viernes, 16 de febrero de 2018

«EL VERDADERO SENTIDO DEL AYUNO»... Un pequeño pensamiento para hoy


¡Cuánto necesitamos una relación personal con Cristo para entender el sentido de las prácticas de la Cuaresma! La primera lectura que hoy nos presenta la liturgia de la Palabra, tomada de Isaías (Is 58,1-9), nos presenta la verdadera razón de ser del ayuno, una de las prácticas de este tiempo privilegiado de conversión. En la Sagrada Escritura éste es el tratado más detallado sobre el tema. Si nosotros como discípulos-misioneros de Cristo no aplicamos la práctica del ayuno correctamente, no pasará de ser algo meramente humano que tal vez ayude a adelgazar a algunos o a llenar de ira a otros por el hambre que causa. En este capítulo 58 de Isaías, el Señor aclara que el pueblo no ha estado aplicando la ley del ayuno correctamente. El Señor plantea algunas preguntas para dar la explicación de lo que verdaderamente es esta práctica ancestral que se presenta como ley o mandato: "Me dicen todos los días: '¿Para qué ayunamos, si tú no nos ves? ¡Para qué nos mortificamos, si no te das por enterado? Es que el día en que ustedes ayunan encuentran la forma de hacer negocio y oprimen a sus trabajadores. Es que ayunan, sí, para luego reñir y disputar, para dar puñetazos sin piedad" (Is 58,3s).

Algunas gentes del tiempo de Cristo, y entre ellos cierto número de fariseos y escribas, cuya vivencia religiosa era "cumplidora" pero más fría que el hielo, ayunaban para impresionar a otros, para el debate y para otros propósitos malvados en lugar de lo que debía ser y critican a Jesús cuestionándole sobre el tema, como nos lo narra el Evangelio de hoy (Mt 9,14-15). Nosotros, que hemos leído este Evangelio y sus paralelos una y otra vez, sabemos que sin el espíritu apropiado, el ayuno, en la vida de cualquier creyente si se hace solamente desde el plano humano, sin sobrenaturalizarlo, da como resultado únicamente el hambre, la irritabilidad y la contención, a veces hasta ofendiendo a quien no ayuna. El afligir a alguien, lamentándose y diciéndole: "¡Estoy ayunando para ti, para que te corrijas!" puede ser tan ofensivo como darle un puñetazo en la cara. De otra manera, si nuestro ayuno a favor de alguien se hace en secreto y con humildad, entonces sí el Señor intervendrá en mi propia conversión y en la del hermano. "El ayuno que yo quieto de ti es éste, dice el Señor: Que rompas las cadenas injustas y levantes los yugos opresores; que liberes a los oprimidos y rompas todos los yugos; que compartas tu pan con el hambriento y abras tu casa al pobre sin techo; que vistas al desnudo y no des la espalda a tu propio hermano" (Is 58,6-7).

Jesús afirma que esta privación alimenticia, este rito de penitencia que la Iglesia adopta para la Cuaresma, no encaja con los modos y tiempos mesiánicos que se caracterizan por la alegría y gloria del Reino que ya se ha empezado a establecer. El esposo mesiánico que nos trae la alegría de la salvación nos muestra un tipo de ayuno en el que esa práctica nos lleve a practicar la misericordia con el hermano. Si nuestro ayuno quiere ser expresión religiosa de una fe que practicamos, deberá traducirse en servicio misericordioso a los cercanos y a los necesitados. Si me quito el pan de la boca, porque ayuno, es porque lo voy a dar al que no lo tiene -sea pan material o espiritual el que le dé- y solo así esta privación voluntaria de alimento tendrá sentido de ofrenda y como gesto será escuchado como plegaria y limosna (ofrenda). La vivencia de la Cuaresma, con estos signos que la marcan -ayuno, oración y limosna- es un acontecimiento que se vive día a día y que de ninguna manera impone un cumplimiento meramente formal antes de la misericordia para con el prójimo A la luz de la Palabra de hoy hay que revisar la clase de ayuno y abstinencia que practicamos. No se trata solamente de dejar de desayunar o almorzar, o de dejar de comer carne a la fuerza, sino que esto vaya acompañado de obras que den felicidad al que está a mi lado o al necesitado, que está triste y espera que el Reino se establezca en él también. Pidámosle a la Santísima Virgen que, en su sencillez y austeridad de vida, nos ayude a ser persistentes en vivir el ayuno y la abstinencia como debe ser. ¡Que Dios bendiga nuestras prácticas cuaresmales en este bendecido día en el que de por sí, como cada viernes, recordamos la pasión de Cristo en su entrega por salvarnos!

Padre Alfredo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario