Este domingo, en
el libro del Deuteronomio, nos topamos con la figura de Moisés, ese hombre
elegido por Dios para liberar a su pueblo y que, aunque sabía que Dios lo había
elegido para ser guía e intérprete confiable de su voluntad, pues se reconocía
a sí mismo como profeta, conocía perfectamente los riesgos que podía acarrear
el hablar y actuar en nombre de Dios. La presencia de este texto del Antiguo
Testamento como primera lectura en este Domingo, va ligada a la intención de san
Marcos de presentarnos a Jesús como profeta, como enviado de Dios, en sus
labios está la palabra de Dios, en sus hechos se nota el poder de Dios, porque
él es Dios mismo. Jesús actuó como profeta porque dio la ley de la nueva
alianza (Mt 5-7), alimentó a la gente como lo esperaban (Jn 6), se reunió con su
Padre en una montaña (Mt 17) e intercedió por el pueblo de la nueva alianza (Jn
17). Desde tiempos inmemorables, Moisés hablaba al pueblo de una figura
profética que liberaría de verdad al pueblo, como él mismo lo había liberado de
Egipto.
Así, los primeros
cristianos vieron en Jesús a ese profeta que hablaba con la autoridad propia
del mismo Dios. Sus palabras tienen la fuerza creadora y sus acciones son
liberadoras como las acciones del mismo Dios. En Cristo y en quien le sigue,
esa acción liberadora deja a la persona en libertad de amar con un corazón que
no pone fronteras. Es lo que san Pablo quiere recalcar (1Cor 7,32-35), y no
como a veces se entiende, el no preocuparse por el prójimo con una visión de
Dios que prescinde del amor al prójimo, porque eso sería idolatría. Creer que
el tiempo dedicado a las personas es tiempo negado a Dios es una trampa y por
eso Pablo lo aclara. Jesús libera, cuando habla y cuando actúa con el prójimo,
como en el Evangelio de hoy, en el que libera a un hombre poseído por un espíritu
inmundo al que Jesús obliga a salir con «autoridad». Jesús actúa siempre con
autoridad. Digamos que esa es la primera cosa que la gente percibe en Jesús,
que es alguien que se acerca a todos de forma muy diferente, no para cumplir
caprichos o quedar bien, como puede ser el «esclavizarse» a alguien —como dice
san Pablo—, Jesús actúa de forma diferente.
Jesús se acerca a
todos a partir de su experiencia de Dios y de la vida. Su palabra tiene raíz en
el corazón y por eso es una palabra «con autoridad» y no como muchas aparentes
enseñanzas que, por el poder de los medios de comunicación o de la propaganda
del comercio llegan a los oídos y al corazón de la gente seduciéndoles para que
sea egoísta y se olvide de los demás. Mucha gente que ha caído en esa trampa,
se esclaviza del consumismo, se deja oprimir por los préstamos de dinero y se
enreda en su «ego» insondable. Mucho piensan que su vida no es como debería ser
si no se ponen siempre en primer lugar y se libran de cualquier cosa que suene
a compromiso. En medio de esta realidad que parece carcomer muchas almas, Jesús
abre siempre un nuevo camino para que la gente llegue a ser pura. «Ama, y haz
lo que quieras», decía san Agustín. La apariencia de este mundo se termina. Para el
verdadero creyente, la brevedad de la vida temporal no significa sino la
oportunidad de amar sin fronteras y llegar a esa salvación próxima y definitiva
que Cristo Jesús nos ofrece. Basta ver la felicidad de María y dejarse envolver
por su testimonio de adhesión a la voluntad del Padre que la invitó a amar así,
al estilo del Hijo que llevaría dentro de ella nueve meses y que la animó
presurosa a llegar a Isabel con un corazón puro que nada tiene que dar, sino
solamente a Dios. ¡Feliz domingo vivido en familia!
Padre Alfredo
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