El texto de la primera lectura que este lunes nos propone la liturgia de la palabra de la Eucaristía es el inicio de la carta de Santiago, en el que se expresa quien es el autor y quienes son los destinatarios de la misma (St 1,1-11). El nombre de «Santiago» es la forma griega del nombre hebreo Jacobo. Sabemos de Santiago que se convirtió en un apóstol y líder respetado de la Iglesia de Jerusalén (cf Hch 1,15). Esta carta que se le atribuye, se dirige a las doce tribus de Israel en la diáspora o lo que es lo mismo, a la totalidad del pueblo de Dios y por supuesto hasta nosotros. El autor presenta, a modo de índice, diversos temas que desarrollará a lo largo de la carta en la que solo meditaremos dos días, ya que el próximo miércoles, con la imposición de la ceniza, empezamos la cuaresma y con ella un ciclo especial de lecturas. En su carta Santiago habla de temas tales como: la sabiduría que permite al cristiano reconocer en la prueba, un crisol para crecer en la fe, o el tema de la tentación de la riqueza como centro de la vida, una de las principales tentaciones de la comunidad de aquel entonces y de hoy.
La carta en cuestión viene bien a nuestra época y la situación de muchos discípulos-misioneros de hoy, pues es un escrito que nos exhorta a vivir como un gozo la experiencia de la prueba, ya que la crisis nos obliga a hacer un alto para profundizar en nuestra condición de creyentes y nos conduce al estudio de la realidad y a la reflexión para vivir en Cristo. Santiago nos ayuda a sanear las motivaciones (Gn 22,1.12; Dt 8,2) y a revisar nuestras actitudes o capacidades recibidas de Dios. Yo diría que la lectura de la carta del apóstol Santiago ayuda a quien la medite a abrir los ojos y ver aquello que no podíamos o no queríamos ver en nuestra condición de cristianos. Y, unos días antes de la cuaresma, se convierte en una especie de puente para llegar a los territorios esenciales y más valiosos de uno mismo y empezar a trabajar con más fuerza y sabiduría en el camino de conversión y santificación personal. Dice el apóstol y escrito sagrado: «Si a alguno de ustedes le falta sabiduría, que se la pida a Dios y él se la dará: porque Dios da a todos con generosidad y sin regatear» (St 1,5). Si la tenemos bien, y si no, hay que pedirla para poder vivir la cuaresma ya próxima con tal sabiduría, que sepamos aprovechar todos los espacios que nos ofrece para resucitar con Cristo en la Pascua a una viuda nueva.
Por su parte, el brevísimo relato del Evangelio de hoy nos dice que la gente del tiempo de Cristo "pedía señales" (Mc 8,11-13), querían cerciorarse, por la sabiduría que veían que salía de Aquel Hombre, si no que anunciaba era verdad. La comodidad de caminar por las sendas de siempre los tenía muy a gusto e instalados, y la novedad de la Buena Nueva y del anuncio del Reino que Jesús hacía, venía a remover demasiado. Las controversias de Jesús, sobre todo con los fariseos de su tiempo denotan en estos algo de "instalación" que tal vez pudiera estar también en nosotros. La pregunta de aquellos hombres va más por miedo a tener que cambiar que por otra cosa. Y esto nos interpela a nosotros también hoy. ¿Qué capacidad tenemos de apertura ante una nueva propuesta que nos pueda hacer Jesús en esta próxima cuaresma? ¿Qué docilidad para revisar lo ya sabido y avanzar en nuestro caminar de discípulos-misioneros en este tiempo litúrgico de cuaresma que es privilegiado para cambiar? El Señor, al ir empezando una nueva semana laboral y de estudio, nos invita -Gracias a Santiago y a Marcos- a vivir, no a un mero instalarnos; sino a vivir nuestra condición de "pueblo en marcha". No hay otra señal más que la llamada que Dios nos hace y que reclama un sí generoso e incondicional como el de María. Vamos pidiéndole a ella que nos ayude a prepararnos estos dos días para iniciar la cuaresma el miércoles, cuya llegada, es ya inminente.
Padre Alfredo.
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