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Gloria Esperanza Elizondo García nació en Durango el 26 de agosto de 1908 y recibió su bautismo el 4 de octubre de ese mismo año. Al contar con un año de vida enfermó gravemente de una fiebre maligna y los médicos le daban poca probabilidad de vida, sin embargo, Dios tenía otros planes y la pequeña se recuperó.
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El 8 de septiembre de 1933 murió don Alberto su padre, y desde entonces se convirtió en un fuerte apoyo para su madre, la señora Otila García ayudándola tanto en la cuestión económica como en la formación de sus hermanos más pequeños confiando siempre en la devoción que su madre le había enseñado al Santo Niño de Praga.
Entre sus grandes dotes estaba el dibujo y la pintura, al grado de que llegó a dar clases de estas disciplinas. En piedras pequeñas, dibujaba admirables paisajes, algunos de los cuales aún se conservan.
Desde muy joven demostró su amor al servicio y una gran caridad hacia todos. Tenía como apostolado, por aquellos años, el visitar a los enfermos mentales en el Hospital Universitario donde cada domingo les llevaba dulces, galletas y ropa. En Navidad les organizaba una comida y les llevaba regalos especiales como cobertores y otros artículos de uso personal. Desde aquellos años se veía cómo el servicio y la caridad de esta extraordinaria mujer convertía el corazón de algunos de estos enfermos que se serenaban, lloraban y hasta le besaban las manos, agradecidos. Su apostolado tuvo también como campo de acción la Penitenciaría del Estado, a donde hacía frecuentes visitas llevando consuelo y palabras de aliento, especialmente a la sección de mujeres, por quienes sentía una gran preocupación.
El servicio en el amor al prójimo estuvo presente de manera muy especial toda su vida ayudando de cuanta manera podía a quienes de una u otra forma necesitaban que alguien les echara una manita.
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En 1940, y llena de experiencia laboral, esta comprometida mujer abrió su propia compañía empacadora de pescado y de otros productos en Ciudad Victoria, Tamaulipas. Allí cuido de dar trabajo a la mayor cantidad de empleados que pudo, sin saber que en aquel lugar encontraría un campo muy amplio para realizar una extraordinaria tarea apostólica. A su empresa le dio el nombre de «Productos Cruz de Oro» y propició un ambiente familiar entre todos los trabajadores infundiéndoles a través del servicio, el amor a Cristo. En 1946 recibió en esa entidad la medalla de Hija de María.
Gloria aderezaba sus compromisos de empresaria con una gran labor social y de servicio apostólico, motivando a las mujeres a inscribirse en la Acción Católica Femenina y organizando en Ciudad Victoria algo nunca visto antes: una serie de conferencias para profesionistas y maestros por una parte y reuniones para matrimonios por otra, además de dar un gran impulso al catecismo de los niños, por los que siempre tuvo una especial predilección. Para lograr catequizar a tantos niños, involucró a sus mismas trabajadoras, a quienes las impulsaba a ir como parte de sus horas de trabajo sin descontarles alguna parte del sueldo.
Cada sábado alquilaba un camión para llevar a los niños a Misa por la mañana y al parque por la tarde para que disfrutaran jugando. Los domingos y los días de fiesta de precepto, rentaba también algún camión para que la gente pudiera ir a Misa hasta que tuvo la oportunidad, con ayuda de otros empresarios de construir una Iglesia cercana dedicada a la Madre de Dios bajo el título de «Nuestra Señora del Sagrado Corazón». En fin, con un incansable espíritu de servicio veló incluso por las jovencitas que se dedicaban a la prostitución para sacarlas de esa condición y por los pobladores de «La Pesca» el pequeño poblado de donde le enviaban el pescado. Logró que las Madres del Buen Pastor se establecieran en Cd. Victoria en donde hasta la fecha hacen mucho bien a muchas jovencitas de la región salvándolas de la mala vida. Instaló un taller de oficios para mujeres de cualquier edad para que tuvieran un trabajo digno como modistas, mecanógrafas, estilistas y demás.
Para ella no había ningún obstáculo invencible tratándose de acercar las almas a Dios. Gracias a su dedicación —por poner un ejemplo—en el año de 1942, preparó a 80 parejas que regularizaron su matrimonio en una sola celebración. Visitaba frecuentemente el Hospital Civil de Cd. Victoria llevando fruta, ropa, medicinas, ayuda espiritual y recursos para ayudar a pagar cuentas de gente pobre. Ella misma aseaba y curaba a los más necesitados y abandonados. Siempre humilde, rehuía a toda clase de homenajes pensando en aquello de «Que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu mano derecha» (Mt 6,3). Aunque por su destacada labor de servicio no pudiendo escapar a todos.
En 1950, no deseando estar más tiempo separada de su familia, regresó a Monterrey a trabajar en la empresa familiar como directora del departamento de Instalaciones. Allí buscó la forma de entrar en contacto con los trabajadores de la planta organizando con ellos y para ellos reuniones, misas y convivencias para acercarlos más a Dios. Para los más pobres y desamparados reservaba siempre lo más exquisito de su bondad atrayente y persuasiva.
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Allí, ya en el convento, escribió un libro de la vida de Nuestro Señor Jesucristo que alcanzó más de 90,000 ejemplares, sabiendo que este era un medio sencillo para que la gente pudiera conocer a Jesucristo más de cerca. Hizo su profesión religiosa el 16 de abril de 1957 y tomó el nombre de «Gloria María de Jesús» y recién profesa fue nombrada Delegada ante la Pontificia Unión Misional del Clero debido a su gran espíritu misionero y además era maestra de postulantes.
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Como religiosa su espíritu de servicio se acrecentó. Siempre tenía tiempo para «consultarlo todo con Nuestro Señor» y para escuchar a todos dentro y fuera del instituto. A iniciativa suya se inició en Monterrey el Movimiento de «Cursillos de Cristiandad» para mujeres, apoyada por la célebre escritora Ana María Rabatté y Cervi como rectora del primer cursillo para damas.
Entre otras cosas y en medio de todas las ocupaciones que una superiora general puede tener, todos los días, después de la oración, visitaba a las religiosas que estaban enfermas, llevándoles una palabra de consuelo, por la noche hacía lo mismo y les daba su bendición.
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Es fácil, hablar de amor y de caridad, pero resulta muy difícil vivirlos, porque amar significa «servir», y «servir» exige renunciar a sí mismo. Amar cuesta, porque servir cuesta. Sirve la mujer que plancha hasta tarde la camisa que su marido necesita; o que pasa la noche junto al hijo enfermo. Sirve quien apaga la televisión para recibir al vecino y escuchar sus problemas. Sirve quien renuncia a unas horas de descanso para ir a pasear con sus hijos, para participar en una reunión parroquial o para auxiliar a alguien. Sirve quien como la Sierva de Dios Gloria María, responde al compromiso bautismal como seglar o como consagrado.
P. Alfredo Delgado Rangel,
Vice-postulador de la Causa.
P. Alfredo Delgado Rangel,
Vice-postulador de la Causa.
ORACIÓN DE INTERCESIÓN:
Oh Señor, Buen Dios, que guiaste a la Madre Gloria María para que amara profundamente a Jesucristo y a su Iglesia, dejándose guiar por el Espíritu Santo, viviendo en sencillez y sabiduría su vida cristiana; por ese amor a Ti se dedicó a servir y amar a los más necesitados a ejemplo de Cristo, tu hijo amado; suplicámoste por su intercesión nos concedas la gracia que te pedimos. Se hace la petición y se reza un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria. Te rogamos que sea elevada a la gloria de los altares, y su ejemplo nos ayude a vivir cada día mejor nuestra vida cristiana.
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