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Así, los primeros
cristianos vieron en Jesús a ese profeta que hablaba con la autoridad propia
del mismo Dios. Sus palabras tienen la fuerza creadora y sus acciones son
liberadoras como las acciones del mismo Dios. En Cristo y en quien le sigue,
esa acción liberadora deja a la persona en libertad de amar con un corazón que
no pone fronteras. Es lo que san Pablo quiere recalcar (1Cor 7,32-35), y no
como a veces se entiende, el no preocuparse por el prójimo con una visión de
Dios que prescinde del amor al prójimo, porque eso sería idolatría. Creer que
el tiempo dedicado a las personas es tiempo negado a Dios es una trampa y por
eso Pablo lo aclara. Jesús libera, cuando habla y cuando actúa con el prójimo,
como en el Evangelio de hoy, en el que libera a un hombre poseído por un espíritu
inmundo al que Jesús obliga a salir con «autoridad». Jesús actúa siempre con
autoridad. Digamos que esa es la primera cosa que la gente percibe en Jesús,
que es alguien que se acerca a todos de forma muy diferente, no para cumplir
caprichos o quedar bien, como puede ser el «esclavizarse» a alguien —como dice
san Pablo—, Jesús actúa de forma diferente.
Jesús se acerca a
todos a partir de su experiencia de Dios y de la vida. Su palabra tiene raíz en
el corazón y por eso es una palabra «con autoridad» y no como muchas aparentes
enseñanzas que, por el poder de los medios de comunicación o de la propaganda
del comercio llegan a los oídos y al corazón de la gente seduciéndoles para que
sea egoísta y se olvide de los demás. Mucha gente que ha caído en esa trampa,
se esclaviza del consumismo, se deja oprimir por los préstamos de dinero y se
enreda en su «ego» insondable. Mucho piensan que su vida no es como debería ser
si no se ponen siempre en primer lugar y se libran de cualquier cosa que suene
a compromiso. En medio de esta realidad que parece carcomer muchas almas, Jesús
abre siempre un nuevo camino para que la gente llegue a ser pura. «Ama, y haz
lo que quieras», decía san Agustín. La apariencia de este mundo se termina. Para el
verdadero creyente, la brevedad de la vida temporal no significa sino la
oportunidad de amar sin fronteras y llegar a esa salvación próxima y definitiva
que Cristo Jesús nos ofrece. Basta ver la felicidad de María y dejarse envolver
por su testimonio de adhesión a la voluntad del Padre que la invitó a amar así,
al estilo del Hijo que llevaría dentro de ella nueve meses y que la animó
presurosa a llegar a Isabel con un corazón puro que nada tiene que dar, sino
solamente a Dios. ¡Feliz domingo vivido en familia!
Padre Alfredo
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