Hoy empiezo mi reflexión con una pregunta luego de leer la primera lectura que la liturgia de la palabra propone para el día de hoy (2 Sam 24,2.9-17): ¿Qué hay de malo para un gobernante en hacer un censo? En principio nada, no hay nada de malo en saber cuánta gente se tiene, sobre todo para valorar, de acuerdo a los resultados, qué se ha de hacer para sustentar las necesidades de determinado número de habitantes. Pero parece que a David el censo no le sirvió para eso, o al menos no lo quiso realizar para eso, sino que pretendió contar a la gente para así poder vanagloriarse del tamaño de su nación y de su ejército: su poder y su defensa. Al hacer esto, David pecó, dice el escritor sagrado, porque puso su fe en el tamaño de su ejército, y no en la habilidad de Dios para protegerlos sin importar su número. El pecado de David fue de soberbia, pero la Biblia no dice por qué Dios estaba enojado con el pueblo de Israel. Pudo haber sido por el apoyo que le dieron a las rebeliones de Absalón (2 Sam 15-18) y Seba (2 Sam 20), o tal vez depositaron su seguridad en lo militar y en la prosperidad financiera, y no en Dios, como lo hizo David.
El caso es que David tuvo que pagar su pecado eligiendo uno de los tres castigos que el Señor le propuso. Dios le mostró a David tres alternativas. Cada una de ellas era una forma del castigo que Dios les había dicho que podían esperar si desobedecían sus leyes, ya que se habían dejado llevar por la idea del censo de David: El hambre (Dt 28,23-24), una enfermedad (Dt 28,20-22); o la guerra (Dt 28,25-26). David, que a pesar de su soberbia era un hombre sabio e inteligente, escogió sabiamente la forma de castigo que provenía más directamente de Dios: la enfermedad. Sabía cuán brutales y crueles podían ser los hombres en la guerra, y además conocía la gran misericordia de Dios. Elige entonces la peste, pero cuando ve que el pueblo —involucrado por él en esta situación debido a su pecado— sufre y muere, se dirige al Señor para hacerle una súplica. David es pecador, como lo somos los seres humanos, pero tiene la bendita capacidad de reconocer que es él quien ha realizado el daño, y de suplicar ser él quien soporte las consecuencias. El reconocimiento de su verdad y la solidaridad con los suyos acaba teniendo el «poder» para revertir la situación: en el lenguaje propio de la época, Dios se arrepiente y decide detener el castigo.
Los resultados del censo aparecen evidentemente hinchados y aún lo son más en 1 Cro 21. Tal vez el objetivo de tal censo, no radicaba en conocer el número de los súbditos para saber con quién se contaba, sino en un mero afán triunfalista colmado de «ego». ¡Qué diferente actúa nuestro Dios! El buen pastor no cuenta vanidosamente las noventa y nueve ovejas que tiene en el aprisco, sino, y angustiadamente, la que falta en él, y sale a buscarla. Este es el estilo de Jesús, él enseña sin hacer cuentas de cuántos le escuchan, para sentirse triunfalista o con muchos «me gusta». Jesús es sencillo y cercano a la vez, no cuenta a los amigos por cantidad, sino por amor, aunque los más cercanos no lo entiendan (Mc 6,1-6) y no se expliquen de dónde le viene tanta sabiduría. Cuando uno conoce de dónde vienes los dones que posee, no necesita la aprobación de nadie, solamente se da, se entrega, se desgasta por los demás. Es la tarea del discípulo-misionero, darse y darlo todo por amor. Pidamos a la Santísima Virgen María que interceda por nosotros para que aleje de nuestro pensar todo afán de triunfalismo y que nos ayude a tener su sencillez para acoger la invitación que Dios nos hace a formar parte de su plan de salvación. ¡Dios bendiga abundantemente tu día!
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario