miércoles, 10 de julio de 2019

«En sintonía con Dios»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hace días o más bien semanas —unas tres más o menos— que casi no sé de noticias. Primero porque pasé días y noches en el hospital acompañando a mi padre —que por cierto, encomiendo nuevamente a sus oraciones, porque desde ayer ha sido hospitalizado en la Clínica 6 y está en estado crítico— y segundo, porque en estos días estoy en Cuernavaca, dirigiendo los Ejercicios Espirituales para un grupo de misioneras de diversos lugares de México. Pero estoy seguro de que si leo los periódicos, escucho el radio, veo la tele o rebusco en Internet y me entero de las noticias que día a día pesan sobre el mundo; me encontraré seguramente con tres cosas: violencia, ambición y guerra. Naciones que quieren conquistar a naciones; hombres que traman matar a hombres o ya lo han hecho, fraudes, violaciones de personas y de derechos, ideologías que van y vienen... negros pensamientos y acciones que tienen hombres y mujeres de todo el mundo, desconfianza, amenazas, chantaje, espionaje... La pesadilla internacional de la lucha por el poder en el nuevo orden mundial, amenaza a la existencia misma de la humanidad con noticias que no son casi nunca halagadoras.

Ante la evidencia brutal de violencia y corrupción en todo el mundo, muchos discípulos–misioneros sienten la frustración de su impotencia, la inutilidad de sus esfuerzos, la derrota del sentido común y la desaparición de la cordura del escenario internacional. «Los planes de los pueblos», de los que hoy habla el salmista (Sal 32 [33]), traen muchas veces la miseria y la destrucción a esas mismas naciones, y nada ni nadie parece poder parar esta loca carrera hacia la autodestrucción de la humanidad. Un planeta que se calienta gracias a tantas selvas de cemento que vamos construyendo, sin ton ni son, en las grandes ciudades ya de por sí sobrepobladas; un sin fin de basura que rebasa los tiraderos e inunda los mares; un cúmulo de ideologías que defienden a las ballenas y matan a los que no han visto la luz de este mundo; una carrera armamentista que hace que un sin fin de artilugios bélicos lleguen a quien así lo desee. Más aún que la preocupación por el futuro, lo que entristece hoy a los hombres que piensan es la pena y la sorpresa de ver la estupidez del hombre y su incapacidad de entender y aceptar él mismo lo que le conviene para su bien. Y esos, esos son «los planes de los pueblos» ¿Cuándo parará esta locura? Seguramente cuando «los planes de los pueblos» coincidan con los planes de Dios.

La historia de nuestra salvación, es una invitación a creer en la providencia de Dios, que, como tantas veces, escribe recto con líneas que han resultado torcidas por los fallos de los hombres. Cuántas veces, en la historia de la Iglesia, acontecimientos que parecían catastróficos, no lo fueron, sino que incluso resultaron providenciales para indicarnos los caminos de Dios y purificarnos de nuestras perezas o ambiciones. Por ejemplo, la invasión de los pueblos del Norte, en el siglo V, o la pérdida, en el siglo pasado, de los Estados Pontificios. También en nuestra historia particular hemos experimentado tal vez que lo que creíamos una mala noticia ha resultado un bien para nosotros y entonces sintonizamos con los planes de Dios. Como para San Ignacio de Loyola su herida en el sitio de Pamplona. Como para Jesús, cuya muerte —vendido como José por unas monedas— parecía el fracaso de todos sus planes salvadores, y fue precisamente el hecho decisivo de la redención de la humanidad. El salmo de hoy nos ayuda a interpretar desde una perspectiva religiosa las buenas noticias que nos vienen de la misericordia de Dios: «Demos gracias a Dios al son del arpa, que la lira acompañe nuestros cantos... Frustra el Señor los planes de los pueblos y hace que se malogren sus designios. Los proyectos de Dios duran por siempre; los planes de su amor, todos los siglos». Bajo la mirada dulce y amorosa de María, no nos detengamos en las malas noticias, vibremos con la Buena Nueva del Señor que nos llama estar con él, como llamó a los doce Apóstoles (Mt 10,1-7). ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

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