martes, 13 de febrero de 2018

El ayuno y algunas recomendaciones de la beata Madre Inés... (I) Tema para un Retiro


"Jesús, después de hacer un ayuno durante cuarenta días y cuarenta noches, 
al fin sintió hambre" (Mt 4,2)

La Iglesia nos enseña que hay tres expresiones tradicionales de penitencia. Estas son el ayuno, la oración y la limosna. Las tres son mencionadas por Jesús en el Evangelio de san Mateo 6,1-6 y 16-18; precisamente en el Evangelio del miércoles de ceniza. El ayuno, la oración y limosna nos recuerdan que la conversión incluye todos los aspectos de la vida: «expresan conversión con relación a uno mismo, con relación a Dios y con relación a los demás».[1]

La Cuaresma es un tiempo privilegiado para entregarle a Dios, en la sencillez de cada día, pequeños sacrificios unidos a estas expresiones de penitencia a las que hacemos referencia. La beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, en este tema de las penitencias, nos propone cosas sencillas y muy eficaces: «Buscar la mortificación en todas las cosas: callando cuando se viene algo jocoso que contar en la recreación, y no es necesario, porque ya reina la animación; y hablar, aunque no se tenga ganas de hacerlo, cuando está desanimada, con alguna ocurrencia agradable, para alegrar los corazones haciéndolo con el fin de agradar a Jesús; él quedará muy agradecido» (EE 1933, f. 752). [/] Hay muchas ocasioncitas: no leer una carta inmediatamente a su recibo, dejar pasar unos minutos, (según creamos necesaria su lectura) unas horas o unos días. Pero pidiéndole a Jesús en pago por cada minuto, o por cada hora de esta privación la conversión de un pecador. (Yo así lo hago cuando me mortifico en esto.) Y aún a veces quiero incluir y que salgan ganancia de todos mis intereses, que son los de Jesús» (EE 1933, f. 752). En otra parte dice: «En mis enfermedades, en mis dolores, procuraré llevar el desasimiento, el renunciamiento, el espíritu de pobreza hasta donde más pueda; me aguantaré mis dolores todo lo más posible, ofreciendo a nuestro Señor por medio de mi Madre, cada minuto de estos que me torturan, y en los que la naturaleza quisiera recibir algún alivio, por la conversión de un pecador, y a la vez por muchas otras intenciones, por todos los intereses de Jesús» (EE 1941, f. 835).

En nuestro contexto cultural, marcado por la sobreabundancia y el bienestar material —aun en medio de la crisis económica— el testimonio de Jesucristo retirándose al desierto en oración y ayuno, por espacio de cuarenta días y cuarenta noches, se convierte en un signo impactante y en una llamada apremiante para todos los discípulos de Cristo. En la Cuaresma, hemos de unir sacrificio y misericordia, que son cosas muy buenas. Se elige el sacrificio para uno, que muy buen puede ser el ayuno, y la misericordia para los demás. En nuestro itinerario cuaresmal, con la ayuda de estos dos medios concretos, vamos avanzando hacia el gozo de la Pascua. El gozo pascual se alcanza si se contempla desde la cruz, y esta aparece en la vida del apóstol cuando éste se decide a transformar el sufrimiento en donación, por eso el ayuno no es solamente dejar de comer, sino ofrecer ese sacrificio por las almas. «El misionero es el hombre de las Bienaventuranzas... viviendo las Bienaventuranzas, el misionero experimenta y demuestra concretamente que el Reino de Dios ya ha venido y que él lo ha acogido. La característica de toda vida misionera auténtica es la alegría interior, que viene de la fe. En este mundo angustiado y oprimido por tantos problemas, que tiende al pesimismo, el anunciador de la "Buena Nueva" ha de ser un hombre que ha encontrado en Cristo la verdadera esperanza».[2] La cruz del misterio pascual ilumina y transforma la historia. Por esto, el apóstol está convencido de que «el que no busca la cruz de Cristo, no busca la gloria de Cristo».[3] Sólo el que sabe sufrir con Cristo puede cargar la cruz, y caminar hacia la Pascua, porque se agradece el compartir la misma suerte de Cristo. «Estoy crucificado con Cristo».[4] decía san Pablo.

Hoy vemos a nuestro alrededor, en medio de una crisis económica que según nos dicen es la más grande de todos los tiempos, una nueva cultura emergente a escala universal, que surge con la globalización y que tiende a la valoración de la eficacia, de la ganancia, del poseer y dominar, con detrimento de los valores éticos permanentes. A veces se producen fenómenos que pueden calificarse de «cultura de la muerte» —como decía san Juan Pablo II—: aborto, eutanasia, suicidio con colaboración «legal», opresión de pueblos pobres, imposición de anticonceptivos, esterilización etc. Esta realidad se hace «llamado urgente» a los creyentes invitándonos a la conversión. Sentirse y saberse llamados a construir una cultura del amor y de compartir: «la primacía del ser sobre el tener»[5]. El «ser» antes que el «hacer» decía Madre Inés. Ser testigos y dar testimonio de vida cristiana. Tener los mismos sentimientos de Cristo y vivir de los amores de su corazón[6] luego de haberse encontrado con él. «El testimonio de vida cristiana es la primera e insustituible forma de la misión»,[7] y «aún antes de ser acción, la misión es testimonio e irradiación».[8]

Tenemos que afirmar que en este mundo globalizado y con esta cultura, éste del «ayuno», es un tema poco enseñado y poco tomado en cuenta, ya que para hablar bien sobre el ayuno es necesario ayunar y esto ha caído mucho en desuso. El ayuno, nos enseña la Iglesia, es la práctica de limitar el consumo de comida y bebida para imitar los sufrimientos de Cristo durante su pasión y a través de toda su vida terrena, de manera que esto nos lleve a amar como él, que se entregó por nosotros hasta la muerte de Cruz. Cuando llegue la Pascua, y contemplemos el cuerpo resucitado del Maestro, conservará las llagas de su pasión. Por esto, al aparecer a sus discípulos, «les mostró las manos y el costado, las manos y los pies»[9]. Dice la beata Madre Inés: «¿Con qué corresponderemos a un Dios que nos ha amado desde toda la eternidad, y que nos manifiesta ese amor momento a momento, en los goces que nos proporciona, en las penas que nos envía, en los dolores que nos acercan más a Él, en las incomprensiones que nos hacen valorar lo divino y despreciar lo humano tan caduco, tan superficial, tan cambiante, tan inconstante, tan... iba a decir sin valor»?

La Cuaresma, bien lo sabemos, es un camino de penitencia y purificación hacia la Pascua, siempre con luz en el horizonte, y el ayuno es parte de esta penitencia. No cabe duda de que, desde los antiguos profetas hasta el Bautista, y lo mismo Jesús y sus apóstoles, todos practicaron y recomendaron el ayuno como camino de conversión y purificación, o de ofrenda a Dios sin más. Jesús daba por descontado que los judíos de su tiempo practicaban el ayuno, al decirles que, cuando lo hicieran, no pusieran cara triste como los fariseos, sino que se arreglaran y perfumaran (Mt 5,17). Cierto que sus discípulos ayunaban menos que los de Juan el Bautista (Lc 5,32), porque lo que más le iba a Jesús no era tanto la materialidad de comer poco, cuanto otras renuncias más profundas y valiosas a las que se referían también los profetas: «Saben qué ayuno quiero yo? Romper las ataduras de la iniquidad etc...» (Is. 58, 6-14). Madre Inés dice: «Que no rehúya ningún sacrificio, por penoso que sea; que viva siempre en comunicación con el cielo, por mi continua elevación de alma; y mientras tenga mi alma arriba, mi corazón lo tendré al pie de la cruz, en el sagrario y con el Jesús que vive en mi corazón» (Exp. Esp., f. 493). Edith Stein, una santa de nuestros tiempos, escribió: «Yo estoy contenta con todo. Una ciencia de la cruz sólo puede lograrse cuando uno llega a experimentar del todo la cruz».[10] La Venerable Concepción Cabrera de Armida (1862-1937) orientó toda su vida a la luz de la llamada de Cristo crucificado para salvar almas. Su vocación, explicaba ella misma, era la de ser «cruz viva» por un «amor amasado en el dolor». Se trata entonces de «traspasar» el dolor con la mirada fija en la mirada de Cristo crucificado. De ahí, como en el caso de la beata María Inés, nace su celo de almas y hacia ahí se orienta: «si quieres salvar almas, transfórmate en la cruz»[11]. Toda fecundidad apostólica nace de la cruz: «la cruz fecunda cuanto toca... Ese amor amasado con el dolor es el amor salvador... La cruz es el pulso del amor, y para saber sufrir, saber amar».[12] También de nuestros tiempos es san Alberto Hurtado, el sacerdote chileno que escribe: «Debemos volver... al Salvador pobre, doliente y crucificado para ser como Él y por Él, pobres, sencillos, dolientes y si fuera necesario, muertos por Él»[13]

Nuestro mundo globalizado, poco entiende de Cruz. Para muchos es solamente un adorno de moda o un signo que se puede ver bien, tatuado y que nada tiene que ver con el aspecto penitencial de la Cuaresma. el Papa emérito, Benedicto XVI, en su mensaje de Cuaresma del año 2009 destacaba que «la práctica del ayuno ha perdido un poco su valor espiritual y ha adquirido más bien, en una cultura marcada por la búsqueda del bienestar material, el valor de una medida terapéutica para el cuidado del propio cuerpo. Está claro que ayunar es bueno para el bienestar físico, pero para los creyentes es, en primer lugar, una "terapia" —decía el Papa— para curar todo lo que les impide conformarse a la voluntad de Dios». El ayuno es una de las armas que Dios ha dejado a todo cristiano para poder hacer retroceder el reino de las tinieblas. El ayuno hace retroceder a favor de nosotros y a favor de otros. El ayuno afecta positivamente todo nuestro ser, nos acerca a Dios y nos da la sensibilidad para comunicarnos con el Espíritu Santo, nos trae liberación y sanidad. Jesús comenzó su ministerio ayunando.

En el tiempo de la Cuaresma, el ayuno reviste el carácter de práctica ordinaria para educar la voluntad y santificarse diariamente. En la Historia de la Iglesia, desde la antigüedad, los monjes y las órdenes mendicantes lo practicaban como mortificación de los sentidos y reparación por los pecados propios y ajenos, como imitación y comunión con la pasión redentora de Jesucristo. Es en esta clave que están pensadas todas las prácticas penitenciales. La iglesia de todos los tiempos ha entendido la importancia del ayuno. Aquí no hay ningún secreto ni mucho menos un misterio: ¡Para aprender a ayunar hay que ayunar! No hablamos de una opción, sino de un mandato que debe ser parte de nuestra vida. Jesús lo estableció de esta manera, cuando el novio le sea quitado entonces ayunarán (Mt 9,14-15). El novio es Él y fue quitado hace más de dos mil años, por lo tanto debemos obedecer a las palabras del Señor Jesús y ayunar. 

Los ministros ordenados, los religiosos, los líderes y todo cristiano tienen este llamado como lo tuvo Cristo Jesús. ¿Por qué no ayunamos? Porque el reino de las tinieblas ha inyectado su antídoto, el cual ha adormitado a la Iglesia en varias áreas. Una de ellas es el desinterés por ayunar. Vean lo que dicela beata Madre Inés: «A cumplir pues nuestra misión de cooperadores de Cristo como misioneros en el lugar en donde nos encontremos y con los medios que cada uno pueda, algunos serán sus limosnas, otros su trabajo, otros será donando sus propias vidas por completo al servicio de las Misiones. No se hagan sorditos. Cristo ha hecho tanto por nosotros, ¿Qué haremos nosotros por Él?».[14] Así, entendemos que el ayuno es un dar un poquito a cambio de lo que Él nos ha dado.

La historia de Esaú se repite diariamente en nuestros días. Él cambió su primogenitura por un plato de comida. El expresó a Jacob que para qué le servía la primogenitura si él se iba a morir y prefirió entonces el plato de lentejas a la bendición espiritual. (Gn 25,31-32). Si Esaú no hubiera entregado su primogenitura hubiera tenido el derecho de llegar a ser el patriarca, el sucesor de Isaac. Así muchos de nuestros hermanos, hoy están cambiando la bendición espiritual por el deleite de la comida.

Después de la Pasión dolorosa de Cristo, de todas sus palabras y ejemplos sobre el misterio de la Cruz; después de una tradición de veinte siglos de espíritu y práctica penitencial en la Iglesia, sería frívolo pasarse con armas y bagajes a las huestes de la posmodernidad, dando por definitivo que el sufrimiento físico o moral carece de sentido y sumándonos alegres a la cultura, no del bien-ser, sino del bien-estar. De hecho, el ayuno obligatorio en la Iglesia no es pesado, pues ha quedado hoy reducido solamente a dos días al año, el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo. La abstinencia de carne no es ni sombra de lo que era y es sustituible por una obra buena todos los viernes no cuaresmales. En el caso de México se reduce solamente a los viernes de Cuaresma. Creo, no obstante, que estas dos cosas se mantienen por dos motivos, a mi juicio muy justificados, ambos con carácter de signo: su sintonía con la gran tradición de la Iglesia y su denuncia simbólica de que no sólo de pan vive el hombre. Privarse del alimento material facilita una disposición interior a escuchar a Cristo y a nutrirse de su palabra de salvación. Con el ayuno y la oración le permitimos que venga a saciar el hambre más profunda que experimentamos en lo íntimo de nuestro corazón: el hambre y la sed de la misericordia del Señor.

Dios, su Reino, el gozo de la Resurrección de Cristo, constituyen la esperanza de todo creyente, por eso Cristo es la esperanza de la Virgen María. Ella entra en el misterio pascual acompañando al Cristo sufriente al pie de la Cruz, confiada en la esperanza de la resurrección. Ella no sabe imaginarse la resurrección, no puede pensar cómo serán las cosas en el futuro, como aparecerá ahora su Hijo revestido de poder, ni cómo será el futuro cuando Cristo ya haya resucitado. Ella dispone solamente de la fe que supera toda eventualidad producida por la muerte. Ella, desde que Jesús había nacido de su vientre en el portal de Belén, sabía que no se trataba de un Hijo suyo nada más... Ella comprende ahora porqué ni la muerte puede representar una conclusión de la vida de Cristo. Ella espera algo más porque mantiene vivo el hambre y la sed de Dios.[15]

María vive el pasaje de la pasión, muerte y resurrección de Cristo con gran esperanza. Con la resurrección de Cristo, su relación con María se hace más profunda. María espera todo de él, pues sabe que nada ni nadie la podrán jamás separar del amor de Cristo[16]. El esposo se ha ido y ahora hay que ayunar, pero con el gozo y la esperanza de un mañana mejor.

El Evangelio de san Lucas muestra a María atareada en un servicio de caridad hacia su parienta Isabel, con ella permaneció «unos tres meses» (1,56) luego de encaminarse presurosa para atenderla durante el embarazo. «Magnificat anima mea Dominum», dice con ocasión de esta visita —«proclama mi alma la grandeza del Señor»— (Lc 1,46), y con ello expresa todo el programa de su vida: no ponerse a sí misma en el centro, sino experimentar el hambre y la sed de Dios y dejar espacio a Él, a quien encuentra tanto en la oración como en el servicio al prójimo; sólo entonces el mundo se hace bueno.[17]

En el mensaje para Cuaresma, en el año dedicado a la Misericordia, el Papa Francisco insistía: «No perdamos este tiempo de Cuaresma favorable para la conversión. Lo pedimos por la intercesión materna de la Virgen María, que fue la primera que, frente a la grandeza de la misericordia divina que recibió gratuitamente, confesó su propia pequeñez (cf. Lc 1,48), reconociéndose como la humilde esclava del Señor (cf. Lc 1,38). Así pues, no perdamos esta valiosa oportunidad de empezar una nueva vida con el ayuno y la oración.

Padre Alfredo.

[1] Catecismo de la Iglesia Católica #1434
[2] RMi 91.
[3] San Juan de la Cruz, “Avisos”, n. 101.
[4] Gal 2, 19.
[5] EV 98
[6] Cf Flp 2,5.
[7] Redemptoris Missio # 42.
[8] Redemptoris Missio # 26.
[9] Jn 20,20 Lc 24,40.
[10] Edith Stein Werke, IX, 167. “La ciencia de la cruz”, Burgos, Edit. Monte Carmelo 1986. Ver: F. OCHAYTA, “Edith Stein nuestra hermana”, Sigüenza 1991; F.X. SANCHO, “La ciencia de la cruz de Edith Stein”, “Teresianum” 44 (1993) 323-352.
[11] Cuenta de Conciencia 4/197-199.
[12] Cadena de Amor, 14,15. Ver especialmente la Cuenta de Conciencia.
[13] Citado en «Es tiempo de amar. Padre Alberto Hurtado», Compendio de la vida y obra del P. Alberto Hurtado Cruchaga, preparado por motivo de su canonización. Ed. Desafío, Santiago de Chile, Septiembre 2005, p. 40
[14] A una Hermana Misionera Clarisa y a un grupo de vanclaristas, Noviembre 30 de 1977
[15] Cf. A. Von Speyr, “L’ANCELLA DEL SIGNORE”, sin editorial ni año, p. 133.
[16] Cf. Rm 8,35.37
[17] DCe 41.

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