El día aún no acaba, y creo que tengo la venia para enviar mi «pequeño pensamiento» antes de que el reloj marque las 12. Hoy me viene empezar mi reflexión con un poema del escritor, poeta, fabulista, traductor, intelectual y diplomático colombiano, Rafael Pombo (José Rafael de Pombo y Rebolledo, Bogotá, 7 de noviembre de 1833-Ibidem, 5 de mayo de 1912) que se llama «La pobre viejecita»: Érase una viejecita sin nadita que comer sino carnes, frutas, dulces, tortas, huevos, pan y pez/ Bebía caldo, chocolate, leche, vino, té y café, y la pobre no encontraba qué comer ni qué beber/ Y esta vieja no tenía ni un ranchito en que vivir, fuera de una casa grande con su huerta y su jardín/ Nadie, nadie la cuidaba sino Andrés y Juan y Gil y ocho criados y dos pajes de librea y corbatín/ Nunca tuvo en qué sentarse sino sillas y sofás, con banquitos y cojines y resorte al espaldar/ Ni otra cama que una grande, más dorada que un altar, con colchón de blanda pluma, mucha seda y mucho olán/ Y esta pobre viejecita, cada año, hasta su fin, tuvo un año más de vieja y uno menos que vivir/ Y al mirarse en el espejo la espantaba siempre allí, otra vieja de antiparras, papalina y peluquín/ Y esta pobre viejecita, no tenía que vestir, sino trajes de mil cortes y de telas mil y mil/ Y a no ser por sus zapatos, chanclas, botas y escarpín, descalcita por el suelo, anduviera la infeliz/ Apetito nunca tuvo acabando de comer, ni gozó salud completa cuando no se hallaba bien/ Se murió del mal de arrugas, ya encorvada como un tres, y jamás volvió a quejarse, ni de hambre ni de sed/ Y esta pobre viejecita, al morir no dejó más que onzas, joyas, tierras, casas, ocho gatos y un turpial/ Duerma en paz, y Dios permita, que logremos disfrutar, las pobrezas de esa pobre y morir del mismo mal.
Y he querido empezar esta noche mi reflexión con estas palabras de Pombo porque ya vamos a mitad del año y tal vez haya que afrontar la tentación de victimizarnos, declarándonos en miseria, aun cuando en general, seguramente en estos seis primeros meses del año, el Señor ha cubierto y muy de buena manera nuestras necesidades más esenciales. Hoy el autor del salmo 102 [103] nos dice: «Bendice al Señor, alma mía, y no te olvides de sus beneficios». ¿Cuántos beneficios recibidos en estos seis primeros meses del año podemos enunciar? El instinto de seguridad y la necesidad de estabilidad están inscritos profundamente en la naturaleza humana: el hombre busca el calor de un refugio, un hogar, una casa de la que de alguna manera pueda disponer, unos objetos que le pertenezcan. Los animales tienen ese mismo instinto de propiedad: protegen la vida de sus pequeños por terrenos celosamente defendidos y con nidos bien mullidos. Beneficios de lo más esenciales para vivir.
El Evangelio de hoy (Mt 8, 18-22) nos ha dicho que Jesús, desde que salió de su casa familiar de Nazaret... no tiene ya un hogar propio, vive como nómada, como viajero, peregrinando, nunca en casa: «el Hijo del hombre no tiene en dónde reclinar la cabeza». Jesús supo agradecer los beneficios que le dio su Padre aún renunciando al calor de un hogar estable y renunciando a toda propiedad. ¿Qué llamada representa esto para mí? Y entonces vuelvo a la misma pregunta: ¿Cuántos beneficios recibidos en estos seis primeros meses del año podemos enunciar? Seguirte, Señor, es reconocer toda esa cantidad de beneficios que valen la pena aunque haya que renunciar a una serie de cosas, como por ejemplo el instalarse con excesivo confort. La cruz se perfila sobre toda vocación cuando se reconocen y agradecen los beneficios del Señor. A la luz de esto y de las noches en el hospital acompañando a papá, esta noche me ayuda, a mis casi 58 años de edad, a seguir aprendiendo a vivir como Jesús lleno de gratitud entre la inseguridad y la confianza, hurgando en el recuerdo de cada día de este primer semestre y encontrando muchos, incontables beneficios del Señor ... empezando por un lugar donde reclinar la cabeza en el sofá del cuarto de este hospital, en el que la caridad del equipo de enfermería se desborda, dejándome ver que son mucho más los beneficios que tenemos a cambio de lo poco que damos. Con razón el salmista dice: «No nos trata como merecen nuestras culpas ni nos paga según nuestros pecados. Como desde la tierra hasta el cielo, así es de grande su misericordia». Que la Virgen fiel, la mujer llena de gratitud hacia el Creador interceda para poder hacer un buen recuento y agradecer. ¡Buenas noches y que el Señor bendiga el rato de reposo!
Padre Alfredo.
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