El corazón humano es un espacio maravilloso y casi insondable en donde conviven los más variados y contradictorios sentimientos que un ser puede tener. La primera lectura de hoy (1 Sam 18,6-9;19,1-7), en este día en que se inicia la semana de oración por los cristianos, nos habla de dos de estos, uno negativo y otro positivo: la envidia por una parte y la amistad, por la otra. La envidia es un sentimiento que en este caso se manifiesta en Saúl con respecto a David. Saúl, sufre de envidia ante el triunfo de David, ya que saberlo aclamado por el pueblo hace que le hierva la sangre: «Mató Saúl a mil, pero David a diez mil». En el fondo, Saúl, como todo envidioso, sufre, no está a gusto con sí mismo, con lo que es y hace. Por eso surge precisamente la envidia. El segundo sentimiento, la amistad, es uno de los sentimientos más apreciados por todos y que llena de gozo a muchas almas que comparten su caminar por un mismo sendero. En este relato, Jonatán, el hijo de Saúl, revela la calidad de su profunda y sincera amistad con David. Por ese sentimiento de fraternidad, intercedió ante Saúl, su padre, que quería matar a su David.
Los discípulos–misioneros de Cristo tenemos una gran bendición, pues la comunidad nos hace descubrir el cúmulo de dones y carismas que se comparten, porque cada quien tiene lo suyo y no hay tiempo para envidiar a los demás. Los discípulos-misioneros luchamos por desarrollar la clase de sentimientos que sabemos que nos ayudan a crecer como hijos de Dios y a unirnos, ya que, además de los amigos que podamos encontrar entre las personas humanas, Jesús nos bendice con el don de su amistad y nos espera cada día en el Sagrario para adorarle, y en la celebración de la Santa Misa para alimentarnos con su Palabra y con la Eucaristía. Volviendo a la lectura del día de hoy, sabemos que Saúl lo tenía todo y que, siendo el rey, no le faltaba nada. Tenía todo resuelto incluso, porque todos los recursos de la tierra estaban a su disposición, pero —siempre hay un pero— él quería toda la gloria sólo para él, sin compartir triunfos con nadie y menos que los demás estuvieran por encima. El tiempo pasó, Saúl no pudo soportar el éxito de David. Desde ese tiempo en adelante, el rey trataría de matar a David varias veces. Él le tiró su lanza al joven pastor en diversas ocasiones. Hasta mató 85 sacerdotes del pueblo de Nob con sus familias por haber favorecido a David, los quemó a ellos y sus posesiones. La envidia hace realizar cosas terribles porque ciega el corazón.
Por su parte, el Evangelio de hoy (Mc 3,7-12) nos presenta a un Jesús que, rodeado de las multitudes, valora la amistad de sus discípulos, los que están más cercanos a él pero sin exclusivismos: «Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del mar, seguido por una muchedumbre de galileos». No hay envidias de nadie, sino el gozo de compartir la Buena Nueva de salvación que se puede extender a todos y por todas partes. Esa es la tarea de todos los cristianos. El que sabe ser amigo y sabe hacer amigos es así como Jesús, con un corazón sin fronteras. Los primeros discípulos, casi por instinto, conservaron los mismos sentimientos de Cristo (Flp 2,1-11), entre ellos el enorme deseo de congregarse entre sí y comprometerse unos con otros como hermanos y amigos en el Señor: «Diariamente se reunían en el templo, y en las casas partían el pan y comían juntos, con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y toda la gente los estimaba» (Hechos 2, 46-47). Si aquellos primeros creyentes fueron capaces de tener los mismos sentimientos de Cristo, ¿por qué el creyente de hoy no puede hacer lo mismo? ¿Qué impide vivir en fraternal comunión en nuestras propias parroquias y grupos crear un entorno propicio para compartir los buenos sentimientos y experimentando el amor de Dios desterrar los malos sentimientos que afean el corazón y a la comunidad? Pidamos a María Santísima, que nos ayude a dejarnos guiar por el Espíritu Santo como ella, para que dirija nuestros pasos hacia los sentimientos de amistad que nos lleven a compartir la fe sin envidias de ninguna clase. Dios realmente quiere que tengamos relaciones buenas y sanas como parte de la herencia que nos ha prometido en su Hijo Jesús. ¡Bendecido jueves en amistad con Jesús Eucaristía!
Padre Alfredo.
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