Aún conservo el fresco sabor de la Misa que presidí hace unos días en el Monte Tabor, rodeado por mis hermanos participantes en el curso de Renovación Sacerdotal. De por sí puedo ahora afirmar que el monte Tabor es majestuoso por sí mismo, con sus 575 m de alto. En la Biblia aparece siempre como símbolo de majestad (Jer 46,18) y el hecho bíblico que la liturgia de este segundo domingo de Cuaresma nos presenta, me hace verlo con una admiración más especial todavía. La grandiosidad de su cima se llenó con la luz que Cristo irradiaba. Toda la gloria que se ocultaba en la humanidad del Maestro se dejó ver (Mc 9,2-10). Y fue tanto el resplandor, que los apóstoles quedaron extasiados, sin saber con certeza lo que sucedía y a Pedro sólo se le ocurrió decir que allí se estaba muy bien, que lo mejor era hacer tres tiendas para no moverse de aquel lugar del que yo tampoco me quería mover. Aquellos elegidos estaban en la antesala del Cielo, recibían un adelanto de la visión beatífica. El recuerdo de aquello, debe ser, para mí y para todos, un estímulo para los momentos oscuros, cuando la esperanza parece que muere y necesitemos que florezca de nuevo. ¡Por eso nunca olvidaré el haber celebrado la Santa Misa ahí!
Hoy, más que nunca necesitamos que nuestra fe transfigure la realidad en la que vivimos, haciendo que nuestra sociedad pueda ver y oír en lo que somos y hacemos las obras y las palabras de Jesús. Todo discípulo-misionero debe escuchar a Jesús, el Hijo predilecto del Padre, para ser transmisor de su mensaje a este mundo tan descristianizado. Si los cristianos de este siglo XXI no transfiguramos la realidad con los ojos de nuestra fe, con nuestras palabras y con nuestras obras, no esperemos que sean los políticos, o los economistas, o los medios de comunicación, los que la transfiguren... ¡Están muy ocupados, no lo harán! Jesús les pide a los apóstoles escogidos para su transiguración que no se instalen, que no se queden allí, sino que bajen con Él a compartir la realidad. Es la realidad que aún ahora no entiende los designios de Dios que no son casi nunca triunfalistas, basta recordar a Jesús en los brazos de su Madre en la gruta de Belén o en las humildes tareas que ella le encomendaba en la casita humilde de Nazareth. El discípulo que llega a la cima del monte debe también aprender a bajar y continuar la vida, así lo hicieron también Moisés cuando recibió las tablas de la Ley (Ex 34,29) y Abraham cuando obedeció a Dios y no sacrificó a Isaac (Gén 22,1-2.9-13.15-18).
Cada vez que asistimos a Misa revivimos el prodigio de la presencia de Dios, que desciende a la cima del monte y de quien nosotros podemos guardar su rostro transfigurado en nuestro corazón. Pero la Misa no termina en el templo, hemos de salir al mundo para anunciar a todos lo que hemos contemplado. La Eucaristía es contemplación y compromiso. El Papa Francisco nos recuerda en su mensaje para esta Cuaresma cuál debe ser nuestra actitud: "Cada uno de nosotros está llamado a discernir y a examinar en su corazón si se siente amenazado por las mentiras de los falsos profetas. Tenemos que aprender a no quedarnos en un nivel inmediato, superficial, sino a reconocer qué cosas son las que dejan en nuestro interior una huella buena y más duradera, porque vienen de Dios y ciertamente sirven para nuestro bien". Así, hemos de seguir caminando hacia la Pascua esperando esa fiesta de la Resurrección el Señor y viendo la realidad de cada día con los ojos de la fe. Escuchando a Cristo, como el Padre MIsericordioso nos lo pide: "Éste es mi Hijo amado; escúchenlo" (Mc 9, 7). Así vivió san Pablo, según lo atestigua la segunda lectura, que leemos hoy (Rm 8,31-34), recordándonos que , con un corazón transfigurado por Cristo, vivió única y exclusivamente para Él, aceptando riesgos, persecuciones y demás, con la convicción de que si Dios estaba con él, nadie podría contra él. Apoyados en nuestra fe en Cristo, bajemos de la montaña, vivamos con María firmes y confiados, aunque sean muchas las dificultades por las que tengamos que pasar en esta Cuaresma y siempre. ¡Hoy es Domingo y el Señor nos espera en la Eucaristía!
Padre Alfredo.
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