Tratar a la muerte como parte de la vida es difícil, la realidad de la muerte está presente en nuestra vida cada día y a cada momento. Todos tenemos la certeza de que algún día moriremos. Cada día que pasa vamos aprendiendo a aceptar la muerte como algo que forma parte de nuestra existencia. Esto se logra así, poco a poco, fiándonos de Dios, poniendo en Él nuestra esperanza y nuestra confianza. Los cristianos sabemos que todo no acaba con la muerte. Sabemos que el amor es más fuerte que la muerte. Desde el 6 de mayo que llegué a Monterrey, la tierra que me vio nacer de milagro hace casi 58 años, he palpado la muerte muy de cerca. Han muerto, casi seguidos, familiares y amigos entrañables: Osvaldo Batocletti, el profesor José Hernández Gama, Gerardo, el señor Juan Alfaro y mi padre la semana pasada, y ayer José Adrián mi sobrino. Han muerto también otras personas, familiares y amigos de amigos que tanto aprecio, como la tía de la hermana María Elena, Joel y familia —la tía Dolores— y el tío de los vecinos de Adriana y Mauro y los he podido acompañar. Se ha ido de este mundo gente que queremos. Esto me deja esta mañana de oración, pensando en el apóstol san Pablo que dice: «Para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia. Pero si viviendo en este cuerpo puedo seguir trabajando para bien de la causa del Señor, entonces no sé qué escoger. Me es difícil decidirme por una de las dos cosas: por un lado, quisiera morir para ir a estar con Cristo, pues eso sería mucho mejor para mí; pero, por otro lado, es más necesario por causa de ustedes que siga viviendo.» (Flp 1,21-24).
En cada funeral he saludado a mucha gente muy querida y dadas las circunstancias, algunos nos hemos estado viendo muy seguido y nos hemos consolado mutuamente con la seguridad de que cada persona que muere vivirá en la vida eterna según lo que haya elegido previamente en esta vida. Hemos celebrado todos estos funerales de gente buena y hemos comprobado que lo que la Palabra de Dios en el libro de las Lamentaciones dice, es verdad: «Que la misericordia de Dios no termina y no se ha agotado la ternura del Señor; que antes bien, se renueva cada mañana porque grande es su fidelidad» (cf. Lam 3,21-23). El salmo 104 [105] del que tenemos un fragmento en la liturgia del día de hoy empieza diciendo: «Aclamen al Señor y denle gracias» y, esa pequeña frase, es la que me ha hecho recordar a cada uno de estos seres queridos que ya han sido llamados por el Señor. El salmista sigue diciendo: «Entonen en honor del Señor himnos y cantos, celebren sus portentos». Y yo, desde mi pequeñez celebro, repasando estas vidas hermosas, sus portentos en estas personas maravillosas, cuyo recuerdo produce en mi ser de criatura una gran admiración recordando sus cualidades excepcionales y recordando que no estamos dejados de la misericordia de Dios, porque nos acompaña siempre, en el contento y en el dolor; y si mantenemos la fe incluso en las situaciones límite como las que hemos estado viviendo, podremos decir con el salmista esta mañana: «Ni aunque transcurran mil generaciones, se olvidará el Señor de sus promesas».
El Evangelio de hoy me viene como anillo al dedo diciendo: «Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo los aliviaré. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga, ligera» (Mt 11,28-30) y pensando en el corazón, en los sentimientos, en la vida de quienes nos han dejado en estos días que siento que pasan muy rápido, me quedo meditando en una cosa: Hay un común denominador en la vida de quienes me ha tocado acompañar dando el último adiós... y es que el Señor piensa siempre en todos, pero en especial en los que ocupan el primer lugar en su corazón y en su preocupación: los pequeños y humildes, los que sufren, los enfermos... todos los que están rendidos y agobiados por la enfermedad o por el peso de los años y que han vivido su fe al cien. Es muy cierto que si uno se abandona verdaderamente en Dios, queda, en medio del dolor, que muchas veces —como me ha toda estos meses— es muy profundo, realmente reconfortado, agradecido, colmado de serenidad y de alegría. Termino hoy mi reflexión con una pequeña oración: Oración: «Señor, providencia de los pueblos y luz de nuestras almas que te haz quedado en la Eucaristía y a la vez nos esperas en el cielo, haznos comprender a todos que la vida es un don tuyo y que, aún en medio de las adversidades, eres Tú quien nos diriges atentamente con mociones e impulsos de amor para consolarnos, derrama en nosotros tu inspiración y tu gracia como lo hiciste con María tu Madre, a quien le diste fortaleza para estar al pie de la Cruz»... Dales, Señor, el descanso eterno... y brille para ellos la luz perpetua. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
P.D. Los funerales de José Adrián serán en las Capillas Marianas desde hoy a las 8 de la mañana hasta mañana a las 6 de la mañana. Habrá una Misa de Cuerpo Presente hoy 18 de julio a las 8 de la noche en las mismas capillas y mañana, 19 de Julio, habrá una Misa con las cenizas a las 8:30 de la noche en la parroquia de Nuestra Señora de Lourdes.
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