lunes, 22 de enero de 2018

«Dejar actuar al Espíritu Santo»... Un pequeño pensamiento para hoy


El rey David es un paradigma de todos aquellos que después de Cristo, son llamados a cumplir una función en la Iglesia: ni la familia, ni las cualidades personales, ni los medios materiales cuentan, sino sólo el saberse amado y llamado por Dios. Hay que tener presente que «el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón» (1 Sam 16,7); de ahí la exigencia de vivir y actuar conforme a la llamada recibida en la vocación. «Pues, en su interioridad, el hombre es superior al universo entero; retorna a esa profunda interioridad cuando vuelve a su corazón, donde Dios, que escruta los corazones, le aguarda y donde él mismo, bajo los ojos de Dios, decide sobre su propio destino» (Conc. Vaticano II, Gaudium et spes, n. 14). Hace unos días, el domingo pasado para sr preciso,  tocaba el tema de la llamada de Samuel, como la nuestra, que es pura gracia, un don que, inmerecidamente, Dios nos ha dado. El Señor se ha fijado en nosotros y nos ha llamado por el nombre, como a Samuel. Quiere nuestra colaboración de discípulos-misioneros para que trabajemos por el Reino, para que asistamos al necesitado, al que está enfermo o excluido; que seamos, al responder a la vocación, instrumentos de misericordia en este mundo tan golpeado.

Los que somos llamados, somos invitados por Dios a vivir por Él para Él y con Él en una vocación que, sea la que sea, siempre será una vocación de servicio en el amor, y un amor puro. Nuestra respuesta al llamado es parte esencial de nuestro ser personal como seres humanos e hijos de Dios. Ya lo decía el filósofo Gabriel Marcel hablando del cuerpo humano: «El ser humano no se puede confundir con un objeto, porque es un espíritu encarnado que se encuentra relacionado con otros por medio de su cuerpo». Nuestra misión, al dar respuesta al llamado, es vivir unidos espiritualmente al Espíritu de Cristo, formar con el Espíritu de Cristo un solo espíritu, ser miembros vivos de Cristo, por eso todo pecado contra el Espíritu Santo, no se puede perdonar, como asegura el Evangelio de hoy (Mc 3,22-30), eso sería rechazar la misericordia infinita de aquel que nos llamó.

El Espíritu Santo mora en nuestras almas por efecto del bautismo y le da razón a nuestro existir en la vocación específica que Dios nos ha dado. Jesús vive en medio de nosotros y muy especialmente con su presencia real en la Eucaristía en tantos y tantos Sagrarios alrededor del mundo y, gracias a la acción del Espíritu Santo, lo podemos descubrir y encontrarnos con Él. Pidámosle de todo corazón que permanezca junto a nosotros como verdadero Dios y verdadero Hombre y que, los caminos que elijamos para seguirle, no nos dejen olvidar nuestra condición de discípulos¬–misioneros dejando actuar al Espíritu para ponernos al servicio de Dios y de los demás. Nosotros, que seguimos a Jesús como María de Nazareth y como tantos y tantos santos inscritos en el calendario, también debemos mostrarlo a los demás, que no somos dueños de nosotros mismos; que nuestro cuerpo y nuestro espíritu son del Señor y la fuerza de su Espíritu nos dará a conocer la misión que cada día nos encomienda y nos dará la fuerza para realizarla. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

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