lunes, 29 de enero de 2018

«No dejarse seducir»... Un pequeño pensamiento para hoy

El poder del mal siempre quiere oprimir, maltratar y alienar la vida de muchas personas hoy como lo ha hecho en el pasado, a veces Dios lo permite por cuestiones que, a nuestro poco alcance, no logramos comprender. La estrategia de Absalón, seducido por el mal en cuestión de política, era robar los corazones de la gente por medio de su atractivo personal, grandes apariciones, aparente preocupación por la justicia y abrazos amistosos, cosas con las que dejaba a muchos con los ojos cuadrados, sin embargo, más tarde, Absalón demostró ser un gobernante malvado. —ni que decir, que nosotros no sabemos de casos como ese—. La primera lectura de hoy (2 Sam 15,13-14.30; 16,5-13) nos ayuda, por una parte, a ver la necesidad que tenemos de evaluar a nuestros líderes para asegurarnos de que su carisma no sea una máscara que cubra sus artimañas, la decepción o el hambre de poder y por la otra a reconocer que los errores del padre, a menudo se ven reflejados en las vidas de sus hijos. En Absalón, David vio una repetición y amplificación amarga de muchos de sus propios pecados anteriores. 

Dios había predicho que la familia de David sufriría por su pecado contra Betsabé y Urías. Su corazón fue quebrantado cuando se dio cuenta de que las predicciones de Dios se estaban volviendo realidad. Dios perdonó a David, pero no canceló las consecuencias de su pecado. Absalón habría sido un excelente rey. El pueblo lo amaba. Pero en lo íntimo de su ser, carecía de buenas cualidades y del control necesarios en un buen líder. Su apariencia, habilidades y posición no lograron cubrir su falta de integridad personal. Los pecados de David lo separaron de Dios, pero el arrepentimiento lo llevó nuevamente a él. Por el contrario, Absalón pecó, y continuó pecando. No fue lo suficientemente sabio como para evaluar los consejos que recibía. Dios nos ofrece el perdón, pero no lo experimentaremos hasta que admitamos genuinamente nuestros pecados y los confesemos a Dios. Absalón rechazó el amor de su padre, y a la larga, el amor de Dios. ¿Cuán a menudo se pierde la oportunidad de regresar al amor de Dios a través de la puerta del perdón? 

Los versos iniciales del Evangelio de hoy (Mc 5,1-20), describen la situación de la gente antes de la llegada de Jesús. Marcos describe el comportamiento del endemoniado, y asocia el poder del mal al cementerio (muerte), a los puercos (impureza), al mar (caos) y a una legión (opresión). El mal es un poder sin rumbo, amenazador, descontrolado y destructor, que da miedo, como el de los malos gobernantes, o incluso cualquier tipo de gente, que se deja engatusar por el mal y se priva de conciencia, de autocontrol y de autonomía llenándose de muerte y de impureza, en un caos que le oprime el corazón y le impide amar. Ante la simple presencia del amor de Dios, el poder del mal se desmorona y se desintegra. En la manera de describir el primer contacto entre Jesús y el hombre poseído, Marcos acentúa ¡la desproporción total! El poder, que antes parecía tan fuerte, se derrite y se derrumba ante Jesús. Lo mismo ha pasado en la situación de David y de muchos, aunque se reconozcan como los más pecadores, al abrir el corazón al amor de Dios, la vida se transforma y se abre un horizonte nuevo: «Vete a tu casa —dice Jesús al exorcizado— a vivir con tu familia y cuéntales lo misericordioso que ha sido el Señor contigo». Pidamos a la Madre de Dios, «refugio de pecadores» que nos ayude a amar más el sacramento de la Reconciliación y a transformar nuestra vida para llevarla, cada día, a metas más altas de santidad. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

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