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«¿Podrán beber el cáliz que yo he de beber?», pregunta el Señor Jesús a Santiago y a su hermano Juan, que han convencido a su madre de acercarse Jesús para pedirle un privilegio especial: « Concédeme que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, en tu Reino». La pregunta que hace Jesús, como respuesta a lo que aquella mujer, engatuzada por sus hijos para buscarles un puesto especial, la realiza Jesús no solamente a ellos, sino a todo aquel que decida seguirlo. La palabra «cáliz» está asociada a la palabra «sufrimiento» pero no al sufrimiento inútil, que solo sirve para obligar a ser «amado o reconocido» sino al sufrimiento útil, el cáliz, el que se ejerce para conseguir un bienestar colectivo como el sufrimiento que nos presenta hoy el salmista en el salmo 125 [126]. Ese sufrimiento donde consciente e inconscientemente, se abandonan o aplazan objetivos personales para alcanzar algo a otros. «Entre gritos de júbilo cosecharán aquellos que siembran con dolor» dice el escritor sagrado, y, con estas palabras del salmo, vemos claramente que esa cosecha no es solamente para el que ha sembrado con dolor, sino que servirá para muchos, para otros que tal vez no entenderán las lágrimas del que ha sembrado. Sin esta característica, la cosecha no tendría sentido, se echaría a perder por no compartirse con los demás. La mejor expresión del Amor Divino, es la acción de darse y dar de lo que uno ha cosechado sin ningún interés personal.
Sembrando con lágrimas, el que quiere seguir a Jesús sabe que está llamado a esperar la cosecha para salvar a muchos como lo hizo Jesús al morir por todos (Jn 16,22). Este salmo, visto desde esta perspectiva que debemos tener como discípulos–misioneros se hace todo un «programa» de trabajo y responsabilidad: «Entre gritos de júbilo cosecharán aquellos que siembran con dolor» En este sentido, la salvación no se hace «¡sin nosotros!» Hay que hacer todo lo que está de nuestra parte para transformar el mundo. El grano sembrado parece perdido, y en los países de hambre, el sembrador «sacrifica« trigo del cual se priva momentáneamente y que podría comer: hay motivo suficiente para llorar. Pero sin ese sembrar con lágrimas por el sacrificio que ello implica, no habrá cosecha. Nuestra colaboración en la salvación, nuestra forma de sembrar, es aceptar madurar como el «grano de trigo que se pudre para dar fruto» y no pensar en ocupar lugares especiales o buscar motivaciones puramente humanas. Debemos vivir las pruebas de la vida como «comuniones» con el misterio de la cruz de Jesús. Las palabras del salmista son elocuentes: primero el abatimiento, el entierro... luego el peso de las gavillas cargadas de espigas maduras. El salmista pone una nota dominante en este salmo, es la nota que debe animar nuestra vida aunque haya momentos dolorosos en donde se experimenta el cansancio, la soledad, la incomprensión... esa nota es la alegría, una alegría que explota en risas y canciones. Porque, al tener ya lista la cosecha, dice el salmo: «No cesaba de reír nuestra boca, ni se cansaba entonces la lengua de cantar». No nos quedemos viendo, pues, el cansancio y las lágrimas que cuestan el sembrar, sino acompañados de María, la Madre de Jesús, la que sí sabe que elegir, veamos ya con alegría que la cosecha es mucha, abundante, generosa, una cosecha que alcanza para que todos tengan el amor de Dios. ¡Bendecido jueves sacerdotal y Eucarístico!
Padre Alfredo.
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