"Jesús, después de
hacer un ayuno durante cuarenta días y cuarenta noches, al
fin sintió hambre" (Mt 4,2)
La Iglesia, para ayudarnos a vivir la Cuaresma y apoyada en el texto del profeta (Jl 2,12-18), así como en las enseñanzas de Jesús en el Evangelio, nos exige que rasguemos nuestros corazones en lugar de nuestros vestidos; que ayunemos de nuestras malas obras, en lugar de hacerlo de un pan que aún la crisis nos sobra y, para más, que a lo mejor hasta nos engorda, es decir, creo que nos invita a darle un sentido a ese ayuno. El ayuno no ha desaparecido del mundo. Lo que pasa es que se manifiesta con una de estas tres fórmulas, tan actuales como inquietantes y extendidas por todas partes y que ahora expongo a continuación:
a) El atroz ayuno involuntario de una cuarta parte de la humanidad en la llamada geografía del hambre. Según datos de la Organización de las Naciones Unidas, en los países pobres, más de 120 millones de personas carecen de agua potable.
b) El ayuno de las y los que están enfermos y no pueden comer aunque quisieran y el ayuno de los que no quieren subir de peso y se han enfermado incluso hasta la anorexia. En este campo de la salud, hay que tener presente que 766 millones de personas en el mundo no cuentan con servicios de salud, 507 millones tienen una esperanza de vida de 40 años de edad y más datos duros nos hablan de una problemática que se extiende por todo el mundo. En el mundo 158 millones de niños sufren algún grado de desnutrición.
c) Tenemos que pensar también en el ayuno de las llamadas huelgas de hambre, con carácter de contestación y presión, ante acciones u omisiones públicas que los abstinentes quieren modificar. La crisis económica que vivimos ya tiene sus primeros afectados. Según la Organización Internacional del Trabajo, hasta 50 millones de personas en el mundo podrían perder su trabajo a lo largo del año. 842 millones de adultos son analfabetas y 110 millones en edad escolar no asisten a escuela alguna.
En América latina y el Caribe 110 millones de personas viven con dos dólares diarios. En las diversas ciudades de México y de los otros países, el impacto de la crisis económica mundial ya comienza a cobrar factura, con el aumento del desempleo y de los productos de la canasta básica. Nuestras empresas, antes sólidas y resistentes a crisis del pasado, resienten las actuales dificultades y están batallando para mantener su planta laboral y muchas ya han sido vendidas a poderosas transnacionales. En un reciente documento el Banco Mundial estimaba que debido a la crisis económica actual casi 60 millones de personas se añadirían a las que ya sobreviven con menos de esos dos dólares al día. Esa cifra se suma a la de los más de 130 nuevos millones de pobres en el mundo debido al aumento de precios de los alimentos y la energía.
Cada uno de estos tres tipos de ayunos que he mencionado y que se viven en el mundo, nos interpela a su manera. La Cuaresma es un tiempo litúrgico que invita a cambiar aquello que tenemos que cambiar en la búsqueda de ser mejores y más felices, una invitación a construir en vez de destruir y a mirar y volver hacia formas de vida más justas, más solidarias, más humanas. Cuaresma es una llamada para buscar diligentemente nuevas formas de ser y hacer Iglesia, siendo mejores y más auténticos discípulos–misioneros del Crucificado que ha resucitado y vive entre nosotros invitándonos a ser misericordiosos.
Escuchemos a la beata María Inés Teresa que nos comparte algo de su experiencia misionera: «Ayer, salimos de nuestra misión de Madiun, a las 8 a.m. Durante 2 horas tuvimos aire acondicionado y nos sentíamos bien, aunque ni hubo asiento para ninguna de las dos, pero gracias a Madre Celia, que siempre se preocupa mucho por mí, suplicó a un señor que se fuera con otros dos al asiento de enfrente (los asientos son amplios, caben perfectamente tres personas delgadas en uno, para que yo me sentara en el otro; nada mas una hora fui de pie y ya las patitas no querían estar en el suelo. Pero, después de horas y horas, les quitaron a los carros «la condición» y nos dejaron en un calor que... el viaje me hizo meditar mucho en el infierno, en el purgatorio, en los presos por Cristo, traté de venir en una continua oración, ofreciendo a nuestro Señor todo eso por las almas, por esta misión, etc. pues había momentos que sentía casi desesperación. La gente seguía subiendo en las estaciones e iban como cuatro veces más de las del cupo ordinario. El calor era asfixiante, ya casi no se podía respirar, aunque la gente, ninguna despide mal olor, nadie huele a sudor, pues si no tienen agua en su casa se bañan en los ríos, o en los charcos en lo que puedan, pero se bañan dos veces al día. Qué ventaja tan grande. Por la aplicación de los sentidos, me iba al cielo, y me imaginaba que estaba con mi Madre Santísima rogando allí por las almas, y ofreciendo lo que ésta mi pobre naturaleza sentía, pero hubo momentos en que pedí me sostuviera Dios con su gracia, pues sentía ya casi no poder más, algo así como la muerte. Pobres condenados, ni asomo de esperanza para ellos. Las benditas ánimas del purgatorio están sostenidas por la esperanza de que un día saldrán de esa mazmorra y verán a Dios, y no perderán jamás. A íi me ayudaba pensar que todo aquello (tan poquito lo que yo pasaba comparado con lo que sufren los que están presos por Cristo). Fructificaría en el futuro y también la esperanza de que eran sólo unas horas, y que llegando tomaría hasta 8 vasos de agua helada».[1]
El ayuno nos ayuda a tomar conciencia de la situación en la que viven muchos de nuestros hermanos, como nos enseña Madre Inés con este testimonio que dejó escrito. En su primera carta san Juan nos pone en guardia: «Si alguno que posee bienes del mundo, ve a su hermano que está necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?» (3,17). Ayunar por voluntad propia nos ayuda a cultivar el estilo del Buen Samaritano, que se inclina y socorre al hermano que sufre.[2] Al escoger libremente privarnos de algo para ayudar a los demás, demostramos concretamente que el prójimo que pasa dificultades no nos es extraño”.
El ayuno es una de nuestras armas más poderosas. Cuando tenemos un problema ¿qué es lo que hacemos? Cuando es muy grave utilizamos los mejores recursos o las armas más poderosas para resolverlo. Es exactamente lo que hizo David, cuando su hijo estuvo enfermo, inició un ayuno, ¿con qué propósito? Él quería que Dios sanara a su hijo. Utilizó el arma más poderosa que tenía a su alcance para obtener la sanidad que buscaba (2 Sam 12,15-23). El Señor Jesús también nos dejó una lección monumental, cuando sus discípulos no pudieron liberar al endemoniado epiléptico, Él dijo que ese género sólo salía con «oración y ayuno». Esta lección nos hace pensar que muchos hoy están atados. La razón es obvia, no se utiliza la oración y el ayuno. Los discípulos preguntaron a su Maestro por qué ellos no habían logrado nada, Jesús respondió que por su falta de fe. Notemos este detalle tan importante. ¿Por qué tenían falta de fe? Si analizamos el contexto de las palabras del Señor descubrimos que su falta de fe era consecuencia de su falta de ayuno (Mc 9,14-29).
A través del ayuno, percibimos además, las disfunciones de nuestra alimentación. Hay personas que hacen excesos y eso conduce a un pecado: La gula. La práctica del ayuno permite tomar distancia, reencontrar una forma de higiene de vida, de bienestar. Cierto que el ayuno no es algo natural, pues siempre provoca mucha angustia la idea de privarse de alimentación, pero al ponernos en una posición de humildad, renunciamos a nuestro apetito de poder. Vamos a comprender lo que es realmente necesario en nuestras vidas y lo que no lo es. En este trabajo de introspección y de distanciamiento, se comprende lo que es excesivo en nuestras vidas. Privarnos por voluntad propia del alimento y de otros bienes materiales, nos ayuda a controlar los apetitos de la naturaleza debilitada por el pecado original, cuyos efectos negativos afectan a toda la personalidad humana.
El ayuno es uno de los signos vitales de la vida cristiana. El cristiano que ayuna, experimenta liberación, sanidad y el poder del Espíritu Santo. El ayuno tiene como parte de sus funciones, el desatar ligaduras de impiedad y ver por el otro. Soltar las ataduras del yugo del egoísmo y dejar libres a los oprimidos. Romper toda esclavitud a las cosas del mundo. Si queremos tener autoridad sobre el reino de las tinieblas debemos crecer en el ayuno y hacer un compromiso.
Con frecuencia suponemos que los "enemigos" de nuestra felicidad están fuera de nosotros. ¡La realidad es muy distinta! De hecho, uno de los mayores dramas que padecemos es nuestra «fractura interior», fruto de la falta de integración entre las tendencias espirituales y las carnales. Así lo expresa el propio San Pablo: «Realmente, mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco. ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?» (Rm 7,15. 24). Una de las principales causas de infelicidad del hombre y de la mujer de hoy es la propia incoherencia respecto a los principios en que hemos sido educados, cosa que lleva a sentirse impotente para conducirse en la vida, hasta el punto de ser más bien «arrastrados» por la corriente. Lo expresa el Catecismo de la Iglesia Católica, sin medias tintas: «La alternativa es clara: o el hombre controla sus pasiones y obtiene la paz, o se deja dominar por ellas y se hace desgraciado» (CEC 2339).
El ayuno nunca dejará de ser un instrumento eficaz —aunque no el único— para alcanzar la añorada integridad personal que todo ser humano busca recobrar. La práctica fiel del ayuno contribuye a dar unidad a la persona, cuerpo y alma, ayudándola a evitar el pecado y a acrecer la intimidad con el Señor. El pan es la comida de pobre. La disposición de vivir a pan y agua durante un día demuestra la buena voluntad de ser pobre ante Dios y bien dispuesto a su voluntad. Pan y agua son dos símbolos importantes en las Escrituras:
Pan: símbolo de vida, de nutrición (Pan, alimento - Eucaristía)
Agua: purificación (de su corazón traspasado fluye el agua, símbolo del bautismo)
El ayuno busca la verdadera vida a través de la purificación. Ayunar a pan y agua es un llamado a crecer en dependencia de la Eucaristía. Es también un llamado a adentrarnos en una vida de purificación, de conversión, de arrancar de nosotros todo lo que nos separa del Señor o no nos deja ser sus hijos adoptivos, ni su imagen y semejanza: «Yo soy el pan de vida, el que venga a mi no tendrá hambre, y el que crea en mi no tendrá nunca sed» (Jn 6,34).
Yo creo que todos recordamos con mucho cariño a san Juan Pablo II, él nos dice: «Jesús mismo nos reveló con su ejemplo que la oración y el ayuno son las armas principales y más eficaces contra las fuerzas del mal y ha enseñado a sus discípulos que algunos demonios sólo se expulsan de este modo. Por lo tanto, tengamos la humildad y la valentía de orar y ayunar para conseguir que la fuerza que viene de lo alto haga caer los muros del engaño y de la mentira, que esconden a los ojos de tantos la naturaleza perversa de comportamientos y de leyes hostiles a la vida, y abra sus corazones a propósitos e intenciones inspirados en la civilización de la vida y del amor«.[3] Todo cristiano debería comprometerse con Dios y consigo mismo a ayunar continuamente, por ejemplo cada semana o cada mes. Si cada cristiano debe hacer ese compromiso cuánto más nosotros los líderes laicos, los religiosos comprometidos y los ministros ordenados de la iglesia, ya que debemos entender que nadie debe atreverse a ejercer un liderazgo si no lo es primero en la oración, en palabra, en conducta Madre Inés habla de que tenemos que ser misioneros «que vivan en espíritu de Cristo, que se apasionen por Él, que den testimonio de Él con su vida, sus ejemplos, su cristianismo, y que, de allí se derive una vida mejor».[4]
¿Cómo puede alguien desatar a otros si él mismo o ella misma estan atados? ¿Cómo poder quitar el yugo de otros, si hay que cargar el propio que se hace tan pesado? Atrevámonos a hacer un compromiso a la manera del profeta Daniel, él propuso en su corazón no contaminarse con la comida del rey y para ello era necesario ayunar (Dn 10,1ss). La beata María Inés fue siempre una mujer sacrificada que nunca dejó entrever las penitencias que hacía, pues solía decir que lo que más agrada al Señor es el sacrificio oculto. Recordaba constantemente que el Señor nos compró con su Preciosa Sangre y que eso debía comprometernos a vivir en santidad. Comparto con ustedes algunos de sus pensamientos sobre el ayuno:
«El día de ayuno pensarás lleno de fe que: "no sólo de pan vive el hombre", ofreciendo al Señor con rostro risueño y corazón alegre, la carencia del alimento, uniendo tu ayuno, al ayuno de cuarenta días de Jesús en el desierto, por la salvación de las almas. El ayuno es un medio poderoso para alcanzar la conversión de los pecadores.»
«Ayunen sí, de la menor falta de caridad, aunque sea en pensamiento, de cualquier palabra ociosa, de la menor falta de mortificación interior o exterior, y... a hacer con alegría todo lo que Dios les pida.»
«El sentido de la austeridad cuaresmal, …hay que interpretarla y vivirla con ese espíritu que Cristo nos recomienda en el evangelio cuando dice: No pongas cara triste cuando ayunas..., pero que sea con la alegría y el ánimo firme de quien tiene la seguridad de la esperanza, que desde ahora se nos inculca a vivirla por la por la fe en el amor.»
Hoy, además de la comida, hay muchas otras cosas que pueden formar parte de esta práctica de ayunar. El consumo de televisión y de Internet está alcanzando niveles de auténtica «esclavitud» entre nosotros. Si nos atenemos a las encuestas más recientes, el consumo televisivo medio diario es, en muchos países de 3 horas y 47 minutos por persona. A esto ha de añadirse el consumo de Internet, en continuo crecimiento. Los consumos pasivos de estos medios de comunicación, y el uso del celular, así como la falta de sentido crítico frente a ellos, son un obstáculo muy serio para nuestra madurez y conversión y, en definitiva, para nuestra felicidad.
Me parece que hay modelos de ayuno pueden considerarse como más indicados para conjugar la tradición con la sensibilidad de hoy o, mejor, con los signos de los tiempos. De los primeros escritos después del tiempo de los apóstoles, encontramos el «Pastor de Hermas», compuesto alrededor del año 150 d.C., en él se dice que «Los ayunos agradables a Dios son: No hagas el mal y sirve al Señor con corazón limpio; guarda sus mandamientos siguiendo sus preceptos y no permitas que ninguna concupiscencia del mal penetre en tu corazón... si esto haces, tu ayuno será grato en la presencia de Dios» (Pastor de Hermas: Funk 1, 530). En este escrito se invita a hacer cuentas de lo que se ahorra el día de ayuno para buscar una viuda, un pobre, un huérfano, un necesitado y compartirlo con él. «En tu día de ayuno debes consumir sólo pan y agua. Después, debes calcular la cantidad de gastos que habrías tenido ese día, en alimentos, y dársela a una viuda, un huérfano o un necesitado. Así debes privarte de algo, para que otro saque provecho de tu renuncia, se sacie y pida por ti al Señor»[5].
En Sierra Leona, nos ayuda mucho una institución llamada «Manos Unidas». Ellos tienen un «Día del ayuno voluntario» para destinar lo que se hubiera gastado en comida a la campaña. Está también la llamada «Cena del Pobre», que algunas instituciones religiosas realizan, cenas contra el hambre, en las que se ofrece un menú frugal y se paga uno caro. Pero, lo más consistente y significativo para nosotros como discípulos–misioneros, contemplando la sencillez y pobreza de la beata María Inés y de otros santos y gente buena, es adoptar la austeridad como estilo de vida, aunque se tengan medios para más. Ayuno cristiano es la privación voluntaria, evangélica y solidaria, del consumo de bienes materiales, a imitación del Maestro, en beneficio de los pobres y por vivencia anticipada del Reino de Dios. Cada quien irá encontrando maneras, formas concretas de vivir esta práctica ancestral de la Iglesia buscando el ayuno que agrada a Dios.
Invitemos a nuestros días de ayuno a la Virgen María, para que ella nos sostenga en el esfuerzo por liberar nuestro corazón de la esclavitud del pecado para que se convierta cada vez más en «sagrario viviente de Dios». Sí, hemos de ver a María como modelo. El Evangelio no nos dice si ayunaba o no, pero si era una mujer de Dios, con toda seguridad podemos afirmar que ofrecía sacrificios al Señor, y por eso podía tomar conciencia de las necesidades de los demás hasta en esos detalles que pueden robar la felicidad porque algo falta. Acordémonos como en Caná de Galilea, fue ella la que, seguramente por estar ayudando a servir, se dio cuenta de que faltaba el vino (Jn 2). En sus diversas apariciones, constantemente la Virgen María nos llama a lo que ya nos llamaban los profetas del Antiguo Testamento y su mismo Hijo Jesús: la conversión del corazón, la fe, el ayuno y la oración. Cuando se aparece en Fátima dice: «El ayuno tiene el poder de prevenir guerras y catástrofes naturales». Tal vez podríamos pedir a Dios, ya para terminar nuestra reflexión, que nos asista para levantar una poderosa hambre de oración y el toque personal de Dios en todo ámbito de nuestra tarea en el mundo como discípulos y misioneros de Cristo. Tal vez podríamos orar para que Dios trabaje con nosotros, en nosotros, a través de nosotros y para ver donde está abriendo oportunidades para misionar y para llevarnos a metas más altas de santidad.
Así, podemos cerrar nuestra reflexión con una serie de conclusiones en torno al tema del ayuno:
1. El ayuno no es un sentir o una opción, es un mandato y debemos ayunar continuamente.
2. Uno de los llamamientos que Dios ha hecho a todos los cristianos es el de ayunar. Lo debemos cumplir en nuestra condición de discípulos y misioneros.
3. Es una de las armas más poderosas que se le ha entregado a la iglesia, con el propósito de hacer retroceder el reino de las tinieblas.
4. A través del ayuno el cristiano llega a ser libre de toda atadura, yugo y las ligaduras.
5. Nunca experimentaremos el poder del ayuno si no hay un compromiso con Dios y con nosotros mismos para salir al encuentro de los hermanos.
Padre Alfredo.
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