lunes, 8 de julio de 2019

«Descanso en el Señor»... Un pequeño pensamiento para hoy


La vida moderna es vibrante, agitada, agobiadora. Mucha gente se queja de no tener tiempo para nada, muchos dicen que no encuentran un espacio de tiempo para orar a lo largo de su jornada. Pero bien sabemos que hay una cosa, hace falta quererlo y preverlo, teniendo por ejemplo en la mesita de noche un libro de espiritualidad que nos recuerde oportunamente que debemos «terminar» nuestra jornada mediante algunos minutos de plenitud interior, con Dios... ¿por qué no el libro de los Salmos? El salmo 90, que hoy tenemos en Misa como Salmo Responsorial, es particularmente útil para prepararnos a un sueño realmente reparador. Acompañando al salmista, podemos nosotros también pedirle a Dios la tranquilidad, la calma, la esperanza y descansar en él sin llenar las noches con preocupaciones y angustias, que turban el inconsciente, y el reposo. Qué útiles resultan estas palabras de confianza: «Tú que vives al amparo del Altísimo y descansas a la sombra del todopoderoso, dile al Señor: “Tú eres mi refugio y fortaleza; tú eres mi Dios y en ti confío”». 

En hebreo, el verbo «descansar» del segundo versículo de este salmo, significa «pasar la noche a la sombra del Altísimo». Como Salomón cuando venía a pasar la noche en Gabaón (I Reyes 3,4-15) o como Saúl, que solicitaba un oráculo (1 Samuel 28, 5-6), antes de dar una batalla decisiva, cuando este Rey de Israel viene a pasar una noche en oración en el Templo. Por eso este salmo es utilizado en el rezo de la Liturgia de las Horas en las «Completas», cuando ha caído la tarde y el alma del creyente se prepara a «descansar bajo la sombra protectora del Todopoderoso» para ser liberado de los terrores nocturnos y del mal que ronda en la oscuridad... La «noche», debe ser para el hombre y la mujer de fe un tiempo propicio para el recogimiento, pasado «al abrigo del Altísimo, bajo su sombra». ¡Una noche de vigilia antes del combate del día siguiente! Estoy ya en la Casa Noviciado de nuestras hermanas Misioneras Clarisas, en donde ya por varios años, paso unos días de Julio dando Ejercicios Espirituales y acompañando espiritualmente a las hermanas que participan en el «Mes Inesiano», un espacio de tiempo para profundizar en la doctrina de nuestra madre fundadora, la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento. Tengo aquí la oportunidad de estar en un lugar propicio para orar. ¿Para qué orar? Preguntarán algunos, cuando hay tanto que hacer y cuando alrededor hay tantas situaciones difíciles y penosas como la enfermedad de mi padre. 

Hay que luchar, ¡sí!, pero hay que orar. Todos hemos tenido la experiencia de nuestras debilidades e incapacidades, por eso hemos de entender que el primer objetivo de la oración, no es evadir la realidad, sino retomar fuerzas «descansando en Dios» para seguir en la batalla. A veces nos sentimos atrapados por las tremendas realidades que vivimos y que nos parece que no hay salida para ellas. Y no la habría si todo dependiera de nosotros. Pero estamos sostenidos por un Dios que quiere nuestra felicidad más que nosotros mismos. Y él, que conoce nuestras oscuridades, nuestros temores, nuestras rendijas, sabrá conducirnos en el desierto de este mundo en el que, en medio de la soledad y los momentos de oscuridad o de confusión, descubramos que no hay nada comparable a su amor. El salmo 90 nos invita a sentirnos atraídos por la fuerza seductora de Dios que restaura nuestras ansias de vivir envueltos en él y en su santa voluntad. «Cuando tú me invoques, yo te escucharé; en tus angustias estaré contigo». Dios no rompe sus promesas y cuidará de cada uno devolviéndonos la vida como a la hemorroísa y a la niña del Evangelio de hoy (Mt 9,18-26) y volveremos a vivir. Pidámosle a la Santísima Virgen María que sea nuestra compañera en ese descanso en el Señor. ¡Bendecido lunes! 

Padre Alfredo.

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