domingo, 18 de febrero de 2018

«Las tentaciones»... Un pequeño pensamiento para hoy


Mi reflexión sobre la Palabra de Dios la hago hoy, de madrugada, desde el aeropuerto de Monterrey, al regreso de un viaje relámpago que empezó ayer mediodía para bendecir la unión matrimonial de Ernesto y Jessica Daniela recordando, junto con ustedes, que hemos iniciado el miércoles pasado la Cuaresma. El Evangelio del primer domingo de este tiempo privilegiado de conversión, nos habla de las tentaciones de Jesús. De una manera muy breve, san Marcos explica que Jesús fue tentado, que superó las propuestas del Maligno, y empezó a anunciar el reino de Dios (Mc 1,12-15), pero, no nos dice nada respecto a la materia en la que Jesús fue tentado. ¿Cuáles fueron las tentaciones de Cristo? Por el relato paralelo en los otros evangelistas las conocemos bien (Mt 4,1-1 1 y Lc, 4,1-12) y pudiéramos afirmar que todas las tentaciones de Jesús pueden resumirse tal vez en una sola: "Ya que eres hijo de Dios, ¿por qué no utilizas tu poder para implantar tu reino? ¿Por qué no te vales de tu omnipotencia y te ahorras trabajo y sufrimiento?" Pero sabemos que este no es el estilo de Dios. Jesús, que es verdadero Dios y verdadero hombre, renuncia a su poder y se lanza a predicar el amor de su Padre entre su gente, de pueblo en pueblo y de persona en persona, con sencillez y sin grandes pavoneos. Dios no ha querido salvarnos desde una posición de superioridad espectacular, sino desde la humildad y sencillez de Jesús, Verbo Encarnado. Nuestro Dios nos salva poniéndose a nuestra altura en todo, menos en el pecado pero incluso en la tentación, porque fue tentado como lo somos nosotros. 

San Pedro explica el gesto de Jesús en el segmento de su carta que leemos hoy: "Con este Espíritu (el de Dios) fue a proclamar su mensaje a los espíritus encarcelados que en un tiempo habían sido rebeldes, cuando la paciencia de Dios aguardaba…" (1 Pe 3,18-22). La tarea encomendada a Jesús, es una misión redentora. Bastante lejos de él queda toda imagen de un Dios temible y tirano, que oprima, controle y juzgue inhumanamente. A tanta gente que hoy critica nuestra religión por ser opresora -según ellos-, bastaría con explicarles bien el Evangelio para que vieran que el mensaje de Jesús es todo lo contrario de la esclavitud. Dios nos libera de muchos poderes que no tienen nada de humanitarios y amables. San Pedro habla de espíritus prisioneros, almas encadenadas por la rebeldía. ¿Cuántas personas de hoy viven así? Esclavas, atadas no sólo por las obligaciones, la pobreza o la opresión de unos cuantos, sino por el sutil y engañoso poder del mal que actúa casi sin que nos demos cuenta. En el fondo, lo que nos encarcela el alma, son esas tendencias que nos encierran en nosotros mismos: la autosuficiencia, la vanidad, el miedo, la soberbia y la desconfianza; la pereza, la impaciencia, la rabia, la envidia y la tristeza; en una palabra, el egoísmo. Todo esto nos divide y crea barreras provocando conflictos y malentendidos, y en último extremo hasta violencia. El problema es que muchas veces no reconocemos ese o aquel mal que, como un cáncer oculto, crece galopantemente en la sociedad actual que globaliza todo, incluso el pecado.

Después del pecado de Adán y Eva, la situación de vida del hombre se deterioró y el ser humano ya no pudo realizarse como hijo de Dios.  Caín asesinó a su hermano Abel, y la gente siguió haciendo mal.  En su deseo para vivir como Dios, el ser humano trató de asaltar el cielo edificando la torre de Babel. Entonces Dios decidió que tenía que corregirnos.  Envió el diluvio y salvó a Noé y a su familia.  Con su bendición, estableciendo una alianza expresada en el arcoíris -cuyo significado hoy algunos han desvirtuado-, la humanidad tiene un nuevo arranque (Gn 9,8-15). Mucho tiempo después viene Jesús a asumir todo este mal y lo carga sobre sí mismo. Su bautismo, dice san Pedro, nos limpia espiritualmente. Un baño del Espíritu Santo nos purifica hasta el fondo. Y nos hace vivir de forma nueva, con la alegría y la libertad propias de los hijos de Dios, de quienes se saben infinitamente amados por él. Esta es mi reflexión para este primer domingo de Cuaresma, mientras recuerdo el monte de las tentaciones donde apenas hace unos cuantos días estuve en Tierra Santa. La historia asume que se trata del Monte Cuarantania, un monte de aprox. 366 mts. de altura, localizado a 11 km. al noroeste de Jericó -la que se considera la ciudad más antigua del mundo- en Cisjordania, Palestina y al que uno asciende en teleférico. Desde ahí se contempla todo el valle y se entiende la tentación que el enemigo pone a Cristo para mostrarle que con su poder lo puede todo. Cada vez que recitamos el Padrenuestro decimos: "¡No nos dejes caer en la tentación!" y cada vez que oramos con el Avemaría repetimos: "Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte". Es que la tentación estará presente siempre, al acecho; pero también la compañía de María estará, para ayudarnos a ser fieles a Jesús e imitarlo en el triunfo contra las encerronas del enemigo. ¡Que tengas un bendecido domingo y que a Ernesto y Jessica, que hace unas horas han formado una nueva familia, Dios los colme de una dicha abundante que nadie les pueda arrebatar!

Padre Alfredo.

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