
Siendo ya las vísperas de este domingo, quisimos que la Santa Misa para despedir a papá fuera ya la de precepto. Yo no tenía cabeza para ver la liturgia y le pedí a nuestro Señor que me diera mucha luz para que mis lágrimas y mi dolor por la pérdida de mi padre, amigo y compañero de tantísimos años que el Señor me lo dejó, se acomodaran donde debían y pudiera presidir y predicar... ¡Oh sorpresa! Empiezo a escuchar las lecturas de la Misa y todo parecía retratar a papá. Hoy tal vez no pueda decir más, mis lágrimas, sí, se han acomodado muy bien y ahora, repasando la liturgia de la palabra de ayer, salen al revivir estos momentos de Dios en los que la Escritura no dejaba de hablarme no sólo a mí, sino a todos, de papá. De la primera lectura el libro del Deuteronomio lo retrata aquí: «Escucha la voz del Señor, tu Dios, que te manda guardar sus mandamientos y disposiciones escritos en el libro de esta ley. Y conviértete al Señor tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma» (Dt 30,10-14) y recuerdo que cuando nos íbamos a confesar de niños, adolescentes y aún ya jovencitos, papá se formaba antes que nosotros... él como papá nos enseñó a guardar los mandamientos y a buscar el perdón. De la segunda lectura (Col 1,15-20) me quedo con esto: «Él (Cristo) es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que sea el primero en todo»... Sí, para él Cristo siempre fue el primero y ahora lo podrá contemplar cara a cara. Y, del Evangelio del buen samaritano (Lc 10, 25-37) ni qué decir: «un samaritano que iba de viaje, al verlo, se compadeció de él, se le acercó, ungió sus heridas con aceite y vino y se las vendó; luego lo puso sobre su cabalgadura, lo llevó a un mesón y cuidó de él. Al día siguiente sacó dos denarios, se los dio al dueño del mesón y le dijo: “Cuida de él y lo que gastes de más, te lo pagaré a mi regreso”... “Anda y haz tú lo mismo”... ¿A cuánta gente no ayudó mi padre si simplemente ahora que estaba enfermo en casa llegaban albañiles, carretoneros, gente pobre, muchos desconocidos para mí y preguntaban por su «amigo don Alfredito», les daba yo sus saludos y me preguntaba desde su lecho de dolor: «¿Le diste algo?» Caí en la cuenta de que en el funeral, el viernes en la tarde y ayer en la Santa Misa, muchos, muchos me hablaban de mi padre como el buen samaritano que estuvo a su lado.
Se me acabó el espacio y no he hablado del salmo responsorial, sobre todo en este año litúrgico en que me he propuesto el profundizar en la riqueza de estos cánticos y poemas de la Sagrada Escritura y es que a propósito quise hoy dejarlo al final, porque quiero cerrar esta reflexión transcribiendo un gran fragmento de este salmo (68 [69]) en el que con lágrimas en mis ojos, brotando como una cascada, en la soledad de esta casita en la que estamos mamá y yo, profundizo lleno de gratitud: «A ti, Señor, elevo mi plegaria, ven en mi ayuda pronto; escúchame conforme a tu clemencia, Dios fiel en el socorro. Escúchame, Señor, pues eres bueno y en tu ternura vuelve a mí tus ojos. Mírame enfermo y afligido; defiéndeme y ayúdame, Dios mío. En mi cantar exaltaré tu nombre, proclamaré tu gloria, agradecido... y recuerdo a papá, cuando en algunas de las noches de hospital, literalmente le gritaba a Dios diciéndole: «¡Ya estoy listo, ven por mí, escúchame Señor, ya quiero ir contigo!» Y lloro más y mis lágrimas parecen no saber detenerse dando gracias a Dios por haberme regalado tantos, tantos años a un pare así, un hombre que me enseñó a ser lo que soy... y ahora el «¡GRACIAS!» en está larguísima reflexión que parece no tener fin como mis lágrimas, es para ti, papá. ¡Dios te lo pague papá y que goces contemplando al Señor que no deja sin recompensa a quien el es fiel!... ¿Bendecido domingo del buen samaritano!
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario