viernes, 9 de febrero de 2018

«¡Effetá!»... Un pequeño pensamiento para hoy


Casi que mi reflexión de hoy parece más una clase de historia que otra cosa, pero bueno, así me viene hacerla. Empiezo diciendo que para poder tener una idea clara de la Historia Sagrada, es necesario observar que a la muerte de Salomón, el gobierno de los hebreos se dividió en dos reinos, el de Judá y el de Israel. Éste duró cerca de 254 años y fue gobernado por diecinueve reyes, entre los cuales la historia recuerda especialmente a Jeroboam, Acab, Jehú y Oseas. Por su parte, el reino de Judá floreció hasta la cautividad de los hebreos en Babilonia. la liturgia de la Palabra del día de hoy nos habla del inicio de aquella división. Salomó distinguió a Jeroboam, hijo de uno de los servidores, con un puesto alto y le encargó la supervisión de sus obras públicas. Jeroboam era un joven de capacidad y talento notables. Al salir Jeroboam de Jerusalén, Ajías el profeta originario de Siló se le acerca y tomando el manto nuevo de Jeroboam lo rasga en doce partes, dándole diez partes a Jeroboam y diciéndole: "Toma diez pedazos, pues el Señor, Dios de Israel, te manda decir: "Voy a desgarrar el reino de Salomón. A ti te daré diez tribus, y a Salomón solamente le dejaré una en consideración a David, mi siervo, y a Jerusalén, la ciudad que elegí entre todas las tribus de Israel"" (1 Re 11,29-32; 12,19)*. Y después de escuchar aquellas palabras del profeta, Jeroboam tuvo que huir para salvar su vida.

El gesto del profeta Ajías, que la Palabra de Dios nos presenta hoy, trata de ofrecernos una lectura teológica de esta separación de los dos reinos, y visualiza el cisma con el gesto simbólico de la ruptura de ese manto en doce pedazos. Este desmembramiento del reino de Salomón es presentado por Ajías como el castigo por las infidelidades al culto y a la ley de Yahvé, que mancharon el final del reinado del gran rey que se alejó del cumplimiento de la voluntad de Dios. Salomón había endurecido su corazón al encerrarse en sí mismo y perdiendo el sentido de la vida hasta terminar sus días de una manera triste. Hoy mucha gente, por desgracia, vive así. Atacados por "la plaga" del egoísmo que afecta a nuestro mundo globalizado, algunos -por no decir bastantes- hombres y mujeres viven rodeados de muchos, pero alejados en su corazón de todos; encerrados en sí mismos y a solas entre la gente en la casa, en el trabajo e incluso en el aparente círculo de amigos; van como almas en pena que vagan perdidos en medio de la masa humana; egoístas y con miedo a que otro les pueda ganar o quitar algo. Se habla del famoso "ego" que hace sentirse superiores al hablar de "mi cuerpo y mente", "mi vida", "mi riqueza", "mi felicidad" etc. y que, como un caballo galopante les lleva a perder el sentido de la vida. ¡Eso es una enfermedad que hay que atacar para no terminar como Salomón, cuya muerte en estas condiciones trae como consecuencia la división de un reino que nunca volverá a ser igual!

Hoy en el Evangelio le llevan a Jesús un hombre sordo y tartamudo; un hombre enfermo, y le suplican que le imponga las manos (Mc 7,31-37). Jesús lo lleva a parte, mete los dedos en los oídos, le toca la lengua con saliva y le dice "¡Effetha!", ábrete. Este hombre es reflejo de estas personas de nuestra sociedad ocupadas en el cultivo del "ego". Cristo, al curar, desea evitar todos los visos de espectacularidad y de magia; usa gestos curativos de aquel tiempo, pero el momento determinante de este gesto salvador es esa palabra de Jesús: "¡Effetha!". Cristo abre el alma, la mente y el corazón. Nuestro ser y quehacer de discípulos misioneros se vive en la nueva Decápolis, terreno pagano, en el que tenemos que llevar la Palabra de Dios y hacer que los corazones de mucha gente que vive como Salomón se curen, se abran, se liberen. ¿Cómo nos relacionamos con la Palabra de Dios? ¿Recurrimos a ella para curar la sordera de tanta gente que aún no abre sus oídos y su corazón al amor de Dios? Qué María Santísima, la más atenta de todos los creyentes, la que mejor escucha la Palabra que se hizo carne en su vientre, nos ayude porque Dios quiere que la gente se aleje del egoísmo que aísla, que abra el oído y suelte la lengua. ¡Bendecido viernes!
                      
Padre Alfredo.

* Parece que la Escritura habla de 11 tribus, pero en realidad son 12, Jeroboam tendría 10 y a la muerte Salomón su hijo Roboam tendría 1 que en realidad serían 2 tribus (1 Re 12,23). La mayor, que era Judá es la que cuenta, porque la menor que era Benjamín (1 Sam 9,21) siempre estuvo asociada con Judá (2 Cro 11,12) y se tomaban como una sola (1 Re 12,20-21). Judá tenía control sobre a Benjamín (Jos 18,11, Jue 20,18). La tribu de Benjamín casi desapareció en una guerra civil (Jue 21,6) y siempre fue muy pequeña.

No hay comentarios:

Publicar un comentario