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La tienda de reunión —también conocida como tabernáculo— donde estaba el Arca de la Alianza, se adaptaba perfectamente al pueblo de Israel mientras estaban en el desierto, porque se movían constantemente. Ahora Israel estaba asegurado en la tierra y el arca del pacto estaba en Jerusalén (2 de Sam 6,17), David pensaba que sería mejor y más apropiado construir un templo que reemplazara el tabernáculo, pero Dios no dejará a David edificarle una casa (cf. 1 Cro 17,14). Y no es que a Dios no le agradó el deseo de David que había en su corazón (1 Re 8,18). Dios no rechazo la idea de David, simplemente la aplazó porque él no sería la persona indicada para hacerla, ya que David era más bien un guerrero (1 Cro 28,3) y fue llamado para unificar la nación y apacentar a Israel y no a construir un templo (v. 7). Cuando llegue el tiempo que se construya un templo será por la iniciativa de Dios, el que decide es Dios, el que tiene toda iniciativa es el Señor. David pensaba edificarle una casa a Dios y es más bien Dios quien le edifica una casa, la casa de David de donde nacerá el Mesías Salvador. ¡Qué bueno que David tuvo oídos para escuchar al Señor y obedecerle! (cf. Mc 4,23).
La parábola del sembrador, que este día nos propone la liturgia como Evangelio del día, nos arroja luz sobre este tema. La parábola ilustra la manera en que los hombres reciben el mensaje de Dios y explica la necesidad de tener «buen oído», o sea, disposición de escuchar la Palabra con corazón humilde y con deseos de saber la verdad y obedecerla. Si queremos que la semilla dé el fruto más abundante, hay que estar atentos a seguir lo que Dios quiere, aunque a veces no entendamos e incluso queramos darle de más, como David, que quería edificarle una casa. Y lo primero que hay que hacer es escuchar la Palabra de Dios, guardarla en el corazón para meditarla como María (cf. Lc 2,19), acogerla todos los días, preservarla contra las manos del maligno, e irla cuidando todos los días, hasta que dé su fruto. Hay que dar el cien por ciento de los frutos que Dios quiere de nosotros, así estaremos más cercanos a la felicidad y se hará su voluntad en nuestras vidas. Creo que vale la pena terminar la reflexión de este día con una oración: «Señor, tú vienes cada día a la tierra de mi alma dispuesto a sembrar tu mensaje de salvación en ella. Ayúdame a escucharte, a aceptar tu Palabra, a configurar mi vida con ella. Concédeme ser tierra buena que produzca fruto abundante por saber acoger y trasmitir tu gracia obedeciendo tu voluntad. Amén. ¡Que tengas un bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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