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El texto que tenemos para meditar (1 Sam 8,4-7.10-22a), manifiesta que Dios no se disgustó tanto como lo hizo Samuel, aunque le indica a éste que se preparen los israelitas para lo que les va a venir cuando el rey que solicitan les exija servicios y trabajos que no serán de su agrado, amén de los diezmos y tierras que reclamará para él y su gabinete gobernante, detalle siempre gravoso, nos sólo hoy en México. Como toda institución humana, la monarquía en Israel presentó sus pros y sus contras, pero el hecho de saberse pueblo elegido de Dios, su rey añade una peculiar tensión a este momento de Samuel. No obstante, y es lo importante, Dios accede a las demandas de su pueblo y no se dispensa de sacar adelante su plan de salvación a través de la modalidad histórica de la monarquía. Samuel, en su ancianidad, había confiado sus funciones de juez y árbitro en manos de sus hijos, pero éstos no tenían dotes de caudillaje y no satisficieron al pueblo. Les faltaba carisma, intuición, perspicacia, y los pueblos enemigos —vencedores— se ensoberbecieron. Esta situación es la que hace que el pueblo pida a Samuel que le nombre un rey para vivir como los otros pueblos, y Samuel tiembla ante semejante petición. Teme que se eclipse la presencia divina en la vida del pueblo elegido. Pero pronto, iluminado por Dios, cede a la petición del pueblo. El realismo y la prudencia se imponen.
Leyendo hoy la primera lectura de la Misa, cualquiera puede decir: ¡Qué torpes y necios eran los israelitas de aquellos tiempos, ¡qué mal eligieron, ¡cómo se equivocaban, no pudieron ser creativos…! Pero, algunas veces, igual mucha gente, en nuestros tiempos, actúa para ser igual a los demás, aunque sea rechazando a Dios. Cuántas veces algunos se dejan llevar por el qué dirán, sin acogerse a Dios. Esta es la la historia del pueblo de Israel y cada una de las historias de nuestros pueblos. La infidelidad y la falta de gratitud frente a la cercanía compasiva de Dios que nos quiere y que hace hasta lo que no para salvarnos, pone de manifiesto un corazón que se cierra al amor de Dios a pesar de ver cosas asombrosas como lo que sucede en el Evangelio de hoy (Mc 2,1-12) cuando Jesús cura al paralítico que hacen descender por un boquete del techo. Día a día tenemos que esforzarnos por conocer profundamente a Dios y su plan de salvación, para transmitirlo al mayor número de personas posible, por encima del cansancio o del sacrificio que ello pueda implicar al ver que la gente más bien, en su mayoría, quiere imitar, en todo, las costumbres de otros pueblos: «como todos los demás pueblos» (cf. 1 Sam 8,5) decían los Israelitas. La verdadera felicidad de muchas personas depende de nuestro mensaje y aún en medio de las decisiones fallidas de muchos, siempre habrá alguno que quiera romper esquemas para acercarse al Señor, como el paralítico curado y que gracias a los que le ayudaron a hacer el boquete y a bajarlo, alcanzó la gracia de Dios. La conclusión más importante que podemos sacar el día de hoy, es seguramente la complejidad del corazón humano y la ambigüedad de su relación con el reino de Dios. ¡Con razón María, la Madre del Señor, guardaba todo en su corazón y lo meditaba! (Lc 2,19). Solamente un corazón que medita, puede encontrar la mejor opción para acercarse a Dios y dejar que sea él quien reine en la propia historia. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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