lunes, 1 de enero de 2018

«El año nuevo, la Madre de Dios y la jornada mundial de la paz»... Un pequeño pensamiento para hoy


¡Feliz Año Nuevo! Según el calendario civil, hoy es el primer día de 2018 y según el calendario litúrgico, hoy celebramos la solemnidad de Santa María, Madre de Dios. Una celebración que es, según la historia, la primera fiesta mariana de la Iglesia Católica de Occidente. Mientras la Iglesia celebra la octava de Navidad, el mundo civil festeja el primer día de un nuevo año solar. Precisamente de este modo, año tras año, se manifiesta gradualmente esa «plenitud del tiempo» de la que habla san Pablo en la segunda lectura de la liturgia del día de hoy: «Cuando llegó la plenitud de los tiempos...» (Ga 4, 4). Estas palabras de la carta de san Pablo a los Gálatas corresponden muy bien a la índole de esta celebración, porque es una secuencia que avanza a lo largo de los siglos y de los milenios de manera progresiva, y que tendrá su cumplimiento definitivo en el fin del mundo. Durante ocho días hemos revivido en la liturgia el acontecimiento maravilloso del nacimiento del Mesías Redentor, siguiendo la narración que nos presentan los evangelios. San Lucas, el día de hoy, nos vuelve a proponer, en sus rasgos esenciales, la escena del nacimiento en Belén. Cierto que la narración de hoy es más sintética que la proclamada la noche de Navidad, pero no por eso emotiva y motivante, incluso al hablarnos de una actitud de María que hoy, más que nunca, suena necesario poner en práctica.

El evangelio nos recuerda que María «guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19). Y eso es algo que se realizó, como práctica común, a lo largo de su vida, conservando así la paz en el corazón en todo momento. En Belén, en el Gólgota, al pie de la cruz, y el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo descendió al cenáculo María guardaba lo acontecido en su corazón. Y lo mismo sucede también hoy en que nosotros nos acercamos al pesebre de Belén y la vemos a Ella junto al Divino Niño o a éste colocado en su regazo. La Madre de Dios y de los hombres guarda y medita en su corazón todos los problemas de la humanidad. Ella ha caminado con nosotros en el 2017 que concluimos apenas hace unas horas, y nos guía, con ternura materna, hacia el futuro del 2018. Así, ayuda Ella a la humanidad a cruzar todos los «umbrales» de los años, de los siglos y de los milenios, sosteniendo su esperanza en aquel que es el Señor de la historia y que, en esta perspectiva del valor y del sentido de «la plenitud de los tiempos», es celebrado por la Iglesia marcando el comienzo del nuevo año con el signo de la oración por la paz. 

Cada año, el 1 de enero, se celebra la Jornada Mundial por la Paz. Cada año, al dar los primeros pasos, rogamos al Señor nos conceda ese regalo que todos anhelamos y que María supo conservar muy bien en su corazón, a pesar de vivir cada día con sorpresas más grandes que las que cualquiera de nosotros se puede llevar. «La paz, que los ángeles anunciaron a los pastores en aquella noche de Navidad, sigue siendo hasta nuestros días una aspiración profunda de todas las personas y de todos los pueblos, especialmente de aquellos que más sufren por su ausencia» ha dicho el Papa Francisco en su mensaje de este año. Volver a escuchar el relato del Nacimiento nos hace ir espiritualmente a Belén, a donde los pastores acudieron para adorar al Niño en la noche de Navidad (cf. Lc 2, 16). ¡Cómo no dirigir la mirada con aprensión y dolor a aquel lugar santo donde nació Jesús! ¡Belén! ¡Tierra Santa! Sumergida casi siempre en una dramática y persistente tensión en la región del Oriente Medio que hace más que urgente la búsqueda de la paz. Pero, María Santísima, con su actitud en este primer día del nuevo año, nos dice, con su testimonio sereno, que la paz empieza a construirse en el propio corazón, cuando se sabe guardar ahí lo enviado por Dios al corazón y al alma. Que Ella, la Madre de Dios, nos ayude a descubrir el rostro de Jesús como Príncipe de la paz. Que ella nos sostenga y acompañe en este año nuevo, y nos obtenga a nosotros y al mundo entero el anhelado don de la paz. Que, gracias a su intercesión materna, los hombres y mujeres de todos los continentes se sientan más hermanos y dispongan su corazón para acoger a su Hijo Jesús y guardar ahí mismo, en el corazón, las cosas de Dios como Ella. Cristo es la auténtica paz que reconcilia al hombre con el hombre y a toda la humanidad con Dios. ¡Qué ganas de ser todo el 2018 y siempre un alma —como decía la beata Madre María Inés Teresa del Santísimo Sacramento— pacífica y pacificadora!

Padre Alfredo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario