lunes, 8 de enero de 2018

«EL BAUTISMO DEL SEÑOR»... Un pequeño pensamiento para hoy


Nuestra reflexión diaria, en torno a la Liturgia que sigue la Iglesia, da hoy un gran salto. Del Niño Jesús al que ayer los Magos de Oriente adoraron, pasamos en un día a contemplar a Juan el Bautista bautizando a Jesús ya adulto. Con la fiesta del Bautismo del Señor cerramos el ciclo de Navidad y asistimos al arranque de la vida pública de Jesús. Después de treinta años de vida oculta, inadvertido del mundo, el Dios hecho hombre crecía en gracia, sabiduría y edad (Lc 2,52) en una de las más recónditas y olvidadas aldeas de la Palestina de aquellos tiempos. Hoy Marcos nos dice que de allí el Mesías descendió hacia el Jordán para iniciar su ministerio público (Mc 1,7-11). Hasta entonces su enseñanza había sido sin palabras, aunque desde luego una enseñanza muy elocuente e importante, porque de todo ello tomará los valiosos ejemplos en las parábolas para enseñar: la levadura, la lámpara, la puerta, las gallinas, las ovejas, la higuera... Además, en ese tiempo del que nada relevante se quedó escrito, nos hizo comprender el valor de una vida sencilla, de una existencia ordinaria en sus cosas pequeñas desarrollada en el amor. Lección fundamental para nosotros, porque la vida oculta de Cristo, antes del bautismo en el Jordán, nos lleva a dar valor a lo más pequeño y ordinario que, al vivirlo con amor y esmero en hacer todo bien, puede alcanzar la bendición y la sonrisa de Dios a la vez que, como decía Madre María Inés Teresa, lo convertimos en monedas para salvar almas.

Si ya Jesús compartía nuestra condición humana desde pequeño, con la fiesta del Bautismo, se pone junto a nosotros, se suma a la fila de aquellos que nos sentimos pecadores, con la finalidad de devolvernos la gracia, la vida de Dios arrancándonos de un mundo de oscuridades para llevarnos a una atmósfera de luz divina. Jesús recurre al bautismo que Juan hacía, porque ha venido a cargar con todos los pecados de la Humanidad y a redimir así al hombre de la servidumbre a la que estaba sometido desde la caída de Adán. Jesús, como había profetizado Isaías, es el Cordero de Dios que carga sobre sus hombros los pecados del mundo para expiarlos con su mismo sacrificio. Así pues, en su Bautismo empieza su misión redentora, inaugurando una nueva era al dar a las aguas el poder de purificar a cuantos creyendo en Él, se bautizarían no ya con el bautismo de arrepentimiento de Juan, sino en nombre de la Trinidad, una vez consumada la redención en la cruz. El Bautismo de Cristo, recordado ahora en el rosario como el primero de los misterios de la luz, es un modelo de lo que es el nuestro. También nosotros adquirimos la filiación divina al ser bautizados, pues además de ser purificados del pecado original, hemos sido objeto del amor del Padre, hemos recibido al Espíritu Santo que ha morado, y permanece si estamos en gracia de Dios, en nuestro cuerpo y en nuestra alma como en su propio templo.

Cristo se bautizó como uno más de los creyentes de su tiempo, ha dejado a su Madre en la casita solariega de Nazareth, pero Ella se ha quedado contenta porque su Hijo ha venido a encontrarse con su Padre del cielo de quien escuchará la voz poderosa que lo declara desde el cielo «su Hijo amado, en quien tiene puestas sus complacencias» (cf. Mc 1,11). El Padre ha decidido que es el momento que cese aquel anonimato de Jesús. Ayer domingo, al celebrar la Epifanía, se nos mostraba lo mismo: la presencia pública y jubilosa del Niño Dios al mundo, representado por los Magos de Oriente. Ahora, en su Bautismo, el Espíritu Santo unge a Jesús para la misión redentora, dando inicio al reinado de la paz y del amor, de la misericordia y de la compasión. En ese equilibrio entre fuerza y suavidad está lo mejor que podemos aprender nosotros de nuestro Dios en esta fiesta el Bautismo del Señor. Entramos litúrgicamente al llamado «Tiempo Ordinario», un tiempo de camino común y corriente, tras las maravillas que hemos celebrado en Navidad. Pero seguirá siendo, a la vez, un tiempo de espera y de conversión. Esta primera parte del Tiempo Ordinario terminará el Miércoles de Ceniza —el próximo 14 de febrero— y se iniciará la Cuaresma, continuando con el ascenso hasta la Pascua gloriosa. Todos los tiempos y los momentos sirven para nuestra conversión. Hay que leer y releer las lecturas de hoy. Y meditarlos en el silencio de nuestro corazón y en la deseable paz de nuestras almas. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

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