lunes, 29 de enero de 2018

EL SACRAMENTO DE LA CONFIRMACIÓN...


A manera de Introducción.

El diálogo que Dios entabla con nosotros por medio de los sacramentos, es un diálogo transformador y vivificante. A quienes toman en serio ese diálogo, se les va transmitiendo la vida de Dios y es deber del creyente bautizado cuidar, fortalecer y nutrir esa vida, poderosa en sus raíces, pero frágil y amenazada constantemente.

El sacramento de la Confirmación es uno de los tres sacramentos de la iniciación cristiana. La misma palabra: «Confirmación» que significa «afirmar o consolidar», nos dice mucho. Este sacramento es para cada fiel cristiano, la plena investidura de una misión a favor de la Iglesia y del mundo entero. La Confirmación es un sacramento que está íntimamente unido al del Bautismo. Es una especie de desdoblamiento de éste para significar que se trata de un bautismo en el mismo Espíritu con el que fue ungido Jesús. «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido para que dé la buena noticia a los pobres» (Lc. 4, 18). La unción de Jesús, en continuidad con la unción de los reyes del Antiguo Testamento, le capacita para ser el defensor y el salvador de los pobres (ver Sal 72,1-75). Él comunica su mismo Espíritu a los Apóstoles en Pentecostés (ver Hech 2,4). Y ellos, a la vez, lo comunican a los creyentes.

En este sacramento se fortalece y se completa la obra del Bautismo. Por la confirmación, el bautizado se fortalece con el don del Espíritu Santo. Se logra un arraigo más profundo a la filiación divina, se une más íntimamente con la Iglesia, fortaleciéndose para ser testigo de Jesucristo, de palabra y de obra. Por él es capaz de defender su fe y de transmitirla. A partir de la Confirmación, los bautizados nos convertimos en cristianos maduros y podremos llevar una vida cristiana más perfecta, más activa. Este es entonces el sacramento de la madurez cristiana que nos hace capaces de ser testigos de Cristo.

Podemos llamar cristiano adulto a quien sabe asumir sus responsabilidades en el seno de la Iglesia y toma parte activa en la edificación del Reino de Dios. Por la efusión del Espíritu Santo, el creyente que ha recibido el sacramento de la Confirmación hace un altar en cualquier actividad de su vida diaria. Sobre ese altar él se une al sacrificio de Cristo para introducir en el mundo el amor del Padre. Así, el Espíritu se manifiesta en el cristiano a través del testimonio activo y lo hace progresar hacia la Eucaristía, culmen del misterio pascual, con las manos ricas en dones de alabanza. Por la Confirmación, el Hijo encarnado de Dios nos comunica la misma misión que el Padre le dio a Él: dejarnos guiar por el Espíritu Santo, para hacer visible en este mundo su amor infinito.

1. Algunas cuestiones acerca de la Confirmación. 

El día de Pentecostés –cuando se funda la Iglesia– los apóstoles y discípulos se encontraban reunidos con la Virgen María. Estaban temerosos, no entendían lo que había pasado –creyendo que todo había sido en balde– se encontraban tristes. De repente, descendió el Espíritu Santo sobre ellos –quedaron transformados– y a partir de ese momento entendieron todo lo que había sucedido, dejaron de tener miedo, se lanzaron a predicar y a bautizar. La Confirmación es entonces un «Pentecostés personal» y un «Pentecostés Doméstico». El Espíritu Santo está actuando continuamente sobre la Iglesia de modo muy diversos. La Confirmación –al descender el Espíritu Santo sobre nosotros– es una de las formas en que Él se hace presente al pueblo de Dios. 

Hoy en día vivimos en un mundo en que hace falta gente comprometida. Muchos creemos en Dios y tenemos fe, pero vivimos como si no la tuviéramos. No damos testimonio de Cristo. Este testimonio debe ser no sólo de palabra sino de obra. Para convencer, hay que ser cristianos convencidos y aprovechar la ayuda que el Espíritu Santo nos brinda. Esa ayuda la recibimos en el sacramento de la Confirmación, una acción especial del Espíritu Santo, por el cual una persona que ha sido bautizada, recibe el regalo de la tercera persona de la Santísima Trinidad en plenitud.  Aunque en el Bautismo se recibe el Espíritu Santo y en todos los sacramentos actúa de una u otra manera, por el Sacramento de la Confirmación se reciben en plenitud todos sus dones. 

2. La Confirmación es el Sacramento del Espíritu Santo.

El Bautismo se nos da para lograr la salvación personal, pero la Confirmación busca también un compromiso del cristiano que es enviado a una misión especial y con una gran responsabilidad de defender la fe, llevarla a los demás a través del apostolado, y ser testigo de Jesucristo con la palabra y el ejemplo. La Confirmación fortalece en nosotros las virtudes de la fe, esperanza y caridad, así como los siete dones del Espíritu Santo. Estos dones, fortalecidos, nos ayudan para cumplir nuestra responsabilidad de apóstoles y defensores de la fe. 

La ceremonia del Sacramento de la Confirmación es muy sencilla, pero el valor que tiene es muy grande. Cuando el Espíritu Santo descendió el día de Pentecostés, encontró un grupo de apóstoles débiles, que no sabían cómo cumplir con la misión que Jesús les había encomendado de llevar el Evangelio a todo el mundo y bautizar a todas las naciones, pero su acción logró una transformación total e inmediata. Los Hechos de los Apóstoles nos dicen que tan sólo ese día se bautizaron más de tres mil personas.

Al recibir la Confirmación, los bautizados nos convertimos en verdaderos soldados de Cristo, siempre dispuestos a luchar de palabra y obra por nuestra fe. De acuerdo al mandato de Jesús, los apóstoles bautizaban a las personas que aceptaban la fe y después la confirmaban. Pero, ¿qué efectos tiene en nosotros la Confirmación? Aquí los mostraremos: 

Recibimos la fuerza del Espíritu Santo para comprometernos mucho más, como auténticos testigos de Cristo, a extender y defender la fe con nuestras palabras y acciones.
Se fortalecen en nosotros los regalos de la fe, las esperanza y la caridad, así como los dones del Espíritu Santo que recibimos el día de nuestro bautizo. Estos regalos fortalecidos nos ayudarán a difundir y defender nuestra fe como auténticos soldados de Cristo.
Nos unimos más íntimamente a Cristo y a la Iglesia.
Se completa nuestra condición de hijos de Dios, ya que perfecciona la gracia que recibimos en el Bautismo.
Recibimos un sello del Espíritu Santo que impone sobre nosotros un carácter. Esta es la ra-zón de por qué se recibe una sola vez en la vida.

Toda persona que haya sido bautizada puede y debe recibir la Confirmación. Para recibir este sacramento hay que estar en estado de gracia (confesado), tener la intención de recibir la Confirmación y prepararse para cumplir con el compromiso que ésta implica. También, se recomienda buscar la ayuda espiritual de un padrino(a) que sea como una especie de guía en el compromiso.

Los obispos son los sucesores de los apóstoles que estuvieron presentes el día de Pentecostés. Por lo tanto, es el obispo el ministro de la confirmación. En una situación especial, el obispo puede auto-rizar a un sacerdote a administrar el sacramento, como me ha tocado a mí hacerlo en diversas ocasiones.

Para realizar este sacramento, el obispo extiende sus manos sobre el confirmando como símbolo del don del Espíritu Santo a quien invoca para que descienda sobre el cristiano. Después, el obispo unge la frente con el santo crisma, que es aceite de oliva perfumado bendecido por el obispo el jueves santo. Este es un signo de consagración que simboliza el sello del Espíritu Santo que marca la pertenencia total a Cristo, a cuyo servicio quedamos desde ese momento y para siempre. La imposición de las manos y la unción con el crisma constituyen la materia del Sacramento de la Confirmación. 

En el Antiguo Testamento, a los reyes o guerreros que tenían una misión especial, se les ungía con aceite para darles la fuerza que necesitaban para cumplir su misión. En el Sacramento de la Confirmación, durante la unción, el obispo repite la forma del sacramento: «Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo» y unge para dar esa fuerza del Espíritu en la tarea de ser discípulos–misioneros de Cristo. Así, esa fuerza venida de lo alto no ayuda a llevar a cabo nuestra misión como hijos de Dios. Pero el Espíritu Santo no podrá actuar ni transformarnos como lo hizo con los apóstoles si nosotros no se lo permitimos. Al recibir este Sacramento recibimos la gracia y la fuerza necesaria para responder como auténticos hijos de Dios y testigos de Cristo. Depende de nosotros aprovechar esa gracia tomando conciencia de los dones que recibimos y los compromisos que adquirimos.  Así como los discípulos recibieron al Espíritu Santo en Pentecostés y salieron a proclamar la buena Noticia de Jesús, los confirmados reciben el Espíritu Santo y sus dones para poder testimoniar, difundir y defender la fe por medio de la palabra y de las obras, como auténticos testigos de Cristo.

3. Los dones del Espíritu Santo en la Confirmación. 

El Espíritu Santo es la tercera persona de la Santísima Trinidad y si nosotros se lo permitimos, actúa en nosotros y puede hacer maravillas. Lo único que tenemos que hacer es abrir nuestro corazón para dejarlo actuar. Y si queremos ser verdaderos discípulos–misioneros y testigos de Cristo, no dejemos que nadie deje de recibir el Sacramento de la Confirmación, porque es el sacramento que transforma al creyente en soldado defensor de la fe católica. En el sacramento de la Confirmación recibimos los dones del Espíritu Santo que son siete y son regalos especiales que nos ha hecho Dios para comprender las cosas divinas y cumplir mejor su voluntad, estos son:

Temor de Dios: Este don es un santo temor de ofender a Dios porque es nuestro Padre que nos ama y nosotros también lo amamos. Este don brinda a nuestra alma la docilidad para apartarnos del pecado por temor de ofender a Dios que es el supremo bien.

Piedad: Este don es un gran regalo que Dios brinda a nuestra alma. Gracias a él, podemos amar a Dios como Padre y a todos los hombres como verdaderos hermanos.

Ciencia: Por medio de este don, nuestra inteligencia puede juzgar recta y sobrenaturalmente las cosas creadas de acuerdo a un fin sobrenatural. Podemos ver la mano de Dios en la Creación.

Sabiduría: Es el don de los grandes santos, es el más excelente de todos los dones, ya que nos permite entender, saborear y vivir las cosas divinas.

Fortaleza: Este don fortalece el alma para vivir heroicamente las virtudes, brindándonos una invencible confianza para superar los peligros o dificultades con los que nos encontremos en la lu-cha contra el pecado, en nuestro camino al Cielo y en la búsqueda de la santidad.

Consejo: Este don nos permite intuir rectamente lo que debemos hacer o dejar de hacer en una circunstancia determinada de nuestra vida.

Entendimiento: Este don permite entender las verdades reveladas por Dios y las verdades natu-rales comprendiéndolas a la luz de la salvación.

4. Signo, materia y forma del sacramento de la Confirmación.

El Concilio de Trento declaró que la Confirmación era un sacramento instituido por Cristo, ya que los protestantes lo rechazaron porque –según ellos– no aparecía el momento preciso de su institución. Sabemos que fue instituido por Cristo, porque sólo Dios puede unir la gracia a un signo externo.

El Nuevo Testamento nos narra como los apóstoles, en cumplimiento de la voluntad de Cristo, iban imponiendo las manos, comunicando el Don del Espíritu Santo, destinado a complementar la gracia del Bautismo. «Al enterarse los apóstoles que estaban en Jerusalén de que Samaria había aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Estos bajaron y oraron por ellos para que recibieran al Espíritu Santo; pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados en nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían al Espíritu Santo». (Hech. 8, 15-17;19, 5-6).

En la Confirmación el rito es muy sencillo, básicamente es igual a lo que hacían los apóstoles con algunas partes añadidas para que sea más entendible. El signo de la Confirmación es la «unción». Desde la antigüedad se utilizaba el aceite para muchas cosas: para curar heridas, a los gladiadores de les ungía con el fin de fortalecerlos, también era símbolo de abundancia, de plenitud. Además la unción va unida al nombre de «cristiano», que significa ungido.

La materia de este sacramento —es decir el elemento que se utiliza para expresar este don de Dios– es el «Santo Crisma», que consiste en aceite de oliva mezclado con bálsamo y que es consagrado por el Obispo el día del Jueves Santo en la llamada «Misa Crismal». La unción se hace en la frente del confirmando. La forma de este sacramento está en las palabras que acompañan a la unción y a la imposición individual de las manos: «Recibe por esta señal de la cruz el don del Espíritu Santo» (CEC. 1300). La cruz es el arma con que cuenta un cristiano para defender su fe.

La celebración de este sacramento comienza con la renovación de las promesas buatismales y la profesión de fe de los confirmados. Demostrando así, que la Confirmación constituye una prolongación del Bautismo. (Cfr. SC 71; CEC. 1298). El ministro extiende las manos sobre los confirmandos como signo del Espíritu Santo e invoca a la efusión del Espíritu. Sigue el rito esencial con la unción del santo crisma en la frente, hecha imponiendo la mano y pronunciando las palabras que conforman la forma. El rito termina con el beso de paz, u otro gesto externo de paz que representa la unión del Obispo con los fieles. (Catec. n.1304).

Padre Alfredo.

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