martes, 2 de julio de 2019

«Compasión»... Un pequeño pensamiento para hoy


Qué acertadas las palabras del autor del salmo 25 [26] que hoy nos ha llegado en el salmo responsorial de la Misa del día: «Examíname, Señor, ponme a prueba, sondea mis entrañas y mi corazón, porque tengo tu bondad ante mis ojos y camino en tu verdad... Sálvame y ten compasión de mí». Una de las características más importantes de Dios es su compasión. Cuando Dios ve a sus hijos que están sufriendo y en necesidad, Él es movido a ayudarlos. Esto es compasión. Dios no es frío ni está distante para aquellos que están sufriendo. Él se preocupa por ellos y les ayuda. Es un Dios que está íntimamente en contacto con las necesidades de sus hijos. La compasión es tan importante para la naturaleza de Dios que es la primera palabra que usa para describirse a sí mismo. En el libro del Éxodo, Moisés le pidió a Dios que se le rebelara y Dios contestó amablemente su petición. Su respuesta es básicamente la definición de sí mismo. No tenemos que preguntarnos cómo es Dios. Él nos dice cómo es: Dios comienza su autodefinición por el uso de su nombre personal, Yahvé. Después de eso, Dios dice esto acerca de sí mismo: es «¡El Dios de compasión y misericordia!» (Éxodo 34,6). Así, la primera cualidad que Dios nos deja ver es la compasión. No dice rey, santo, lleno de gracia o incluso amoroso, a pesar de que todas esas palabras ciertamente describen a Dios. Él usa la palabra «compasión», eso el salmista lo sabe y por eso pide de esta compasión.

Con su compasión, Dios está siempre cercano a nosotros, cuidando de nosotros incluso, y sobre todo, en los momentos en que la tormenta arrecia, por eso en el Evangelio de hoy el Señor Jesús pregunta a los suyos: «¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?» (Mt 8, 23-27). A nuestros ojos —sobre todo cuando las cosas se ponen difíciles— Dios puede parecernos escondido, como cuando hay guerra o adormilado en la pereza de la inacción, cuando le pedimos un milagro o un gran favor. Puede parecernos quizá lejano en horas de tribulación como la visita inesperada de la enfermedad, distante cuando hay confusión... pero todas estas son interpretaciones «nuestras». Como muestra el evangelio de este día, hemos de saber en fe, que Él es siempre compasivo, y que su soberanía no tiene eclipses ni hay párpados en sus ojos que le impidan ver nuestra naturaleza herida por el pecado que requiere y que pide a gritos, muchas veces, su compasión. Todo lo conoce y en todo está su gobierno, sea que lo entendamos o que no nos lo parezca. Tal vez parezca que Dios duerme, pero está con nosotros. Mientras despierta, debemos achicar el agua, y remar hacia la orilla clamando su compasión como lo hace el salmista… y, de una cosa sí podemos estar seguros: El Señor no permitirá que la barca en la cual vamos naufrague. Si en nuestra vida la crisis ha llegado a tal punto que creemos que naufragaremos, no debemos perder la fe, hay que despertar al Maestro, que él con una voz calmará todas tus ansiedades y pondrá serenidad en nuestras vidas.

Muchas veces, como en el evangelio de hoy, Dios, parece dormido, pero eso no significa falta de interés o despreocupación por nosotros. Al Señor le gusta que acudamos a él, y no nos oculta la debilidad de nuestra confianza en su amor y poder. A veces nos trae la compasión con una cercanía muy especial, como cuando lloró ante la muerte de Lázaro y no porque su amigo hubiera muerto, sino porque sintió compasión por la familia y amigos del fallecido, como indica el contexto (Jn 11,36). Puede ser que otras veces su compasión nos libre de algo terrible, como la tormenta que atraviesan los discípulos con él en la barca en la perícopa evangélica de hoy: «Entonces se levantó, dio una orden terminante a los vientos y al mar, y sobrevino una gran calma». Cada instante de nuestra vida viene acompañado de la compasión divina. Que María, la Madre de Dios que aprendió de Jesús a mirar con compasión a todo ser humano, a compartir el dolor y el sufrimiento que cada persona tiene nos ayude a ver más claramente esa compasión que Dios nos tiene y a agradecerla, desde nuestra pequeñez, con todo el corazón. ¡Bendecida tarde del martes, que ya casi es mediodía!

Padre Alfredo.

P.D. Aquí seguimos, en el hospital, acompañando a Don Alfredo y compartiendo con él el regalo de la compasión que Dios nos tiene.

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