jueves, 11 de enero de 2018

«Luchar contra la soberbia»... Un pequeño pensamiento para hoy

¡Qué terrible es la soberbia y cuánto daño hace el creerse «dueños de Dios como si fuera Éste un amuleto»! ¿Por qué empiezo la reflexión de hoy con esta exclamación! Es de que hoy la liturgia de la palabra, en la primera lectura, nos presenta la escena de la derrota de Israel a manos de los filisteos (1 Sam 4,1-11), un pueblo no semita que emigró desde Creta por primera vez en tiempos de Abraham (ca. 2000 a.C.) y luego en el 1200 a.C. El pueblo filisteo estaba instalado en cinco ciudades localizadas en la parte sudoccidental de Canaán en el territorio de Gaza. Descendientes de Cam, hijo de Noé, los filisteos se establecieron a lo largo del sureste de la costa del Mediterráneo entre Egipto y Gaza. Ellos eran originalmente, uno de los «pueblos del mar», que habían emigrado al Oriente Medio en barcos desde Grecia y Creta. En la época de Samuel, este pueblo belicoso estaba muy bien establecido en esas cinco ciudades de Gaza en la parte sudoeste de Canaán y constantemente presionaban tierra adentro en contra de los israelitas. En todo este tiempo, los filisteos fueron los mayores enemigos de Israel.

La liturgia de la palabra de hoy nos cuenta lo que a primera vista puede parecer un extraño relato. El pueblo de Israel cargaba con el Arca de la Alianza a cuanta guerra se tenía que enfrentar, queriendo involucrar a Dios en esas batallas como si fuera un amuleto de la buena suerte. Me parece que lo que cuenta este relato, en realidad no es algo tan extraño, hoy mucha gente que se dice «católica», quiere involucrar a Dios en sus menjurjes sin que Éste tenga algo que ver en esos asuntos y luego se enojan como los israelitas, si no logran su objetivo, porque dicen que Dios no los escuchó. Los israelitas, llenos de soberbia, no se podían creer que los filisteos les infligiesen una «tremenda derrota», después de haber contado incluso con la presencia del Arca de la Alianza del Señor en medio de ellos. Los ancianos sabían —como nosotros lo sabemos— que para vencer al enemigo, el Señor debía ir con ellos, pues Él es quien da la victoria. Pero confundieron a Dios con el Arca. Creyeron que todo lo que necesitaban era el Arca en sí, y la usaron como un amuleto. El Arca de la Alianza era el lugar que el Señor escogió para presentarse ante su pueblo y hablarles (Ex 25,21-22; Num 7,89). Sin embargo, ellos se acercaron al Arca y no a Dios, olvidaron que el Arca llevaba dentro de ella la Alianza, la cual expresaba que si ellos no obedecían la Ley de Dios tendrían consecuencias terribles.

Tener a Dios de nuestra parte no significa que todo nos va a salir bien. En el juego de la vida hay otras muchas libertades distintas a las de Dios y a las que Dios respeta, aunque vayan en contra de su voluntad. El ejemplo más claro lo tenemos en la muerte de su Hijo Jesús. La unión con el Padre era total. El Padre Dios estaba a favor de su Hijo, pero permitió que las fuerzas del mal, «el poder de las tinieblas», derrotaran a Jesús muriendo injustamente en la Cruz. Aunque el Padre siguió con él y no dejó que el mal venciera para siempre al bien y le resucitó al tercer día. Igual nos puede suceder a nosotros. Nosotros queremos seguir a Jesús, hacer su voluntad, sabiendo que no nos va a dejar solos, pero eso no garantiza que todo nos va a salir bien. Las fuerzas del mal nos pueden vencer desde dentro y desde fuera. Lo que Jesús nos asegura es que no estaremos solos; en todo momento, en todas nuestras peripecias vitales, él nos va a acompañar, va a estar con nosotros. También en nuestras derrotas y en los momentos más terribles, si recurrimos a él con sencillez, con confianza de hijos, y no como si fuera un amuleto de los que tanto van y vienen en nuestros días, él nos escucha. El leproso del Evangelio de hoy (Mc 1-40-45) está convencido de ello y con sencillez se acerca al Señor para pedir su curación: «Si tú quieres, puedes curarme». Ante esta petición, Jesús no se resiste: «¡Sí quiero, sana!». La lepra era una enfermedad espantosa. Pero Jesús se salta esta norma establecida y no solamente le cura, sino que le cura tocándole su cuerpo leproso. Jesús pide al leproso que no divulgue su curación, ya que lo único que pretendió fue curarle y no hacer publicidad de sí mismo. Jesús también nos ha prometido a nosotros que, si confiamos en su Padre y nos acogemos a él, no perderemos la batalla como la perdieron los israelitas, porque llegará un día en que las fuerzas del mal serán vencidas para siempre y Dios nos trasladará a una vida de total felicidad y para toda la eternidad. ¡Bendecido jueves, sabiendo que el Señor nos espera en su Eucaristía para que vayamos con María su Madre a adorarle!

Padre Alfredo.

P.D. Mañana viernes por la noche, volaré a Israel para participar en un curso de renovación sacerdotal del 15 de enero al 3 de febrero en Jerusalén. Estaré de regreso Dios mediante, el martes 6 de febrero. La verdad no sé si allá, por cuestiones de horarios del curso y de  los lugares sobre todo, tendré acceso a Internet, y por lo tanto, lo más probable es que dejaré de enviar este pequeño pensamiento de cada día por Whatsapp. Estará disponible con la regularidad que espero, según lo he estado programando, en este blog que directamente se conecta con Facebook. Les pido de todo corazón sus oraciones para que aproveche al máximo esta oportunidad que Dios, a través de gente muy buena y muy cercana a mí, me concede. Estoy seguro de que esta experiencia de pisar la tierra en donde el Señor extendió la Buena Nueva, me ayudará a poner más empeño en vivir mi sacerdocio en plenitud para seguir compartiendo el gozo de la fe. Esta será la primera visita a Tierra Santa en mi vida y tengan la seguridad de que los llevo en mi corazón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario