miércoles, 3 de enero de 2018

«Jesús, Jesús, Jesús, mil veces Jesús, Jesús, Jesús»... Un pequeño pensamiento para hoy


Desde anoche me ha venido a la mente y al corazón el grato recuerdo de nuestra queridísima hermana Esthela Calderón, de feliz memoria, y eso porque hoy la Iglesia celebra la fiesta del Santísimo nombre de Jesús, que desde 1721 se extendió por el mundo entero gracias al Papa Inocencio XIII. La madre Esthela, cuando tenía que enfrentar una situación difícil invocaba el nombre de Jesús diciendo: «Jesús, Jesús, Jesús, mil veces Jesús, Jesús, Jesús» y por supuesto que salía adelante. La palabra «Jesús» es la forma latina del griego «Iesous», que a su vez es la transliteración del hebreo «Jeshua» o «Joshua» o también «Jehoshua», que significa «Yahveh salva». La historia de la Iglesia nos dice que el Santísimo Nombre de Jesús, era invocado por los fieles desde los comienzos de la Iglesia y por mucho tiempo se celebró junto con la fiesta de María Madre de Dios el 1 de enero. «Éste es aquel santísimo nombre anhelado por los patriarcas, esperado con ansiedad, demandado con gemidos, invocado con suspiros, requerido con lágrimas, donado al llegar la plenitud de la gracia», decía San Bernardino de Siena, quien junto con sus discípulos propagó su culto y devoción. San Bernardino solía llevar una tablilla que mostraba la Eucaristía con rayos saliendo de ella y, en el medio, se veía el monograma “IHS”, abreviación del Nombre de Jesús en griego (ιησουσ). Más adelante la tradición devocional le añadió un significado a las siglas: "I", Iesus (Jesús), "H", Hominum (de los hombres), "S", Salvator" (Salvador). Juntos quieren decir “Jesús, Salvador de los hombres”.

Con la revisión del calendario universal en años recientes, esta fiesta pasó a celebrarse separadamente, con categoría de memoria el 3 de enero con el Evangelio de san Juan en donde el Bautista nos señala al Mesías: «Este es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29-34). Cada Misa el sacerdote que preside lo vuelve a señalar repitiendo las mismas palabras: «Este es...» ¡Qué dicha poder entender lo que significa ese nombre sobre todo nombre! En él, como dice san Juan en su primera carta, «somos hijos de Dios y, cuando él se manifieste, vamos a ser semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es» (cf. 1 Jn 2,29-3,6). Pero, ¿qué significa el nombre de «Jesús» para la sociedad consumista que atraviesa por este tiempo de Navidad? ¿Qué significa este bendito nombre para quienes viven una serie de fiestas de Navidad haciendo a un lado u olvidando al Hijo de Dios e incluso burlándose de él y de la Iglesia? ¿Qué significa el nombre de Jesús para los vendedores de juguetes que por estos días hacen su agosto ofreciendo su mercancía al doble o triple de lo que cuesta? ¿Qué significa el nombre de Jesús para ti y para mí?

Ese «Jesús, Jesús, Jesús, mil veces Jesús, Jesús, Jesús» que la Madre Esthela pronunciaba es la invocación del corazón confiado que sabe que el nombre de Jesús brinda ayuda en las necesidades corporales, según la promesa del mismo Cristo: «En mi nombre tomarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien» (Mc 16,17-18). Es la invocación del creyente que recuerda que en el nombre de Jesús los Apóstoles dieron fuerza a los lisiados (Hch 3,6; 9,34) y vida a los muertos (Hch 9,40). Es la invocación del alma que busca consuelo en las pruebas espirituales. El invocar el nombre de Jesús le recuerda al discípulo-misionero al padre del hijo pródigo y el buen samaritano. El invocar el nombre de Jesús le recuerda al hombre y a la mujer de fe el valor del sufrimiento y de la muerte del inocente Cordero de Dios. cada vez que invocamos el nombre de Jesús, él viene en nuestro auxilio y nos protege de Satanás y sus artimañas, ya que el diablo le teme al nombre de Jesús, quien lo ha vencido en la Cruz. En el nombre de Jesús obtenemos toda clase de bendiciones y gracias en el tiempo y la eternidad, pues Cristo dijo: «lo que pidan al Padre en mi nombre, se los concederá» (Jn 16,23). Por eso, si nos damos cuenta, notamos que la Iglesia concluye todas sus oraciones con las palabras: «Por nuestro Señor Jesucristo...» o «Por Jesucristo Nuestro Señor». Así se cumple la palabra de San Pablo: «Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos» (Flp 2,10). Termino la reflexión de hoy compartiéndoles esta oración al Santo Nombre de Jesús que me encontré: «¡Gracias por el don de tu humildad, tu misericordia y tu perdón! Quiero que mi vida de cada día esté limpia de pecado, nunca indigna de un discípulo tuyo. Te pido que toda mi existencia transcurra siempre en tu compañía, y las últimas palabras sean repetir tu santísimo Nombre, JESÚS, el Nombre sobre todo nombre. Por el mismo Jesucristo, Nuestro Señor. Amén. Y como decía Esthelita Calderón: «Jesús, Jesús, Jesús, mil veces Jesús, Jesús, Jesús».

Padre Alfredo.

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