Yo creo que todos tenemos la experiencia de sentir que la vida pasa volando y muchas veces no es más que una pelotera de cosas, alegrías, angustias, esperanzas, cansancios, ilusiones y sufrimientos que se suceden ininterrumpidamente y sin tiempo casi para profundizar en cada cosa y situación. Y todo eso envuelto en la vorágine del tiempo y de la sociedad que nos arrastra sin dejarnos apenas para pensar ni disfrutar lo que vamos viviendo. Yo mismo puedo ver cómo pasa el tiempo tan de prisa... ¡El tiempo vuela! Ayer acabó el curso de actualización sacerdotal y en dos o tres días habrá que volver a la selva de cemento de mi adorada CDMX. Apenas pasa una cosa y ya aparece algo nuevo que vivir y enfrentar en el horizonte. Echamos la mirada atrás y vemos el tiempo pasado que siempre se va demasiado aprisa. Por eso a san Pablo le urge evangelizar, por eso al apóstol de las gentes no le alcanza el tiempo para sembrar la semilla del Reino: «¡Ay de mi si no predicara el Evangelio!» (1Cor 9,16-19.22-23). Nos ha tocado vivir en un mundo que, metido en un ritmo enloquecedor de actividad, ha perdido el sentido del silencio, de la reflexión, de la contemplación, de la oración... del Evangelio. Si no nos movemos con la prisa de san Pablo, el panorama que se presenta para las generaciones más jóvenes será aún peor. Algunos sondeos hechos entre nuestros adolescentes y jóvenes, muestra que muchos son incapaces de entender quién es Cristo y qué hizo por nosotros.
No es difícil advertir que la prisa del mundo va como de rayo en el campo de la tecnología y sus derivados, pero va tan de carrera que se lleva de encuentro tantos valores que han quedado grabados en el Evangelio y que a nosotros nos toca traducir para este mundo que nos toca evangelizar. Varios factores en esta crisis parecen invencibles, pero no lo son. Pienso, por poner un ejemplo, en esos proyectos educativos nefastos, que recogen en materia pedagógica, y sobre todo en el campo de la sexualidad, la llamada «ideología de género», y desechan sistemáticamente los métodos y proyectos anteriores, bien sólidos y fundamentados, simplemente por considerarlos pasados de moda. Al respecto me viene ahora algo que escribió mi admirado Benedicto XVI hace tiempo, antes de ser Papa en su libro «La sal de la tierra»: «La ideología de género es la última rebelión de la creatura contra su condición de creatura... con la ideología de género el hombre moderno pretende librarse incluso de las exigencias de su propio cuerpo: se considera un ser autónomo que se construye a sí mismo; una pura voluntad que se autocrea y se convierte en un dios para sí mismo». ¡Ay de mí, ay de nosotros, si no predicamos el Evangelio a esta sociedad que se despista entre teorías absurdas que disuelven la dignidad del hombre alejándolo del pensamiento inicial de Dios!
El Evangelio que hoy leemos, nos presenta a Jesús, luego de haber librado en la sinagoga a un hombre de un «espíritu inmundo», tomando de la mano a la suegra de Simón en su propia casa, para sanarla (Mc 1,29-39), es decir, nos muestra a Jesús que no solamente está en el Templo, sino en medio de nuestra vida cotidiana buscando devolver la condición original, la salud plena, la integridad total de nuestro ser a quien por algo la ha perdido, como puede ser, entre otras cosas, la enfermedad. Más tarde —dice el Evangelio— enterados de lo sucedido, muchos se agolparon a la puerta de la casa donde estaba Jesús esperando retomar la condición original y saludable con la que fueron creados. Todos vieron confirmadas sus esperanzas. Y el demonio del mal les abandonaba para siempre. No sé cómo me tomen algunos esta reflexión, pero creo que hoy a muchos nos vendría bien dejarnos tocar por la mano de Jesús y recobrar el sentido original de la condición humana, sea por una u otra cosa. La suegra de Pedro y mucha gente encontró en Jesús a alguien que los liberaba del mal y los centraba para servir a los demás con alegría. El mismo Jesús tiene conciencia de que esa liberación del mal es parte fundamental de su misión. Él «tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras debilidades» (Mt 8,17). ¡Quiere llegar a todos! El «vámonos a otra parte, que para eso he venido» (Mc 1,38) del Evangelio de hoy, lo dice todo... dejemos que Jesús venga a nosotros, a nuestras vidas, a nuestras ideologías y dejémosle que nos toque, para sanar lo que hay de enfermo y herido en nuestra condición humana. Como Jesús, en oración, podemos aprender y ayudarnos unos a otros a re-aprender esos valores, actitudes, criterios y comportamientos: los que están de acuerdo con la mente de Dios. Hoy nosotros, como discípulos¬–misioneros, tenemos que decir con san Pablo: «¡Ay de mí si no predico el Evangelio!» Te deseo un domingo lleno de bendiciones y de gozo por proclamar el Evangelio con tu testimonio de vida.
Padre Alfredo.
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