Es increíble cómo puede cambiar una persona. Apenas hemos visto la figura del rey Salomón como un hombre sabio, y temeroso del Señor; un hombre que, al inicio de su reinado, amaba con todas sus fuerzas a Yahvé y recibió de Él sabiduría, riquezas, honor y la promesa de una larga vida. Salomón adquirió así gran riqueza y sabiduría como nadie en la historia. Durante su reinado, Israel alcanzó el climax como nación. Sin embargo, hoy la liturgia de la Palabra nos presenta otro rostro del rey Salomón, un hombre que, al final de su reinado, muestra una total decadencia espiritual y moral que contagia al pueblo que gobierna (1 Re 11,4-13). Su prestigio, cayó hasta tal punto que el deterioro se manifestaba en todo. Un año después de la muerte de Salomón, a consecuencia de todo aquello, el país se dividirá en dos reinos, se desquebrajará su sistema espiritual social y económico, y la historia de Israel jamás volverá a ser la misma desde entonces.
Salomón tenía una debilidad por las mujeres, una pasión ó deseo carnal que fue más grande que su sabiduría y obediencia a los mandamientos de Dios cuyos precpetos no permitían muchas mujeres extranjeras en su casa. Dios le había concedido al rey sabiduría y discernimiento, pero esta debilidad por las mujeres era tan grande que Salomón sucumbió al deseo carnal. Tan grande era su pasión por las mujeres extranjeras que llenó su casa no con 2 ni con 100 sino con 1,000 mujeres, "setecientas esposas extranjeras, que eran princesas. Entre ellas estaba la hija del rey de Egipto, además de otras mujeres moabitas, amonitas, edomitas, hititas y sidonias. También tuvo trescientas mujeres, con las que vivió sin haberse casado" dice la Escritura (1 Re. 1,8). Este, aún para un pueblo polígamo, era un número de esposas absurdo, algo que hoy en día pudiéramos llamar "adicción", ya que una persona común y corriente con simple sentido común no llenaría su casa con tantas mujeres, pero la carne es débil y esa debilidad, cuando algien se siente "todo poderoso" puede mucho más que el sentido común y la sabiduría. Es lo que puede pasar, no solo en este campo del placer, sino del tener y del poder a quienes se alejan de Dios olvidándose de que necesitamos movernos siempre en su presencia.
¡Qué ejemplo tan más grande en el Evangelio de hoy nos da la mujer extrajera, de otra raza y de otra religión (Mc 7,24-30) que contrasta con las que "torcieron" el corazón de Salomón! Una mujer siriofenicia, que se acerca a Dios creyendo en él y confiando que Él le concederá lo que pide. Porque, como enseña san Pablo, "sin fe es imposible agradar a Dios" (Hb 11,6). Careciendo, pues, aquella mujer de una fe madura y siendo además extranjera, hubo de oír de labios del maestro: "Deja que coman primero los hijos. No está bien quitarle el pan a los hijos para echárselo a los cachorros" (Mc 7,27). Lo que dice Jesús es cierto, ninguna mamá le quitaría el pan a su hijo para echárselo al cachorrito de la familia y aquella mujer sabía que no era parte del pueblo elegido. Dice san Francisco de Sales que la fe, para ser grande, debe tener tres cualidades: debe ser confiada, perseverante y humilde. Así la vive aquella mujer extranjera y por eso es capaz de conmover el corazón de Jesús -a diferencia de las que "desviaron" el corazón de Salomón- y escuchar de sus labios: "Anda, vete... ¡Qué grande es tu fe! (cf Mt 15,28) después de haber expuesto con humildad que ella también merece aquel amor misericordioso aunque sea en migajas (Mc 7,28 cf Mt 15,27). Nuestra vida es frágil, sujeta al poder del enemigo si nos alejamos de Dios, pero, por otra parte, si nos acercamos a Él aunque no le comprendamos mucho, Él nos escuchará. Ciertamente, el mayor defecto que tienen nuestras oraciones y todo lo que nos sucede, es que nuestra confianza en Dios es pequeña y poco perseverante y se nos olvida que, aunque el Señor parezca no oírnos, no es que nos quiera desairar; es para obligarnos a ser humildes y clamar más fuerte para hacernos percibir mejor la grandeza de su misericordia. Pidámosle sabiduría para saber como desterrar cualquier tipo de adicción que nos pueda alejar de Él y busquemos creer con confianza, perseverancia y humildad como lo hizo María Santísima, la mujer más pura y de fe más profunda en toda la humanidad. ¡Qué ella interceda por nosotros! Te deseo un miércoles que sea una nueva oportunidad para acrecentar la fe.
Padre Alfredo.
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