Estamos en el tiempo de la Navidad, un tiempo maravilloso para agradecer el «sí» de María que hizo posible que Jesús descendiera de lo alto al vientre de la Virgen y naciera para nuestra salvación. No cabe duda de que la Virgen María, con ese acto heroico de responder a la invitación del ángel demostró su amor al dar el «Hágase». Hoy, la liturgia nos sigue hablando, en la primera carta del apóstol san Juan, del amor. De ese amor de quien dona su vida porque sabe cuál es el verdadero y auténtico amor (1 Jn 3,11-21). Debemos amarnos los unos a los otros con esa misma forma de amar que Jesús viene a proponernos y que María percibe desde la visita del arcángel Gabriel, el amor de Dios. Un amor que no es de palabra, sino de hechos tan concretos como la presencia de María de Nazareth y de José en el portal de Belén. Es que, si es Navidad ¿de qué otro amor podemos hablar contemplando a esta joven pareja con el Divino Niño recién nacido y pasando necesidad? ¿A qué clase de amor nos están invitando desde el pesebre? El amor que se desprende la escena del Nacimiento no es un concepto teórico, sino algo que debe manifestarse con acciones como el amor de los pastores que fueron a toda prisa o el de los reyes que llegaron a brindar ayuda con sus regalos. «Hijitos míos, no amemos solamente de palabra, amemos de verdad y con las obras» (1 Jn 3,18).
En las revelaciones que Nuestro Señor le regaló a santa Catalina de Siena, están contenidas estas palabras: «El amor a Mí y el amor al prójimo son una misma cosa. Cuanto más me ama el alma, más ama al prójimo, ya que de Mí nace el amor hacia él». Estos días en que contemplamos la imagen del Niño Dios, nos podemos dar cuenta al mirarle, que el modo en que podemos mostrar el amor hacia los otros, es un reflejo del modo en que Cristo nos muestra el amor del Padre y es correspondido. Es curioso que ninguno de los versículos de las cartas de san Juan, se refiere directamente al amor de Jesús por sus discípulos. Juan nunca dice: «Ámense unos a otros como Jesús les amó». El apóstol siempre habla del amor de Dios por sus hijos; el amor del Padre. Así, cuando contemplamos la escena del Nacimiento, el énfasis lo tenemos que poner en esto: ¡Dios nos amó dándonos a su Hijo Jesús! Y por eso, en lo relativo sobre quién debiera modelar nuestro amor, Juan no dice: amen como Jesús, dice: «¡amen como Dios!»
En su primera carta —sobre todo en estos versículos del capítulo 3 y en el 4— el apóstol san Juan no está minimizando a Jesús cuando pone todo el enfoque en el amor de Dios en Jesús. Él está exaltando a Jesús como lo exaltamos nosotros cada Navidad colocando la imagen que nos recuerda el amor del Padre que nos envía a su Hijo en un lugar especial. Este Jesús a quien ahora contemplamos envuelto en pañales, que nos dio el nuevo mandamiento y nos dijo que nos amáramos unos a otros como Él nos amó, este Jesús, es Dios encarnado. Y Juan no pudo pasar por alto esta verdad. Dios nos estaba amando allí, esa noche de la Navidad. Dios nos amó a la mañana siguiente cuando los pastores adoraron al Mesías Salvador. Cada acto de Jesús, desde pequeñito, fue un acto del amor de Dios Padre a cada uno de sus hijos y tú y yo, como discípulos-misioneros, somos responsables de que ese mensaje de amor se extienda. ¿Tú has pasado este mensaje de la Navidad a la gente que vive cerca de ti? ¿Les has hablando del gozo de la vivencia de la Eucaristía de la Navidad a la que asististe? El hilo conductor de todo el Evangelio, es el amor que el Padre nos tiene y que se ha manifestado en Cristo para nuestra salvación. Hemos de reconocer a Dios en Cristo como lo hizo Natanael en el Evangelio: «Maestro, tú eres el Hijo de Dios» (cf. Jn 1,43-51). ¡Bendecido viernes de esta primer semana del año nuevo!
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario