Hoy es día de santo Tomás Apóstol, aquel que dijo la célebre frase: «ver para creer». Escribo mi reflexión desde el cuarto del hospital donde mi padre ha estado internado desde el jueves pasado hasta el día de hoy afrontando la enfermedad, esa realidad que toca a la puerta de nuestra existencia antes o después e implica la persona en todas sus dimensiones, desde lo físico hasta lo psicológico, espiritual y moral. La enfermedad es y permanece siempre como un misterio, un enigma. Así lo veo yo ahora con más claridad al estar más cerca y contemplando, todos estos días, a mi papa y la situación que atraviesa. ¿Qué tiene tu papá? Muchos me preguntan y quisieran saber exactamente que es lo que tiene. ¿Qué puedo responder con exactitud? Papá tiene diversas enfermedades crónicas, de esas que afectan los huesos, las articulaciones, los músculos, el corazón, los pulmones... en fin, una serie de enfermedades que tienen cada una sus propios síntomas, que requieren un tratamiento continuo y que van evolucionando apoltronándose con determinación en este hombre de 85 años de edad que, como dice él mismo, está cansado del peso de los años. Con él, vamos viviendo el proceso, no solo la familia de sangre: mi hermano, mi cuñada, sus hijas, mis tíos... sino mucha gente más que, de diversas maneras, se ha hecho presente, sobre todo con un cúmulo de oraciones por él. ¡Dios les pague a todos su caridad!
Luego de este preámbulo sobre la situación de don Alfredo, vuelvo a santo Tomás, el apóstol que estamos celebrando y de quien no sabemos ni cuándo ni cómo se incorporó al Colegio apostólico. Ignoramos de igual manera su procedencia, su condición social y el oficio que ejercía antes de su vocación. Una antigua leyenda afirma que el santo fue arquitecto, a consecuencia de lo cual, a partir del siglo XIII, el arte pictórico, entre otros el pincel de Rafael, le ha representado con una escuadra como símbolo, por considerarle patrono de los constructores. La historia nos dice que, santo Tomás, luego de vivir lo que el Evangelio de hoy nos presenta, ese «ver para creer», emprendió el camino a llevar a la gentilidad la alegría de la Buena Nueva, tal vez recordando siempre lo que el Maestro le había dicho: «Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto». Se dice que salió de Palestina, y las tradiciones aseguran que marchó hacia Oriente, a las tierras por donde sale el sol, para anunciarles que otro Sol más radiante y vivificador había nacido en tierras de Palestina. Desde muy antiguo tomó cuerpo la tradición de que fue Tomás el apóstol de los territorios que actualmente corresponden a Irak, Irán y se dice que llegó hasta la India, Pakistán y el Tíbet. En el libro de las Actas atribuidas al apóstol se refieren fantásticas aventuras referentes a su ida a la India y a sus trabajos allí como arquitecto real. Con justa razón la liturgia del día eligió el salmo 116 [117] como salmo responsorial. El salmo que es el más pequeño de la Biblia, cuyo texto se limita a 17 palabras en hebreo, en las cuales canta las bendiciones del Señor y su amor por todas las naciones: «Que alaben al Señor todas las naciones, que lo aclamen todos los pueblos. Porque grande es su amor hacia nosotros y su fidelidad dura por siempre».
Todos y cada uno de nosotros estamos llamados a colaborar, como santo Tomás, en esta misión divina. Ninguno de nosotros puede desentenderse de ella, ni siquiera todos los enfermos que están aquí en el hospital y que son creyentes, pues tienen esa misión de evangelizar con la ofrenda de sus vidas en esta condición especial. Pienso también en quienes les acompañan, además de tantos familiares y amigos que quisieran estar aquí y por diversos motivos les es imposible, ya que la vida debe seguir su ritmo y vuelvo a la figura de santo Tomás con las palabras que el Evangelio de hoy pone en sus labios: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré». Termino esta mal tramada reflexión pensando que estas palabras de Tomás, ponen de manifiesto la convicción de que a Jesús no solo se le puede reconocer por el rostro, sino también y sobre todo por sus llagas. Santo Tomás, en este pasaje, considera que los signos distintivos de la identidad de Jesús son ahora sobre todo las llagas, en las que se revela hasta qué punto nos ha amado. En esto el apóstol no se equivoca. Un día como hoy, pero del 2013, en la homilía de la Casa de Santa Marta por la fiesta de santo Tomás, el papa Francisco decía que para encontrar al Dios vivo «hay que besar con ternura las llagas de Jesús en los hermanos hambrientos, pobres, enfermos y en los que están en la cárcel» y que para eso, «basta con salir a la calle». Que María Santísima nos ayude junto a la intercesión de santo Tomás a ser misioneros de todo tiempo y lugar. ¡Bendecido día!
Padre Alfredo.
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