martes, 30 de julio de 2019

«El Señor es compasivo y misericordioso»... Un pequeño pensamiento para hoy


El salmo 102 [103] es un salmo que condensa todas las vibraciones de la ternura humana, y las transfiere a los espacios divinos. De una manera muy especial, el autor sagrado, conmovido por la benevolencia divina y levantando en alto el estandarte de la gratitud exclama: «El Señor es compasivo y misericordioso, lento para enojarse y generoso para perdonar». Ciertamente que no hay otra palabra que mejor defina a Dios que esta: «misericordia»; ella expresa admirablemente los rasgos fundamentales del rostro divino. Es, además, hija predilecta del amor y hermana de la sabiduría; nace y vive entre el perdón y la ternura. Estas dos palabras que utiliza el salmista, entrañablemente emparentadas —compasión y misericordia— sintetizan la riqueza viviente de este salmo de sabor muy evangélico. El autor del salmo, se mete en las entrañas mismas de Dios, esto es, de la misericordia divina, y, después de desmenuzar todos los tejidos constitutivos, va sacando a la luz los mecanismos e impulsos que mueven el corazón de Dios: «Como un padre es compasivo con sus hijos, así es de grande su misericordia. 

Así como un padre es compasivo con sus hijos, así es compasivo el Señor con quien lo ama, pues bien sabe él de lo que estamos hechos y de que somos barro, no se olvida». Habiendo modelado al hombre entre sus dedos con un poquito de barro, el Señor conoce perfectamente la madera y el misterio que hay en el ser humano, Él sabe que éste desea mucho y puede poco. La razón le dice una cosa, y la emoción, otra. Lucha por agradar al otro, y no lo consigue. Se esfuerza por vivir en armonía con todos y frecuentemente vive en conflicto. Largos años brega para ser humilde y equilibrado y no puede. Su mente es una prisión en la que se siente encerrado, y le es imposible salir de ese cerco. Sin poder comprenderse, desconocido para sí mismo, en posesión de una existencia y una personalidad que él no las escogió, nacido para morir, sin poder actuar como él desearía, sin saber qué hacer consigo mismo mueve la compasión y la ternura —en una palabra, la misericordia— de su Hacedor. Hoy el salmo responsorial me hace pensar en los sentimientos que inevitablemente surgen en el corazón de Dios, cuando se asoma al barro humano. Por eso ante la contemplación de la miseria humana, no surge en el corazón de Dios sino solamente compasión y misericordia. Y no podía ser de otra manera porque Él nos conoce mejor que nosotros a nosotros mismos, y por eso nos comprende y perdona más fácilmente que nosotros a nosotros mismos. De esto deducimos ¡qué sabio y realista es el contenido de la enseñanza de Jesús! 

Dios siembra en nuestras vidas buena semilla: el trigo. Pero hay alguien —el maligno, el diablo— que siembra de noche la cizaña, nos recuerda el Evangelio de hoy (Mt 13,36-43). Pero Dios tiene una paciencia que le llega hasta el final de los tiempos. Hasta entonces, estará esperando, compasivo y misericordioso, que suceda lo que a nuestros ojos resulta absolutamente imposible: que la cizaña se convierta en trigo. Como el dueño del campo espera el tiempo de la cosecha para arrancar la cizaña. Hoy el salmo y el Evangelio me invitan a aprender mucho de esa compasión y misericordia de Dios. Estas van intrínsecamente unidas con su ilimitada capacidad para perdonar, para acoger, para amar, para recrear lo que el mismo hombre ha destrozado. Veo la mirada de la Virgen en una imagen grande del rostro de la Guadalupana que está en la sala de la casa de mi madre y le digo: alcánzame de tu Hijo Jesús la gracia de que mis ojos se vuelvan siempre hacia el prójimo con una mirada de amor para verlos como me ven tu Hijo y tú a mi, con mi miseria y mi pequeñez, más allá de la indignidad de mi vida, de mis circunstancias, de mis máscaras, de mis pecados y de mis orgullos y sufrimientos! Ayúdame, Madre, a ver al prójimo como quiere tu Hijo que lo vea, con mirada compasiva y misericordiosa para que pueda amarlo como tu Hijo y tú me aman a mí, con compasión y misericordia que tanto me conmueve en la liturgia de hoy. Amén. ¡Bendecido martes! 

Padre Alfredo.

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