
En medio de este mundo, cegado, como el Corinto, por una serie de antivalores que parecen encadenar muchos corazones, ocurren eventos que nos hacen pensar más profundamente. En muchos casos cuando, por ejemplo, la enfermedad toca a la puerta o el problema moral se acrecienta, las cosas que hacía poco parecían a la gente tan importantes, pasan automáticamente al olvido. En una crisis, por mencionar otra cosa, rápidamente todos nos volvemos a enfocar en lo que de verdad es importante en la vida, como por ejemplo en el terremoto en CDMX en septiembre pasado (Este año hubo mucha más gente en las Misas de Navidad y Año Nuevo que el anterior). San Pablo, cuando escribe a los Corintios y percibe en medio de aquella turbulenta situación que rodeaba a los primeros cristianos, que aquel Reino que Cristo anunciaba y que todos esperaban, ya estaba presente en sus vidas, y ellos no lo sabían o no lo percibían (cf. Lc 17,21), les ayudaba a leer la realidad con una mirada diferente. Jesús había revelado a los pobres de su tierra esta presencia escondida del Reino en medio de la gente. Es ésta la semilla del Reino que había recibido la lluvia de su palabra y el calor de su amor y que ahora san Pablo compartía.
Aquel «¡Conviértanse!» que el Maestro había pronunciado al llamar a los primeros discípulos, siguió resonando en el corazón de Pablo y de todos los demás Apóstoles. El sentido exacto de aquello era reformar la manera de pensar y de vivir, aunque se remara contra corriente (1 Cor 7,29-31). Es esa la misma tarea del discípulo¬–misionero de hoy para poder percibir la presencia del Reino en la vida y compartir la Buena Nueva. Todo aquel que sea invitado a seguir a Cristo tendrá que empezar a pensar y a vivir de forma distinta. Tendrá que cambiar de vida y encontrar otra forma de convivencia con el mundo que le rodea. Tendrá que dejar de lado el pasado y permitir que la nueva experiencia de Dios invada su vida y le dé ojos nuevos para leer y entender los hechos. Todo aquel que quiera seguir a Cristo tendrá que «re-estrenar» la vida y mantener un «sí sostenido» como el de María. Pidamos a la Madre de Dios que interceda por nosotros y nos ayude a levantar el corazón hacia Dios para tener el fuego de los primeros discípulos, el fuego de san Pablo y el de tantos beatos y santos que a lo largo de la historia y hasta el día de hoy, siguen expandiendo la Buena Nueva, que, definitivamente, es el mismo fuego que tuvo que poner Jonás en su corazón a pesar de no tener muy claro el plan de Dios. «Levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y predícale el mensaje que te digo.» (Jon 3,1-5.10). Solamente se trata de dejarnos conducir por Dios y re-estrenar el sí. ¡Qué tengas un excelente y bendecido domingo!
Padre Alfredo.
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