Los que somos llamados, somos invitados por Dios a vivir por Él para Él y con Él en una vocación que, sea la que sea, siempre será una vocación de servicio en el amor, y un amor puro. Nuestra respuesta al llamado es parte esencial de nuestro ser personal como seres humanos e hijos de Dios. Ya lo decía el filósofo Gabriel Marcel hablando del cuerpo humano: «El ser humano no se puede confundir con un objeto, porque es un espíritu encarnado que se encuentra relacionado con otros por medio de su cuerpo». Nuestra misión, al dar respuesta al llamado, es vivir unidos espiritualmente al Espíritu de Cristo, formar con el Espíritu de Cristo un solo espíritu, ser miembros vivos de Cristo, por eso todo pecado contra el Espíritu Santo, no se puede perdonar, como asegura el Evangelio de hoy (Mc 3,22-30), eso sería rechazar la misericordia infinita de aquel que nos llamó.
El Espíritu Santo mora en nuestras almas por efecto del bautismo y le da razón a nuestro existir en la vocación específica que Dios nos ha dado. Jesús vive en medio de nosotros y muy especialmente con su presencia real en la Eucaristía en tantos y tantos Sagrarios alrededor del mundo y, gracias a la acción del Espíritu Santo, lo podemos descubrir y encontrarnos con Él. Pidámosle de todo corazón que permanezca junto a nosotros como verdadero Dios y verdadero Hombre y que, los caminos que elijamos para seguirle, no nos dejen olvidar nuestra condición de discípulos¬–misioneros dejando actuar al Espíritu para ponernos al servicio de Dios y de los demás. Nosotros, que seguimos a Jesús como María de Nazareth y como tantos y tantos santos inscritos en el calendario, también debemos mostrarlo a los demás, que no somos dueños de nosotros mismos; que nuestro cuerpo y nuestro espíritu son del Señor y la fuerza de su Espíritu nos dará a conocer la misión que cada día nos encomienda y nos dará la fuerza para realizarla. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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