Hoy quisiera comenzar mi reflexión con las palabras con las que se inicia la primera lectura de la Misa de hoy, tomada de la primera carta del apóstol san Juan: «Hijos míos: No dejen que nadie los engañe. Quien practica la santidad es santo, como Cristo es santo. Quien vive pecando, se deja dominar por el diablo, ya que el diablo es pecador desde el principio. Pues bien, para esto se encarnó el Hijo de Dios: para deshacer las obras del diablo...» (1 Jn 3,7-10). La sociedad que rodea a los discípulos-misioneros de Cristo, no quiere aceptar que esta es una realidad, no comprende esto porque no ha comprendido a Jesús ni se ha dejado alcanzar por él. El engaño que enreda sobre todo a tanta gente joven hoy, proviene de personas débiles que, influenciadas por la New Age, hablan de un dios hecho a su medida y que no toca el tema de la verdad porque todo lo ve relativo. El engaño solo puede mantenerse en palabras, pero estas envuelven y se disfrazan de cursos y más cursos que no desembocan en acciones de conversión y en obras de misericordia. Por eso la práctica del amor auténtico en nuestro diario vivir es lo que nos permite el privilegio de buscar ser santos por hacer de la santidad de Dios la nuestra.
Desde nuestro bautismo, la semilla dela naturaleza divina ha sido depositada en nosotros y nos impulsa a permanecer en la presencia del Señor y a ser justos, abandonando todo aquello que nos conduce a pecar, pero para ello se requiere poner lo que está de nuestra parte acercándonos a Jesús y conviviendo con Él que es el Justo de los justos. «¿Dónde vives Rabí?» (Jn 1,38) preguntan los discípulos de Juan al Mesías y él responde: «Vengan a ver» (Jn 1,39). Solamente estando con Cristo es como se le puede conocer y captar que no tenemos porqué vivir envueltos en una vida de pecado que solamente conduce al vacío; tal vez en una «aparente realización» como personas, pero en un mundo de pecado inundado sobre todo de egoísmo y frivolidad. El apóstol san Juan, en su primera carta, nos presenta de una manera muy clara lo que significa estar con Jesús. Él pone el dedo en la llaga porque afirma que si somos hijos del Dios Altísimo y hemos nacido de nuevo, entonces debemos manifestar un estilo de vida que se conforma e imita a la vida de Cristo; es decir, si somos hijos de Dios tendremos deseos de vivir una vida que haga creíble nuestra fe en Jesucristo andando en la luz, porque Cristo es la luz del Mundo.
Afirmar que somos hijos de Dios y no dejarnos engañar por el enemigo, que ronda como león rugiente buscando a quién devorar (1 Pe 5,8) no significa que busquemos ser soberbios o que nos hinchemos de orgullo espiritual. No llegamos a ser hijos de Dios por nuestros propios méritos, por muchas buenas obras y generosos gestos que podamos tener. Los hijos de Dios sólo podemos afirmar con humildad que la gracia del perdón de nuestros pecados, que llega de lo alto por el sacramento de la reconciliación, se acepta como un regalo, no merecido, por parte de Dios. Así que, sólo nos podemos jactar del maravilloso Salvador que tenemos y que ha nacido de María virgen: Cristo Jesús, en quien podemos ser santos. Así, hemos de entender que la verdadera santidad en el creyente no solo está con dejar de hacer actos inmorales, sino también en hacer obras de justicia y misericordia y sobre todo, en el amar a nuestros hermanos. Los hijos de Dios son todos aquellos que luchan contra toda situación de pecado personal y social y hacen justicia amando. Vamos empezando el año, apenas van unos cuantos días y me parece que la Palabra de Dios hoy nos da una buena oportunidad para revisar qué es lo que estamos buscando en esta vida o a quién estamos buscando en esta vida: ¿obramos la justicia en la casa, en el trabajo, en la escuela, en el grupo o comunidad? ¿Amamos al estilo de Cristo y somos católicos practicantes o sólo de nombre por ostentar «una marca»? ¿Hemos dejado de lado los engaños del diablo o sucumbimos fácilmente seducidos por amistades o espacios inconvenientes? ¿Buscamos la justicia de Dios en la verdad o dejamos que el relativismo galopante del mundo nos gane? Aún es tiempo de acercarnos al pesebre en donde María sostiene al pequeño Niño Dios en brazos y José, el hombre justo, provee del amor y de las cosas necesarias y esenciales para los primeros días del Dios hecho Hombre, para rogar al Salvador que deshaga las artimañas que el diablo quiere tender a nuestro corazón. ¡Bendecido jueves eucarístico y sacerdotal!
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario