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San Tito, de origen pagano y luego convertido, fue un fidelísimo colaborador de san Pablo. Fue el mismo Apóstol de las Gentes quien lo bautizó. Hizo con él el tercer viaje misionero y fue Tito quien llevó la «carta de las lágrimas» de Pablo a los fieles de Corinto, entre los cuales restableció la armonía y organizó la colecta para los pobres de Jerusalén. Después del cautiverio de Roma, san Pablo, de paso por Creta, dejó ahí a Tito y allí recibió la carta de Pablo. Este es un documento muy importante, porque nos informa sobre la vida interna de la Iglesia apostólica. Después Tito fue a Roma donde su Maestro, que lo mandó probablemente a evangelizar a Dalmacia, en donde todavía hoy está muy difundido su culto. Una antigua tradición, históricamente no confirmada, dice que Tito murió en Creta, de edad muy avanzada. Timoteo, por su parte, nació a la fe gracias a su familia, educado en la religión hebrea por su abuela Loida y por su madre Eunice. Timoteo es la imagen del discípulo ejemplar: obediente, discreto, eficaz, valiente. Por estas cualidades san Pablo quiso que fuera su compañero de apostolado, en vez de Juan Marcos, durante el segundo viaje misionero en el año 50. Pablo encontró a este hombre nacido en Listra, durante su primer viaje, y fue de los primeros convertidos al Evangelio; Desde su encuentro con san Pablo, siguió su itinerario apostólico; lo acompañó a Filipos y a Tesalónica. Timoteo, «pastor de gran relieve», fue el primer Obispo de Éfeso, mientras Tito, a quien Pablo definió como su «verdadero hijo en la fe común», fue Obispo de Creta.
Estos dos santos nos dicen que San Pablo se sirvió de colaboradores para su misión: él es el apóstol por antonomasia, pero no estaba solo, se apoyó en personas de confianza que compartían sus dificultades y sus responsabilidades. Tito y Timoteo nos enseñan mucho con su prontitud para asumir diversos encargos, que consistían a menudo en representar a Pablo en ocasiones a veces nada fáciles, enseñándonos así a servir al Evangelio con generosidad, sabiendo que esto lleva aparejado un servicio a la Iglesia. Debemos, como ellos, ser ricos de buenas obras para abrir así las puertas del mundo a Cristo, nuestro Salvador, que parece haber sido desplazado hoy de muchos corazones, incluso de algunos que se dicen creyentes. Tito y Timoteo fueron portadores de la «pequeña semilla de mostaza» (Mc 4,26-34) que fueron dejando crecer y en la cual muchas almas pudieron encontrar espacio para hacer un nido y crecer en la fe, en la esperanza y en el amor. Si queremos seguir a Jesús, hemos de comenzar, como Tito y Timoteo desde lo pequeño, desde ese primer encuentro con Cristo, unos desde pequeños como Timoteo, otros, gracias a un momento de conversión como Tito, pero todos abandonados a la providencia de Dios en nuestro vivir cotidiano, buscando ser más obedientes a sus mandamientos en los detalles, fomentando una actitud de caridad y servicio con los demás. De esta manera, la pequeña semilla sembrada en nuestro corazón por medio de la gracia irá germinando hasta dar frutos de vida que nos alcancen el cielo. Pidamos a la Santísima Virgen, la jardinera por excelencia en el vergel de su Hijo Jesús. ¡Excelente viernes!
Padre Alfredo.
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