miércoles, 24 de julio de 2019

«Dios cuida de nosotros»... Un pequeño pensamiento para hoy


Los salmos constituyen uno de los libros más hermosos de la Sagrada Escritura y, este año litúrgico, me he querido acercar a ellos con reverencia y cariño para irlos desmenuzando en mi ratito de oración y compartirlos. A lo largo de este tiempo, desde el Adviento pasado, he ido redescubriendo en ellos las diferentes facetas de nuestra existencia en nuestra relación personal y comunitaria con Dios. Los salmistas comparten con nosotros sus estados de ánimo, sus sentimientos de gozo y de tristeza; sus sentimientos más profundos y muy humanos; sus logros y sus fracasos, su grandeza como escritores inspirados por Dios, pero también sus miserias por la condición de pecado que a todos nos asecha. Pero sobre todo —y no me dejará nadie mentir— el acercarnos día a día a los salmos, encontramos una confianza inquebrantable en Dios por parte de quienes los escribieron como cantos y poemas. Hoy la liturgia nos presenta un pequeño fragmento del extenso salmo 77 [78 en la Biblia] que, en conjunto con la Primera Lectura (Ex 16,1-5.9-15) y el Evangelio (Mt 13,1-9) nos dan un alimento sólido para nuestra fe. 

Si leemos el salmo completo y lo meditamos, vamos a toparnos con un largo recuento histórico que no es presentado ni desesperado, ni desesperante, a pesar de las apariencias de ver cómo en 72 versículos se recorre toda una historia de pecados renovados sin cesar, para descubrir, a la vez, que Dios responde siempre con el perdón y nuevos beneficios. A pesar de todas las «infidelidades» de una persona o de todo un pueblo, Dios permanece siempre «fiel» a su Alianza. «Él nos amó primero» dirá Juan en una de sus cartas (1 Jn 4,19). La vida colectiva de los grupos humanos, de las naciones, de los medios sociales, influyen profundamente en la vida religiosa. No podemos divorciar la vida de la fe. Luchar por la justicia, afanarse por alcanzar la liberación, dar de comer, promover condiciones decentes de alojamiento... Todo ello apasiona en primer lugar a Dios. Este salmo llega a decir frases como éstas: «expulsa a las naciones ante ellos... Les da el trigo, les envía víveres. Les da una heredad...». El tema de la Alianza, es justamente una acción común entre Dios y el hombre. Seríamos hoy infieles a Dios, si no nos comprometiéramos en el servicio de la humanidad: los «Derechos Humanos» son también la «Causa de Dios». «La gloria de Dios es el hombre viviente» decía San Irineo. 

Dios ha sembrado su Palabra, su Ser y su quehacer en el hombre fiel, en el que pasa por este mundo atendiendo a lo que el mismo Dios va sembrando en la vida de cada uno conforme a su vocación y a su estado actual. Nuestra historia, como personas y como comunidad, únicamente puede ser historia de fe. El sustento cotidiano de la vida por parte de Dios exige una entrega sin aval. La cantidad de maná, que se nos dice es recogida sólo según las necesidades del día, se queda para nosotros como una reafirmación de la necesidad de descubrir a Dios y a las acciones de Dios día tras día. Cristo se encarnó como un hombre sencillo, un hombre como los demás hombres menos en el pecado, y vino a sembrar la fe, la constancia, la fidelidad y muchas otras virtudes en el alma de los bautizados. Este es el gran misterio de Dios, puesto a nuestro alcance: ese hombre que sale de su casa, camina, se sienta, se levanta, pone los pies en el agua del lago para subir a una barca... ese hombre dispuesto a hablar, a luchar, a defender, a curar, a enfrentar, ese que es el Cordero de Dios que viene a establecer un compromiso de perseverancia y fidelidad en cada bautizado. Qué cosa tan maravillosa es pensar en la santificación de nuestros humildes gestos humanos... ¡Para Dios nada es pequeño! Pidamos la gracia —bajo la mirada de María— de buscar con sencillez cada día lo que sabemos que tenemos que encontrar para vivir nuestra fe. ¡Bendecido miércoles! 

Padre Alfredo.

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