sábado, 6 de julio de 2019

«Dios escribe derecho en renglones torcidos»... Un pequeño pensamiento para hoy

La liturgia de la palabra de la Misa de hoy sábado nos presenta la primera parte del Salmo 134 [135], un himno de carácter litúrgico, entretejido de alusiones, reminiscencias y referencias a otros textos bíblicos. La liturgia —no sólo el día de hoy— construye con frecuencia sus textos recurriendo al gran patrimonio de la Biblia, rico repertorio de temas y oraciones que sostienen el camino de los fieles. Nos encontramos en la atmósfera viva del culto que se desarrolla en el templo, el lugar privilegiado y comunitario de la oración. En ella, se experimenta de manera eficaz la presencia de «nuestro Dios», un Dios «bueno» y «amable», el Dios de la elección y de la alianza (cf. vv. 3-4). El salmo comienza con una amplia y apasionada invitación a alabar al Señor (cf. vv. 1-3). La llamada se dirige a los «siervos del Señor, los que están en la casa del Señor, en los atrios de la casa de nuestro Dios» (vv. 1-2) para luego proclamar la profesión de fe, que comienza con la fórmula «Yo sé» (v. 5), haciendo, en el resto del salmo, que vale la pena leerlo completo, el «Credo» que constituirá la esencia de todo el himno en una proclamación de la grandeza del Señor (ibídem), manifestada en sus obras maravillosas. 

El salmo responsorial de hoy, que solamente es un fragmento, alude explícitamente a la preferencia de Dios por Jacob, llamado también Israel: «Te alabamos, Señor, porque eres bueno.... El salmista recordará que Dios «escogió a Jacob, a Israel como posesión suya». Por eso se hará clásico llamar a Dios hasta nuestros días: «el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob» refiriéndose a la familia de la que nacerá, a su tiempo, el Mesías, Jesús de Nazaret. En la historia, el amor divino se concretiza, se hace visible y se puede experimentar. Esta realidad, vivida ya por el pueblo de Israel, se manifiesta de un modo totalmente nuevo y especialmente elocuente en Jesucristo, en el misterio de su muerte y resurrección, que es la máxima expresión de la libertad y de la salvación. Dios no actúa según los criterios humanos, sino según su amor y libertad. Desde esta perspectiva hay que entender al salmista, que recalca la primogenitura de Jacob de la que habla la primera lectura de hoy (Gn 27,1-5.15-29). Dios no actúa necesariamente según los méritos de las personas, sino que es libre en su amor y en su misericordia. Cuántas veces elige como colaboradores a los más pobres y débiles según el mundo. ¿Eligió Jesús como apóstoles a los que estaban mejor preparados, a los más sabios, a los más prestigiosos en la sociedad de su tiempo? ¿no escandalizó a los fariseos cuando llamó, por ejemplo, a Mateo, que era un publicado? Al ver el nombre de Jacob ensalzado en el salmo de hoy y ver luego quién es él en la primera lectura, no parece muy alto el estándar moral de este texto del Antiguo Testamento en la que un astuto y tramposo Jacob logra lo que quiere a costa de engañar al propio papá y al hermano. 

Es que la Biblia no es una colección de vidas ejemplares, la Sagrada Escritura no nos presenta la vida de unos pocos seres excepcionales sino lo excepcional que puede ser la vida cuando Dios la toma y la transforma. La Biblia nos presenta solamente productos terminados y perfectos, que de poco servirían, porque siempre uno podría argüir: «ese no es mi caso; ese no soy yo». Cuando uno ve que hasta un tramposo empedernido como Jacob entra en la providencia de Dios, y que Dios se vale de él para llevar adelante sus planes, aunque sin dejar de darle sus lecciones al mismo Jacob, entonces uno tiene que decir: «ni siquiera mi miseria humana, ni mis pecados, son una disculpa para decir que no quepo en los designios maravillosos de Dios». Dios lleva a cabo su plan a través de los equívocos humanos, Él logra lo que se propone a pesar de la deficiencia de los instrumentos de que se vale sirviéndose de nuestros pobres medios humanos, a veces tan ambiguos. Los derechos adquiridos no cuentan ante la soberana autonomía de Dios, ya que él llama a quien quiere para llevar a cabo su obra y hace como ve más conveniente. No nos queda hoy más que recordar aquello de que «Dios escribe derecho en renglones torcidos». Miremos a María, que hoy, como una madre buena, sabe lo que conviene a sus hijos y nos dirá: «Hagan lo que Él les diga». ¡Bendecido sábado! 

Padre Alfredo. 

P.D. Ayer papá ha sido dado de alta y ha dejado el hospital. ¡Muchas gracias a todos por sus oraciones! Estará ahora restableciéndose poco a poco.

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