Estamos iniciando febrero, el mes más corto del año para organizar bien el calendario de 365 días, porque realmente el año tiene 365 días, cinco horas y 56 minutos. Pero estas horas y minutos de más no se contabilizan, por lo que cada cuatro años se suma un nuevo día al mes más corto que s este de febrero y surge el año bisiesto, que provoca que ese año tenga 366 días. Si no se hiciese así, cada doce años tendríamos un año con tres días de más. Pero bueno, no es el caso de este 2018, ya que febrero tendrá 28 días, de los cuales, me faltan aún 5 por pasar en este Tierra Santa de la cual les hablaré más tarde, cuando haya regresado a México y me siente tranquilamente, en un ambiente de paz y oración a compartir mis experiencias de este paso por la tierra de Cristo en este curso que va marcando mi vida y seguro la vida de muchos para siempre. La liturgia de la palabra de hoy nos lleva al primer libro de los Reyes (1 Re 2,1-4.10-12) y nos deja el legado de David, antes de morir, a su hijo Salomón en una serie de recomendaciones que nos viene bien a todos: «Ten valor... cumple los mandamientos del Señor... camina por sus sendas... observa sus preceptos, órdenes, decretos e instrucciones» (cf. 1 Re 2,2-3).
Poco se sabe del legado material poco se dice con respecto al legado material o herencia que David le dejó a Salomón; pero lo que le transmitió en estas palabras que hoy meditamos, le permitió a Salomón llegar a ser uno de los más grandes reyes de la tierra. David transfirió a Salomón la dirección de la nación y de la casa real que había establecido, conocida como la casa real de David. Este es un tema de suma importancia para nosotros. El evangelio de san Mateo, comienza con una declaración muy importante al respecto, pues dice en el capítulo 1, versículo 1: «Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham». Luego en el evangelio según san Lucas, en el capítulo 1 en los versículos 31 y 32, el ángel Gabriel le dice a María: «Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y le darás el nombre de Jesús. Éste será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre». Así, un descendiente de David debía ocupar el trono de Israel. David estableció esta bella ciudad de Jerusalén en donde ahora estoy, como la ciudad santa y como el centro religioso para todos aquellos que esperaban la llegada del Mesías. Y esta riqueza, ha continuado hasta el día de hoy. Los cristianos siempre hemos considerado a Jerusalén desde esta perspectiva. Jerusalén era la ciudad favorita de David y él la convirtió en capital para los creyentes del mundo entero. Salomón embelleció la ciudad edificando el Templo que había proyectado David su padre, y la confirmó como el centro religioso de Israel y ahora del mundo cristiano y musulmán (porque los musulmanes dicen que aquí Mahoma ascendió al cielo). El legado de David a Salomón, ha sido entonces también para todos nosotros, los que ahora conocemos y amamos a Dios una herencia incalculable.
Desde esa Jerusalén, y con esos maravillosos consejos de David a Salomón, que quedaron grabados en una Escritura Santa que se leía y meditaba en el corazón de los que seguían a Dios, se expandió la misión de Cristo en la Buena Nueva llamando a muchos para implicarlos en la misión. «Y llamó a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos» (Mc 6,7). El objetivo de la misión, desde el inicio, fue sencillo y profundo, basado en un buen comportamiento de los elegidos, como había sugerido David a Salomón. Los discípulos participan de la misión de Jesús. No pueden ir solos, sino que deben ir de dos en dos, pues dos personas representan mejor la comunidad de los que aman y se aman en el Señor y se pueden ayudar mutuamente a vivir en plenitud las características del Reino. Reciben poder sobre los espíritus impuros, esto es, alivian el sufrimiento de la gente y, a través de la purificación, abren las puertas de acceso directo a Dios. La historia de la salvación humana se sigue desarrollando en la responsabilidad y la misericordia de tantos hombres y mujeres que, recibiendo esta herencia, sostienen el «sí» de ellos mismos y de muchos. Ellos —y entre «ellos» nosotros, por supuesto—, llevan el mensaje a un mundo que nunca está plenamente preparado para recibirlo; ellos son enviados a misiones Ad Gentes y a donde la sociedad ha hecho a un lado la herencia espiritual que había recibido. Ellos abandonan sus seguridades: una morada, un ambiente de trabajo, posesiones, dinero. Confiando que Jesús sabe lo que está haciendo. A cambio de todo eso, Jesús comparte con ellos su herencia espiritual, su autoridad sobre el mal, y su poder para sanar. La confianza de Jesús en nosotros nos quita el aliento, como lo quitó a Salomón seguramente al escuchar aquellas palabras de su padre... pero, no hay mejor herencia que lo que hemos recibido del Señor para amarle y hacerle amar. ¡Feliz inicio del nuevo mes y bendecido día!
Padre Alfredo.
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