La sed y el hambre son la mejor metáfora de la necesidad vital que tiene el hombre de Dios, por eso este día en que la Iglesia celebra la fiesta de santa María Magdalena, Apóstol de los Apóstoles, la liturgia toma como salmo responsorial un salmo, el 62 [63] que habla de la sed que el alma tiene de Dios. La necesidad de Dios que tiene el hombre es tan grande, que llega a hacerse incluso una necesidad física. El autor de este salmo dice entre otras cosas: «Todo mi ser te añora... A ti se adhiere mi alma y tu diestra me da apoyo seguro». Este es el Salmo del amor místico en el que la oración se hace deseo, sed y hambre, pues involucra al alma y al cuerpo. El orante busca como alguien sediento la luz de Dios que le ilumine su ser y quehacer. Él siente necesidad de un encuentro con el Señor de manera casi instintiva, parecería «física». Como la tierra árida está muerta hasta que no es regada por la lluvia, y al igual que las grietas del terreno parecen una boca sedienta, así el fiel anhela a Dios para llenarse de él y para poder así existir en comunión con Él. A nosotros nos consuela esta intervención del Salvador, que viene a calmar la sed y el hambre de Dios, porque a nuestra alma, la atacan también siete demonios como a la Magdalena, siete espíritus dañinos: el orgullo, la avaricia, la ira, la gula, la lujuria, la envidia, la pereza y quizás varios más. ¿Quién puede decir que el espíritu del orgullo no le ataca día por día? ¿Habrá alguien que pueda gloriarse de que algún mal espíritu no le ha atacado y no le va a atacar ferozmente dejándole extenuado y sediento?
Es, de alguna manera este salmo, el retrato de la sed de la Magdalena que vino a calmar el Señor librándola de los siete demonios que la habían atacado y dejado exhausta y hambrienta. El profeta Jeremías había proclamado: el Señor es «manantial de agua viva» y había reprendido al pueblo por haber construido «cisternas agrietadas que no contenían el agua» (Jer 2,13). Jesús mismo exclamará en voz alta: «Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí» (Jn 7,37-38). En plena tarde de un día soleado y silencioso, promete a la mujer samaritana: «el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna» (Jn 4,14). Así hizo la Magdalena, ella bebió del «Agua Viva» y no se contentó con saciar solamente su sed, sino que corrió a toda prisa a saciar la sed de los Apóstoles (Jn 20,1-2.11-18), por eso el Papa Francisco le ha dado este título tan singular de «Apóstol de los Apóstoles».
Después del canto de la sed, volviendo al salmo responsorial, las palabras del salmista entonan el canto del hambre (cf. Sal 62,6-9). El hambre de Dios se sacia cuando se escucha la Palabra divina y se encuentra al Señor: «Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo habrán puesto» (Jn 20,13) «Si tú te lo llevaste, dime dónde lo has puesto» (Jn 20,15). A través de la comida mística de la comunión con Dios, «el alma se adhiere» a Dios, como declara el salmista. El miedo se disipa, el abrazo no aprieta algo vacío sino al mismo Dios, nuestra mano se cruza con la fuerza de su diestra (cf. Salmo 62,8-9) como Magdalena cuando se da cuenta que aquel, que ella creía el jardinero, es el Señor que la envía a los Apóstoles. La sed y el hambre que nos llevan al encuentro con Dios, como María Magdalena, son saciadas en Cristo crucificado y resucitado, del que nos llega, a través del don del Espíritu Santo y de los Sacramentos, la nueva vida y el alimento que la sustenta para ser enviados como ella a colaborar para mantener viva la fe de los Apóstoles. Pidamos que María Santísima, a quien la Magdalena acompañó al pie de la Cruz y luego corrió al sepulcro, que nos ayude también a correr con esta Apóstol de los Apóstoles para saciar la sed y el hambre de Dios que deja este mundo que nos envuelve día con día que nos deja ávidos del Agua Viva y del Cuerpo y Sangre del Señor. ¡Bendecido día de Santa María Magdalena, Apóstol de los Apóstoles!
Padre Alfredo.
P.D. Un día como hoy, 22 de julio de 1981, la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, cuya fiesta se celebra el 22 de junio, fue llamada a la Casa del Padre. Pidámosle también a ella que ruegue por nosotros. Ella escribió una vez: «Quisiera vivir solo de él y para él, como Magdalena, a sus plantas, escuchando las divinas palabras que salen de su boca, pendiente de esos labios que sólo tienen palabras de vida eterna». (Estudios y meditaciones, f. 706).
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