jueves, 4 de julio de 2019

«Caminamos hacia la eternidad»... Un pequeño pensamiento para hoy


Si vamos a la Biblia y leemos el salmo 116, nos topamos con que este es el salmo responsorial de la liturgia de la palabra del día de hoy, un salmo de acción de gracias que hace parte del «Hallel» que los judíos cantan al finalizar la comida Pascual, después de recordar la liberación de la esclavitud de Egipto. Este contexto es el telón de fondo de este hermoso cántico. Los prisioneros liberados, los antiguos deportados, los que han escapado a un grave peligro, los que han salido de una situación difícil... comprenderán mejor. Israel estaba atado en las redes del poder del terrible faraón, sin ninguna libertad, amarrado con nudos de la más dura sujeción: sofocado en medio de una civilización de un paganismo idolátrico impresionante. El pueblo de Dios, ante esa realidad de opresión, se sentía como muerto. Se sabía «pequeño y débil» frente al tremendo poder del estado opresor. Israel «gritó». Y Dios escuchó su clamor, nos dice la misma Sagrada Escritura (Exodo 2,23-24). Dios liberó a Israel, y lo hizo entrar en la «tierra del reposo», «la tierra de los vivos»... Esta tierra de Canaán en que se vive a gusto, la tierra misma de Dios, en donde está su Casa y su Ciudad, la tierra en que uno puede vivir «en presencia del Señor». 

Rezando este salmo podemos ver hasta qué punto este poema está impregnado del acontecimiento Pascual. Digo todo esto, porque no podríamos orar con este salmo, olvidando su contexto histórico. Es un salmo que recitamos en nombre de todos aquellos que sufren, poniéndonos en el lugar de quienes, como el pueblo de Israel, caminan con la conciencia de que el Dios compasivo —como a aquel pueblo— es nuestra esperanza. Jesús oró con este salmo la tarde del Jueves Santo, en «acción de gracias» por su última cena. Al instituir la Eucaristía (Eucaristía = acción de gracias), en el cuadro de la comida pascual tradicional de su pueblo, Jesús debió orar este salmo con particular fervor. Por eso nosotros, incansablemente, celebrando constantemente la Eucaristía alrededor del mundo, damos gracias al Padre «que lo salvó de la muerte... Y «que nos salva por su Resurrección», esperando nuestra propia resurrección. Este día, la liturgia de la Palabra, junto al sacrificio que Dios le pide a Abraham, que de entrada asusta, porque le pide que le sacrifique a su hijo Isaac y que al final del relato nos deja ver la compasión de Dios (Gn 22,1-19); y junto también al relato del paralítico curado por la compasión de Jesús en el Evangelio (Mt 9,1-8), nos acercamos a este salmo con profunda reverencia, sabiendo que labios más puros que los nuestros lo rezaron ante la presencia de la muerte ya inminente. La Iglesia lo coloca hoy, como salmo responsorial, porque, también nosotros, ante situaciones y pruebas difíciles que Dios nos pone en la miseria de nuestra existencia terrena, conocemos las tribulaciones de la vida, los duros momentos de la enfermedad y el sobresalto de la muerte. 

Caminamos hacia la eternidad, y la sombra del último día se cierne sobre todos los demás días de nuestra existencia. Siempre que Dios hace algo sin dar explicación, debemos confiar en su sabiduría soberana y su compasión. Sus propósitos están por encima de nuestro entendimiento y Él los lleva a cabo para el beneficio de todos a quienes concierne. A menos que Dios expresamente revele su plan, la Escritura nos dice: «¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!» (Rom 11,33). Dios no le aclaró a san Pablo el porqué le dio un aguijón en la carne, simplemente lo animó para que confiara en su compasión y la abundancia de su gracia. Muchos son los personajes de la Biblia, no solo Moisés, o Pablo, o Nuestro Señor Jesucristo, que aparecen experimentando esa compasión de nuestro Padre Dios que a nosotros tampoco nos deja solos. Con todo esto, la Iglesia nos invita a orar con este salmo poniendo nuestra mirada en la compasión de nuestro Dios que nos hace pensar en el premio que nos espera. Mientras seguimos avanzando, llenos de fe, esperanza y amor, atravesando este «Valle de lágrimas» como dice La Salve, tenemos que sufrir y con la paciencia conseguir la vida eterna, como dijo el Señor: «Mediante su paciencia salvarán sus almas" (Lc 21,19). Dios, que nos dio a la Virgen María como modelo de todas las virtudes, nos la dio muy especialmente como modelo de esta paciencia, confiada en la compasión de Dios, con la que hemos de seguir hasta el final. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico! 

Padre Alfredo. 

P.D. Encomiendo a mi padre, que sigue hoy en el hospital.

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