La petición de Salomón le agradó sobremanera al Señor porque no fue una petición egocéntrica, sino una súplica pensada en favor de un beneficio para todo el pueblo que Dios mismo había elegido como suyo, y así, esa desinteresada petición del incipiente gobernante que se consideraba a sí mismo «un niño pequeño» (1 Re 3,7) hizo que Dios le diera mucho más de lo que había pedido. El Señor le procuró, además, un sin fin de riquezas y grandes honores. Salomón sobresale como un soberano sabio, según se ve, como he mencionado, en los libros de Proverbios y Eclesiastés. Dios, mediante Salomón, expresó la sabiduría humana en su nivel más elevado, pero Salomón dejó bien en claro, en ambos libros, que la sabiduría meramente humana resulta totalmente inadecuada para hacer frente a los problemas de la vida y por eso se necesita la sabiduría que viene de Dios y que queda sellada en la oración, es decir, en el contacto íntimo con el Señor. Si muchos de los candidatos —hablando en el campo de la política, que no nos debe ser ajeno— que hoy quieren convencer al electorado de sus capacidades para gobernar y resolver los problemas ciudadanos, aparte sus aptitudes humanas, pidieran la guía y dirección de Dios, sería más fácil que pudieran resolver los problemas del ser humano y la sociedad actual, que presentan una complejidad tal que humanamente hay cosas imposibles de resolver o de llevar a metas más altas de un desarrollo integral.
La sabiduría de Dios también está disponible para nosotros si se la pedimos en oración. Pero, al igual que Salomón, debemos ponerla en acción. Nuestro discernimiento se manifiesta al aplicar sabiduría en la vida e imitar a Jesús, que, como nos enseña el Evangelio de hoy, no piensa egocéntricamente, sino siempre en los demás: «vio una numerosa multitud que los estaba esperando y se compadeció de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor, y se pudo a enseñarles muchas cosas» (Mc 6,30-34). Jesús sabiamente olvida el descanso y se pone a enseñar. Al percibir a la gente como oveja sin pastor, él empieza a ser su pastor, empieza a enseñar. Jesús inicialmente quería descansar junto con los discípulos, pero la necesidad de la gente lo lleva a actuar sabiamente y dejar de lado el descanso. La sabiduría de Jesús le lleva a dar al pueblo mucho y, sobre todo, a darse Él mismo como comida y bebida en una conversación familiar que trata de esclarecer los hechos (Mc 9,9-13), en una enseñanza sencilla que hace que la gente piense y participe (Mc 4,33), en profundas explicaciones de lo que él mismo hacía (Mc 7,17-23), en denuncias claras de lo que es falso y equivocado (Mc 12,38-40). Su sabiduría era siempre un testimonio de lo que él mismo vivía, ¡una expresión de su amor! (Mt 11,28-30). Esa sabiduría de «sentir con los demás» y de «ponerse en el lugar del otro» seguramente la había visto en María y José desde pequeño. Aquellos pasajes de Salomón no habían quedado ocultos o como un simple recuerdo para el pueblo del cual la Sagrada Familia de Nazareth formaba parte. Jesús había crecido allí, en casa, «en gracia, sabiduría y edad», con un corazón que sorbía, como una esponja bien empapada, la sabiduría que le llegaba de lo alto en las cosas sencillas que veía cada día en casa. Hoy, Dios no nos hablará en sueños como a Salomón, pero nos seguirá enseñando e infundiendo sabiduría en las cosas simples y sencillas que vivimos cada día. ¡Bendecido sábado y me encomiendo, pues hoy termina nuestro curso de «Renovación Sacerdotal» en Jerusalén del que ya les participaré!
Padre Alfredo.
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