domingo, 7 de julio de 2019


¿Les ha pasado alguna ves que se les cuatrapea el día y además se les va como agua? Eso me ha sucedido precisamente a mí hoy. Anoche salí en autobús hacia esta Selva de Cemento, capital de nuestro México lindo y querido para hacer algunas diligencias y continuar a Cuernavaca para compartir una semana con las novicias y postulantes de nuestras hermanas Misioneras Clarisas en la Casa Noviciado. Vengo un poco más atarantado que de costumbre y escribiendo mi pequeño pensamiento apenas a esta hora (5:30 p.m.). No puedo negar que este mediodía, al recitar el salmo responsorial (65 [66]) sentí un cierto aire de ansiedad por no haber podido escribir esta mañana en que venía en el autobús con el tiempo medido para llegar y hacer lo demás que tenía que hacer... ¡pero nunca es tarde para un compartir con quien aún tiene tiempo de leer y reflexionar algo. 

El salmo de hoy resonó en mi mente y en mi corazón especialmente en el fragmento que dice: «Cuantos temen a Dios vengan y escuchen, y les diré lo que ha hecho por mí. Bendito sea Dios que no rechazó mi súplica, ni me retiró su gracia». Sentí estas palabras muy en el corazón luego de venir reflexionando gran parte de la noche en la bondad incomprensible de nuestro Dios, que no solo ha atendido mis súplicas, sino las de muchísima gente generación tras generación. ¡Cuánto ha hecho el Señor por mí, por ti, por todos! Caminamos día a día ciertamente a la sorpresa de Dios pero al mismo tiempo podemos decir, contando con su gracia. En el Evangelio de hoy, se puede percibir cómo lo más importante es recibir y compartir la gracia de Dios. No necesitan ni dinero, ni provisiones dice Jesús a sus apóstoles (Lc 10,1-12.17-20. Estas cosas —dice el Señor— se las proporcionarían, de buen grado, las gentes de los pueblos y las aldeas visitadas. Los enviados comunican su alegría por haber tenido poder para curar y expulsar demonios. Jesús les anticipa que es más importante llegar al momento final en el que sus nombres estén inscritos en el cielo por la gracia de Dios. Hay, asimismo, alegría enorme porque parece que el Reino de Dios está cerca y que la predicación ha sido muy productiva. 

El Señor nos invita a vivir en gracia y a incorporaros así a sus proyectos. Este domingo vale la pena recordar que si bien Jesús se dirigió a multitudes y les multiplicó el alimento que precisaban, llegada la hora de su muerte, quienes le acompañaron no eran multitud, que por otra parte le hubieran aturdido, quienes con Él estaban junto a la cruz, eran los que le habían amado particularmente y se atrevían a continuar amándole gozando de su gracia y de su favor. Quienes se preocuparon de ofrecer decorosa sepultura y digna mortaja, le habían tratado confidencialmente en soledad. Estoy recordando a Nicodemo y a las santas mujeres que acompañaron junto a la cruz y sepultaron. Marchan los 72 con poco bagaje y llenos de gracia, a cumplir con los proyectos del Señor. Con fieles consignas que implicaban riesgos. Vuelven felices, habían abandonado oficio y aficiones y habían sido testigos de que eran capaces de vencer a los malignos siendo portadores de la gracia del Señor como lo era el salmista desde tiempos antiguos: «Que aclame al Señor toda la tierra; celebremos su gloria y su poder, cantemos un himno de alabanza, digamos al Señor: “Tu obra es admirable”». Que María Santísima, la llena de gracia, nos ayude a perseverar. ¡Bendecida tarde del domingo! 

Padre Alfredo. 

P.D. Gracias por ese cúmulo de oraciones por mi señor padre. Él se sigue recuperando poco a poco. Por teléfono me pidió que les dé las gracias a todos.

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