martes, 9 de enero de 2018

«La oración de Ana»... Un pequeño pensamiento para hoy

Muchos de ustedes, que se toman el tiempo para leer «Un pequeño pensamiento para hoy», que por mi falta de síntesis no tiene nada de «pequeño», saben que me encanta leer, y que en el blog hermano de este y del que también soy el autor, titulado «Lectura y música para el alma» (www.lecturaymusicaparaelalma.blogspot.com), comparto cada domingo un comentario sobre alguno de los libros que estoy leyendo. Pueden imaginar que una de las cosas que más disfruto al leer algún cuento o novela, es que sea una historia cautivante, que esté llena de emoción y aventura, porque en sí, como decía Julio Cortazar, una historia es siempre buena cuando se sabe tratar. Bien, pues todos estos primeros días del Tiempo Ordinario, estaremos leyendo el Primer Libro de Samuel, que es una historia verídica y una de las más cautivantes de toda la Biblia, en donde hay acción, romance, traición, peleas épicas, héroes valientes y temibles villanos, pero, sobre todo, una profunda teología y una poderosa enseñanza concerniente a Dios, sus propósitos para el pueblo elegido y para toda la humanidad. Orar con estas historias y aprender lo que nos enseñan de Dios y de nosotros será de mucha bendición para acrecentar nuestra condición de discípulos-misioneros de Cristo. 

Hoy la liturgia de la Palabra propone, en la primera lectura, un trozo del primer capítulo de este extraordinario libro (1 Sam 1,9-20) en donde se muestra que Ana, que no ha podido ser madre biológica, habla, en una oración profunda, con Dios suplicándole se lo conceda. ¿Cómo es la oración de Ana? El versículo 11 nos lo dice: «mira la aflicción de tu sierva y acuérdate de mí. Si me das un hijo varón, yo te lo consagraré por todos los días de su vida...» Cuando Ana hace esta súplica, ella le está diciendo a Dios: «Señor, haz algo por mí.» Elí el sacerdote despierta y al ver a Ana orar de esta manera, piensa que ha bebido mucho, ¡cuando en realidad ella está más consciente que el mismo Elí! Ella tiene una intimidad más profunda y una confianza inquebrantable y cuando le explica lo que sucede, él le da una bendición en el versículo 17: «Que el Dios de Israel te conceda lo que le has pedido». Así, el respaldo del sacerdote animó mucho a Ana. Cuando regresa a su familia ya no está triste y afligida, puede comer y su rostro no está desconsolado. Su confianza y el haberse acercado al sacerdote la ha fortalecido. Ana tuvo relaciones sexuales con Elcaná su marido «y el Señor se acordó de ella y de su oración, Ana concibió, dio a luz un hijo y le puso por nombre Samuel, diciendo: “Al Señor se lo pedí”» (1 Sam 1,19-20).

Ana quiere un hijo y Dios quiere un hombre dedicado a Él, para ser el líder que saque a Israel del círculo vicioso que había caído el pueblo en el período de los Jueces. Ana creyó en Dios y Dios creyó en ella y en que prepararía el corazón de Samuel para responder a la elección wue Dios haría de él. Aún no había quedado embarazada, pero ya tenía la certeza que Dios la había escuchado y por eso su rostro era otro. Ella sabía, por su confianza en la oración y por la bendición del sacerdote, que confirmaba la acción de Dios, que Él respondería cuando lo considerara propicio. Ana, al inicio del Tiempo Ordinario, viene a recordarnos a Cristo que, en medio de una actividad que parece inacabable en su vida pública entre enseñanza, curaciones y recorridos, encuentra siempre tiempo para hablar con confianza a su Padre e incluso hablarle de manera tan fuerte como lo hace en el Huerto de los Olivos lleno de confianza filial: «Padre, si es posible aparta de mí este cáliz» (cf. Mt 26,39; Lc 22,42). Por eso, cuando Cristo habla, lo hace con autoridad, como afirma el Evangelio de hoy (Mc 1,21-28). Nosotros también rezamos, pedimos al Señor, pero, muchas veces nos quedamos en una oración devocional que es solamente de fórmulas aprendidas o leídas y no sabemos cómo llegar a orar con esta confianza de abrir el corazón con todo lo que hay en él en medio de una súplica, de lágrimas, de conciencia de nuestra pequeñez. Vibremos con Ana y con esta bellísima historia del libro de Samuel y contemplemos a la vez a la Madre de Dios, que, con tanta sencillez, ora (suplica) a Jesús con firme confianza: «Hijo, mira que no tienen vino» (Jn 2,3). ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

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