sábado, 20 de julio de 2019

«Otro Cristo en la plenitud sacerdotal»... Un pequeño pensamiento para hoy

El salmo responsorial de este sábado, está compuesto por algunos versículos del salmo 135 [136] muy bien articulados. Este es un salmo muy hermoso que, originalmente, en cada uno de sus 26 versículos repite la frase: «porque es eterna su misericordia». Hoy la respuesta al salmo se centra en la frase: «Demos gracias al Señor, porque él es bueno», frase que se encuentra al inicio de esta bella composición de alabanza y de acción de gracias. Si leemos el salmo completo, podemos imaginar una gran multitud del pueblo de Dios en los atrios del templo. Un sacerdote o un levita clamaba una razón para darle gracias a Dios, y el pueblo respondía con un, «porque es eterna su su misericordia». En la tradición judía este salmo, tan bien articulado, ha sido llamado el gran Hallel (el gran Salmo de la alabanza) por la manera en la que representa la bondad de Dios hacia su pueblo y los motiva a alabarlo por su misericordia y su firme amor. Sí, todos sabemos que el Señor es bueno y que uno de sus atributos que prevalece siempre en Él es su infinita misericordia. El hecho de que Dios es bueno es fundamental para todo lo que Él es y hace. Sabemos que Dios es amor (1 Jn 4,8; 4,16), y ese amor es una expresión de su bondad. Esta es una maravillosa razón para darle alabanza a Dios. 

Dios, por su infinita misericordia, es la fuente del bien, el bien del bien, el sustentador del bien, el perfeccionador del bien, y el recompensador del bien. Por todo esto Él merece la constante alabanza de su pueblo y por esa razón el salmista pregona la bondad del Señor para con todos, porque Él se acuerda siempre de los suyos. Dentro de un rato, muchos seremos testigos de la bondad y de la misericordia del Señor al participar en la ordenación sacerdotal del diácono Eutiquio Pacheco Hau en la Catedral de aquí de Monterrey. El Señor, que es bueno y misericordioso, elige hombres de entre el pueblo para que, mediante el ministerio sacerdotal, sean colaboradores para extender esa bondad y esa misericordia del Señor. El Evangelio de hoy (Mt 12,14-21) nos ayuda a ver que la obra de Jesús no va destinada solamente al pueblo elegido, ni tampoco a los primeros pueblos que tuvieron la suerte de recibir el evangelio. Todas las naciones son amadas de Dios en Cristo, y Jesús sigue siendo enviado a todas ellas a través de sus misioneros. Eutiquio tiene muchos años de misionero, es Misionero de Cristo para la Iglesia Universal y ha sentido el llamado del Señor para ser sacerdote para siempre. 

¡Maravillosa vocación! vocación de imitar al Señor, vocación de ser —como decía la beata María Inés Teresa— «otro Cristo en la plenitud sacerdotal», vocación de amar, de no quebrar lo cascado, de no apagar los pequeños destellos de luz que aún subsisten en la fe de los discípulos–misioneros en medio de este mundo que parece olvidar la existencia y la acción de la bondad y la misericordia del Señor; vocación de dar esperanza, de haber querido ser como Cristo para salvar a la humanidad. Pidamos por quien dentro de un rato más será ya «el padre Eutiquio». Pidámosle al Señor, por mediación de su Madre Santísima, que también es Madre de las vocaciones que nuestro hermano Eutiquio como siervo elegido y amado por el Señor, sea, en su sacerdocio, un pregonero humilde y paciente que ayude a que no se apague «la mecha que aún humea» en la fe de muchos y que, como misionero, piense siempre en esos que aún no conocen al Señor. ¡Bendecido sábado y felicidades a nuestro hermano por el don de la ordenación sacerdotal que hoy recibe!

Padre Alfredo.

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