Echándole hoy un vistazo a la primera lectura, tomada del libro del Éxodo Mirando a la primera lectura del libro del Éxodo (Ex 1,8-14.22), salta a la vista la persecución que sufrió el pueblo hebreo mientras estaba en Egipto; allí les oprimían y «les hicieron pesada la vida, sometiéndolos». Si hoy la liturgia de la palabra nos hace leer estos viejos textos de la Escritura, no es para hacer «historia antigua», sino para descubrir los hábitos y los actos de Dios: creemos que Dios tiene siempre las mismas actitudes, él es el «salvador» y «liberador»... Él es un Dios que no está en las nubes, es un Dios que está comprometido en la historia de los hombres... Así, nuestra fe, no puede ser —como algunos afirman— un opio adormecedor, sino una opción para la liberación y la promoción total de nosotros mismos y de nuestros hermanos. ¡Y Dios está con nosotros! Con ciertas condiciones, claro está, pero nunca nos abandona. La descripción que hace el Éxodo en este fragmento de este interesante libro de la Biblia, es trágica y me deja pensando en que, con detalles más o menos parecidos, existen, en nuestros días, situaciones del tipo que describe el autor sagrado: trabajos penosos... impuestos... genocidio...
Sí, hoy sigue habiendo muchos «oprimidos», «despreciados», «aplastados», «descartados», como dice el Papa Francisco, gente cuya vida «es demasiado dura», categorías enteras de «los sin voz», encerrados en «la trampa» de las injusticias de este mundo enfrascado en el consumismo y materialismo que acaba con la felicidad de muchos para hacer el gusto de unos cuantos. Creo que si miramos alrededor podemos poner nombres concretos, quizá hasta algunos rostros, sobre estas «Palabras de Dios» relatadas aquí. Pero en todo creyente, aún en medio del dolor y de la persecución, surgen expresiones de esperanza y de gratitud como la del salmista de hoy: «Nuestra vida se escapó como un pájaro de la trampa de los cazadores. La trampa se rompió y nosotros escapamos. Nuestra ayuda nos viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra (Sal 123 [124]). Hoy también nosotros podemos, reconociendo tantos beneficios que el Señor nos ha dado, rezar con el salmista que empieza su cántico con un reconocimiento a Dios: «Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte...». Las situaciones de injusticia son consecuencia de hombres y mujeres que se dejan llevar por el mal, por el pecado, por el egoísmo a lo largo de la historia. Situaciones de opresión económica y humana que parecen edificar escenarios repetitivos a lo largo de la historia de la humanidad. Situaciones de persecución, de genocidio, de guerras en diferentes partes del mundo, de las que nos enteramos, día tras día, por los medios de comunicación y las redes sociales, y no nos tendrían que dejar indiferentes.
A Dios le sigue doliendo el sufrimiento de su pueblo, del pobre y del débil, y busca las personas para la liberación de los oprimidos. Lo mismo que entonces a Moisés, ahora nos encarga a nosotros —a los cristianos y a todos los de buena voluntad— que luchemos contra la injusticia que envuelve a nuestro mundo. La beata María Inés Teresa hablaba de «dos alas» que nos ayudan a librarnos a nosotros mismos y a muchos a través de nosotros de la trampa del cazador: «La oración y el sacrificio.» Decía ella: «La oración y el sacrificio son las dos alas poderosas con que se vuela por el campo misional en busca de palomitas que presentar al Amado. Al alma que siempre se eleva por las regiones de lo sobrenatural, nada ni nadie puede impedirle el vuelo; en vano le tenderán lazos; sus dos fuertes alas la sostienen, y la llevan infaliblemente a su fin: conquistar almas para Cristo» (Lira del Corazón, pp.126-127). No podemos ser cristianos de domingo, para luego empezar el lunes engañando en nuestro trabajo, defraudando a nuestros amigos o servirnos de nuestros familiares para lo que nos interesa. Ser cristiano, día a día y minuto a minuto es el desafío que nos lanza Jesús en el Evangelio de hoy (Mt 10,34-11,1) y siempre. No se puede ser discípulo si no se aprende a amar sin excluir a nadie, si no se aprende a pasar por el camino de la cruz que purifica el corazón y la mente y si no se aprende a extender las alas de la oración y el sacrificio para salvar la vida de los demás. Que la Virgen Santísimo nos ayude a no quedar atrapados en tanta clase de trampas que ha colocado el enemigo en el mundo actual. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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