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Hoy, más que nunca necesitamos que nuestra fe transfigure la realidad en la que vivimos, haciendo que nuestra sociedad pueda ver y oír en lo que somos y hacemos las obras y las palabras de Jesús. Todo discípulo-misionero debe escuchar a Jesús, el Hijo predilecto del Padre, para ser transmisor de su mensaje a este mundo tan descristianizado. Si los cristianos de este siglo XXI no transfiguramos la realidad con los ojos de nuestra fe, con nuestras palabras y con nuestras obras, no esperemos que sean los políticos, o los economistas, o los medios de comunicación, los que la transfiguren... ¡Están muy ocupados, no lo harán! Jesús les pide a los apóstoles escogidos para su transiguración que no se instalen, que no se queden allí, sino que bajen con Él a compartir la realidad. Es la realidad que aún ahora no entiende los designios de Dios que no son casi nunca triunfalistas, basta recordar a Jesús en los brazos de su Madre en la gruta de Belén o en las humildes tareas que ella le encomendaba en la casita humilde de Nazareth. El discípulo que llega a la cima del monte debe también aprender a bajar y continuar la vida, así lo hicieron también Moisés cuando recibió las tablas de la Ley (Ex 34,29) y Abraham cuando obedeció a Dios y no sacrificó a Isaac (Gén 22,1-2.9-13.15-18).
Cada vez que asistimos a Misa revivimos el prodigio de la presencia de Dios, que desciende a la cima del monte y de quien nosotros podemos guardar su rostro transfigurado en nuestro corazón. Pero la Misa no termina en el templo, hemos de salir al mundo para anunciar a todos lo que hemos contemplado. La Eucaristía es contemplación y compromiso. El Papa Francisco nos recuerda en su mensaje para esta Cuaresma cuál debe ser nuestra actitud: "Cada uno de nosotros está llamado a discernir y a examinar en su corazón si se siente amenazado por las mentiras de los falsos profetas. Tenemos que aprender a no quedarnos en un nivel inmediato, superficial, sino a reconocer qué cosas son las que dejan en nuestro interior una huella buena y más duradera, porque vienen de Dios y ciertamente sirven para nuestro bien". Así, hemos de seguir caminando hacia la Pascua esperando esa fiesta de la Resurrección el Señor y viendo la realidad de cada día con los ojos de la fe. Escuchando a Cristo, como el Padre MIsericordioso nos lo pide: "Éste es mi Hijo amado; escúchenlo" (Mc 9, 7). Así vivió san Pablo, según lo atestigua la segunda lectura, que leemos hoy (Rm 8,31-34), recordándonos que , con un corazón transfigurado por Cristo, vivió única y exclusivamente para Él, aceptando riesgos, persecuciones y demás, con la convicción de que si Dios estaba con él, nadie podría contra él. Apoyados en nuestra fe en Cristo, bajemos de la montaña, vivamos con María firmes y confiados, aunque sean muchas las dificultades por las que tengamos que pasar en esta Cuaresma y siempre. ¡Hoy es Domingo y el Señor nos espera en la Eucaristía!
Padre Alfredo.
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