Además, hoy es sábado, el día de la semana dedicado especialmente a María Santísima a quien mi padre tanto amó. El dolor profundo que sentimos por la pérdida de papá, se queda corto ante el sentido de una inmensa gracia que envuelve el momento, gracia que indudablemente es fruto de toda la vida que recorrió en 85 años de la mano de Dios y bajo la sombra de su infinita misericordia, especialmente con su testimonio de fe y de perseverancia en medio del sufrimiento de sus últimos días. La vida de don Alfredo —esa vida que «no se acaba, solo se transforma» (Prefacio I de difuntos)—, libre ya de las trabas del tiempo y del espacio, puede alzarse ahora, vigorosa como el fuego, y atravesar la muralla de la muerte. Se cumple lo que dice la Escritura: «los que confían en el Señor conocerán la verdad y los fieles permanecerán con él en el amor» (Sab 3,9). Sí, hoy, en la continuación del funeral de papá que ayer ha iniciado, y en el que hemos visto, sobre todo en la Misa e anoche, cuanta gente lo quiso, en medio del dolor de la separación cantamos a la vida, porque hay motivos para hacerlo. Ante la enfermedad de papá, agravada y muy complicada en estos últimos días, hemos cantado a la vida, le hemos dado tiempo y dedicación. Muchos se habían anotado para estar a su lado en el hospital y no dejarlo solo. En estos días, cuando la llama parecía apagarse, muchos estábamos a su lado de guardia permanente de cerca con la presencia física y de lejos con la oración que nos acercaba a más y más. ¡Bendita tecnología! Me permitió hablarle a papá, darle la bendición en las vísperas del día de su muerte desde lejos a aquel que muchas veces me había bendecido para iniciar algún viaje misionero, un viaje como uno de tantos que hicimos con él y mi madre, Lalo mi hermano y yo.
Yo creo que a nadie nos gusta tener a nuestros familiares enfermos, pero a la larga, y creo que así lo podemos decir, es para nosotros una experiencia importante, y una experiencia que nos hace ver nuestra miseria y esa «miseria al servicio de la misericordia», como decía la beata, nos hace dar todo lo que tenemos. Nos hace palpar qué quiere decir ser persona. Nos hace ver que el hombre no será nunca dueño de la vida porque la vida es de Dios y estamos en sus manos. Esto, desde el plano humano, cuesta aceptarlo, pero, es la clave del misterio de la muerte. Es entonces cuando se entienden las palabras del salmo responsorial de hoy (Sal 104 [105]) que me han dado la clave para esta larga y mal entretejida reflexión y que ahora, para terminar, cito textualmente: «Aclamen al Señor y denle gracias, relaten sus prodigios a los pueblos. Entonen en su honor himnos y cantos celebren sus portentos. Del nombre del Señor enorgullézcanse, y siéntase feliz el que lo busca. Recurran al Señor y a su poder y a su presencia acudan». Papá está siendo velado en las Capillas Marianas (Gayoso) y en la sala dedicada a Nuestra Señora de Lourdes. No es casualidad que el cuerpo de este santo varón que convivió con la enfermedad, a veces silenciosa y otras veces con tanto ruido como en sus últimos días, esté tan cobijado por la presencia de María. El ataúd de papá está cerrado porque él así lo pidió, pero dentro, está el hombre sencillo, humilde, generoso, el hombre que siempre se supo pobre para recibir las gracias que Dios da y el cariño de todos, y rico para compartir todo, sea lo material o lo espiritual que Dios le había dado. Que la Virgen, a la que confiamos papá pueda ahora, por la infinita misericordia de Dios, ver y tocar, nos acompañe a todos nosotros que quedamos en este mundo, mientras caminamos «gimiendo y llorando en este valle de lágrimas» también hacia aquella realidad donde la muerte ha sido aniquilada y ya no existen las lágrimas. Dale Señor el descanso eterno y brille para él, la luz perpetua. Descanse en paz, así sea. El alma de mi padre, don Alfredo Leonel Delgado Laurel y el alma de todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios descansen en paz. Amén. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
P.D. Ustedes perdonarán que hoy sí, hoy sí las páginas no me alcanzan para seguir escribiendo. Gracias, gracias a todos, en nombre de mamá, de mi hermano y su familia y de un servidor. No tenemos palabras para agradecer la cercanía de tantos a nuestras vidas gracias a papá y al legado que nos deja.
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