sábado, 20 de enero de 2018

«Somos familia»... Un pequeño pensamiento para hoy


Comenzamos nuestra meditación en este da con un texto del segundo libro de Samuel que nos habla de una nueva época para la monarquía del pueblo de Israel. David será ahora el rey que el pueblo anhela. Él consolidará el reino uniendo las tribus del norte y del sur en un solo pueblo. La primera lectura de la Misa de hoy nos muestra la nobleza de David, de quien Dios mismo dio testimonio diciendo: «Encontré a David, hijo de Jesé, un hombre conforme a mi corazón, que cumplirá todo lo que yo quiero» (Hch. 13,22). David ha sido elegido por Dios, pero, al igual que todo ser humano, este hombre está envuelto en debilidades y fallas, pero abriga en su corazón una serie de sentimientos nobles y profundos en los que el amor se destaca y está por encima del odio y la venganza, del rencor y la traición, del egoísmo y la ambición que pueden proporcionar el poder, el lujo y el confort al que un mandatario puede acceder. A David no sólo le alegra el verse libre de su enemigo y con el éxito de la victoria y del poder, sino que derrama lágrimas de cocodrilo por la pérdida de sus amigos, de los que fueron para él sus íntimos, su familia, y además canta un himno de alabanza ensalzando la grandeza, el valor y la fuerza de sus valientes amigos y del pueblo de Israel.   

El texto seleccionado para el día de hoy, nos invita a reflexionar y examinar nuestros propios sentimientos. ¿Cómo reaccionamos ante los ataques de los demás —algunos hechos de manera inconsciente y otros muy bien pensados—? ¿Cómo reaccionamos ante las tragedias y fracasos de los demás —cercanos o lejanos—? ¿Somos capaces de amar, reconociendo las aptitudes, cualidades y dones de los que comparten la vida con nosotros? ¿Nos alegramos del triunfo de nuestros familiares y amigos? «El amor no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad (1Cor 13,5-7)»... ¡Pero qué difícil es esto! Hasta Nuestro Señor pasó por una situación embarazosa porque sus familiares más cercanos no creían en él y lo juzgaban medio loco. El pequeñísimo texto del evangelio de hoy nos lo muestra. Sus familiares quieren llevárselo de vuelta a Nazaret, «pues decían que estaba loco». Puedo imaginar el sufrimiento de la Virgen María, y la contrariedad que debía sentir en medio de los parientes y amigos «incómodos», sin embargo, Ella no perdía la paz y seguía apoyando y confiando en el Hijo que acompañará hasta la cruz. El texto parece que los parientes llevan a la Madre sin que Ella sospeche de que lo que quieren es presionar más al Hijo y obligarle a recluirse de nuevo en Nazaret, tal y como había vivido 30 años en que lo veían como un joven ordinario antes de ser bautizado por Juan en el río Jordán.

Cada uno de nosotros ha llegado a este mundo, luego de ser «un pensamiento de Dios, un latido de su corazón» (Beata María Inés Teresa) y «no como fruto de la casualidad» (Benedicto XVI) para realizar una misión que ha de ser única e irrepetible, porque únicos e irrepetibles somos cada uno de nosotros. Si nos aferramos a Dios y no nos soltamos de su mano, nada ni nadie podrá apartarnos —por completo— de cumplir la voluntad del Padre. Ese es el alimento y la pasión del discípulo-misionero enamorado de Cristo, por lo que estará dispuesto hasta a dar la vida. Ante el testimonio de David y el modelo de vida que nos pone Jesús, como verdadero Dios y verdadero Hombre, yo que quedo con dos preguntas: ¿Me siento «familia de Jesús», lo imito en todo lo que en mi humanidad es posible «copiarle»? ¡Busco a Dios con el entusiasmo de David, aunque el vivir en Dios me acarre problemas y conflictos aún con los más cercanos? ¡Bendecido día!

Padre Alfredo.

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