En el Antiguo Testamento, Moisés actúa como el mediador entre Dios y el pueblo. Como mediador de la alianza que se ha hecho con Dios, Moisés exhorta al pueblo de Israel a obedecer las leyes y los decretos que se han establecido. Israel se compromete a ser el pueblo de Dios, aceptando las cláusulas que ha fijado Yahvé. La primera lectura de hoy, tomada del libro del Deuteronomio toca este tema y nos presenta esas cláusulas que se deben cumplir (Dt 26,16-19): Yahvé será su Dios; Israel debe andar por sus caminos; todo el pueblo tiene que guardar las leyes, mandamientos y decretos establecidos; Israel estará siempre atento a la voz del Señor. Así, Israel se comprometía a guardar los mandamientos y obedecer la voz de Yahvé y Yahvé se comprometía a ser el Dios de Israel y hacer de Israel una nación especial y un pueblo exaltado, más que todas las naciones del mundo (Dt 26,19). Años más tarde, el Señor, nuestro Dios, declaró por medio de Jeremías que él había escogido a Israel pero que Israel no escuchó (Jer 13,11). Después de la conquista de la tierra de Canaán, Israel abandonó su relación especial con el Señor y violó los mandamientos. Por causa de su apostasía Israel abandonó su posición exaltada entre las naciones. Pero el mensaje profético declara que la rebeldía de Israel no iba a durar para siempre, porque Yahvé levantaría una nueva generación de israelitas que sería fiel a los mandamientos. Esta nueva generación iba a continuar la misión del pueblo de Dios entre las naciones (Is 60,1-62; 66,7-22).
La alianza que Dios ha establecido con el pueblo de su propiedad es una realidad siempre actual. El Deuteronomio ha insistido fuertemente sobre este valor (Dt 26, 16-18; cf. Dt 5, 3; 6, 10-13). Cuando nos encontramos con pasajes bíblicos como éste, no se trata de una economía de salvación antigua. En cada uno de nosotros, vuelve a activarse el drama del desierto con sus beneficios y sus murmuraciones, sus bendiciones y sus alternativas. A cada uno nos corresponde escoger entre el amor procedente de Dios y la tentación del olvido (cf. Dt 6, 12). La vida feliz y la gloria (Dt 26,19) son la recompensa prometida por Dios a quienes le sirven y le obedecen (cf. 26,16). El discípulo-misionero no puede dar razón de su fe sino poniendo de manifiesto en su comportamiento, la referencia a un acontecimiento original que es la gratuidad de la elección que Dios nos hecho en Jesucristo, lugar de la nueva alianza y cumplimiento de la promesa. En ese sentido la Eucaristía tiene un significado: llama a cada uno de los participantes a vivir los acontecimientos de su vida en actualización de Jesucristo, del que es memorial. Les exige la misma fidelidad a la voluntad de Dios que los antepasados.
En este sentido, es que las prácticas penitenciales de la Cuaresma tienen una importancia irremplazable en nuestra vida. La Cuaresma nos ayuda a volver a los mandamientos, a tomar conciencia de nuestra condición de pueblo, propiedad del Señor. Este pueblo, del que por iniciativa divina formamos parte, es el cuerpo místico de Cristo, es la sociedad que formamos los cristianos y su Cabeza, es la Iglesia. A ella se aplican esas palabras que en otro tiempo fueron dichas a Israel y que la Iglesia proclama en la liturgia de la palabra de este sábado: "Hoy has oído al Señor declarar que él será tu Dios... Hoy el Señor te ha oído declarar que tú serás el pueblo de su propiedad... Él te elevará en gloria, renombre y esplendor, por encima de todas las naciones que ha hecho y tú serás un pueblo consagrado al Señor, tu Dios, como él te lo ha prometido". Si nos hemos comprometido a vivir "según el estilo de Dios", necesitamos esta revisión constante que la Cuaresma nos propone por lo menos cada año, una especie de examen general de nuestra adhesión al llamado. El evangelio de hoy nos pone delante un ejemplo muy concreto de este estilo de vida que Dios quiere de nosotros. Jesús nos presenta su programa: amar incluso a nuestros enemigos (Mt 5,43-48). Vamos finalizando apenas la primera semana de cuaresma, pidamos a María Santísima, hoy que es el día semanal especialmente dedicado a ella, que nos ayude a ser conscientes de esta elección y a corresponder amando. ¡Bendecido y muy mariano sábado!
Padre Alfredo.
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