viernes, 5 de julio de 2019

«En proceso de conversión»... Un pequeño pensamiento para hoy


«¿Quién podrá contar las hazañas del Señor y alabarlo como él merece?» dice hoy el salmista en el fragmento del salmo 105 [106] que el salmo responsorial nos presenta. Este es un salmo de contrastes, como lo es nuestra vida de hombres y mujeres de fe, un salmo en el que abunda la infidelidad del pueblo de Dios al mismo tiempo que la infinita misericordia del Señor. Los israelitas que formaban el pueblo elegido de Dios eran gente del común de los mortales y, como nosotros, personas que cometían errores y fallaban, personas que pecaban y se arrepentían. Leer este salmo todo completo, es una delicia para adentrarse en la misericordia y compasión de nuestro Dios que llena de esperanza incluso los más fríos corazones, que distantes de Dios, pueden volverse hacia Él y recibir una nueva vida. Dios aparece en este salmo como el gran perdonador. Y es que antes nos cansamos nosotros de pedir perdón, que él de concederlo (Gn 18). Da la impresión de que disfruta perdonando. Su perdón es infinitamente mayor y más completo que el nuestro: cuando Él perdona, no solo olvida nuestras culpas, sino que las borra, las hace desaparecer y deja que prevalezca su misericordia. «Tú borras nuestras rebeldías» (Sal 65,4). «Has quitado la culpa de tu pueblo, has cubierto todos sus pecados» (Sal 85, 3). 

Hay gente que se pregunta cómo Dios puede manifestarse y estar presente en medio de ciertos ambientes especialmente malos o perversos, en ciertas situaciones de injusticia que a primea vista lo envuelven todo. Dios se encuentra siempre allí... para salvar, para curar, para transformar. El salmista clama por esa misericordia del Señor que, como he dicho, prevalece sobre todo: «Sálvanos, Señor, para que veamos la dicha de tus escogidos y nos alegremos y nos gloriemos junto con el pueblo que te pertenece». Y... ¿quiénes son esos escogidos? El Evangelio de hoy, junto a este salmo, abre los ojos de nuestro corazón para ver las maravillas que Dios puede hacer valiéndose de quien quiera seguirlo a pesar de la condición de la que sea llamado. El Evangelio de hoy (Mt 9,9-13) nos habla de que Jesús no duda en elegir a alguien cuya situación social es terrible... La reputación de los «publicanos» era ante todo la de gente que se enriquecía en gran parte, a cuenta de los pobres: ¡solían ser ricos! A los pescadores ya llamados en la orilla del lago (Mateo, 4,18-22) Jesús añade ahora a un hombre, que no inspira demasiada confianza: ¡es algo raro el equipo que Jesús está constituyendo allí! Y la tradición atribuye a Mateo la redacción de este Evangelio. Toda la Escritura, no solamente este salmo o esta perícopa evangélica, nos urge a que sepamos sobrepasar la noción de justicia y a descubrir la misericordia infinita de Dios por los pecadores. 

Nosotros solemos tener menos paciencia que el Señor, y quisiéramos vernos santos y pluscuamperfectos y ver a los demás así, sin fallas, sin pecados, sin errores... Quisiéramos que brillara ese esfuerzo que todos hacemos por corregirnos, por quitar nuestra miseria y ver los resultados de nuestro trabajo de conversión, del de los demás y experimentar las promesas de Dios a un plazo más corto. Hoy, junto Mateo y al salmista, aparece Abraham, que, en la primera lectura (Gn 23,1-4.19;24,1-8.62-67) resulta un magnífico modelo de fe y de confianza en Dios para los que intentamos ser buenos creyentes en el mundo de hoy, y trabajamos para que se cumplan los planes de Dios con nuestro esfuerzo de evangelización y testimonio a pesar de nuestras grandes fallas y miserias que no quisiéramos tener para no ofender a Dios ni a nuestros hermanos. Tal vez durante años no nos pertenecerá ni un palmo de terreno, como a Abraham, sino hasta el final. Tal vez, nos quejaremos de no tener una conversión plena, o de que eso de «los cielos nuevos y la tierra nueva» es una utopía. Pero Dios sigue adelante en su proyecto de salvación. Igual que en al Antiguo Testamento se le llamó «el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob», en el Nuevo Testamento nosotros sabemos que es además «el Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo», y que ahora está con la Iglesia, la comunidad de su Hijo, formada por santos y pecadores, guiándola y dándole fuerza por su Espíritu, y que sigue amando a toda la humanidad. Y que el éxito de la obra no se deberá a nuestras técnicas y méritos, sino a la bondad de Dios, que actúa por medio de nosotros a pesar de que estamos «in fieri» como se dice en latín, es decir en proceso y proceso de conversión. Lo que tenemos que hacer es purificar nuestras intenciones, no buscarnos a nosotros mismos, mirar a María, la llena de gracia, la Madre de los pecadores y dirigir nuestra vida hacia Dios. ¡Bendecido viernes! 

Padre Alfredo. 

P.D. Esperemos que hoy den de alta a mi papá. Lo seguimos encomendando a sus oraciones.

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