lo material buscando solamente el tener lo que se ve, lo que se palpa al tacto, lo que viene de moda, lo que atrapa sin dejar espacio a la vida interior. ¡Qué fácil es olvidar que somos un pueblo peregrino, un pueblo que siempre está en marcha hacia Dios, hacia el gozo de la vida eterna! El Evangelio de hoy nos pone una escena breve, pero significativa (Mt 15,21-28), una mujer sencilla que sabe que lo material es lo de menos y busca con la fe la curación de su hija, hasta llegar a merecer la alabanza de Jesús: «Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas». la petición de esa madre angustiada representa el anhelo de encontrar, no algo material que pronto se acaba, sino la salvación en Jesús. Hoy, a mitad de semana, nos dirigimos con confianza a la Virgen Santísima, la Madre de la Iglesia, para que acoja favorablemente nuestras intenciones de buscar y vivir el «ser», antes que el «tener» y guardar en la memoria, tanto que el Señor ha hecho por nosotros. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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